Los diseñadores tenemos un fantasma bajo la cama. Es lo que más miedo nos provoca. Te han encargado un nuevo proyecto. Te han dado las directrices más o menos claras. Te han enseñado los trabajos anteriores y los de la competencia, para decirte lo que les gusta y lo que no. Y al final te dicen: «Confiamos en tu trabajo, el diseñador eres tú». Vas a tu estudio, y te pones a pensar. Eres un profesional y sabes cómo resolver el encargo. Seleccionas las fotos más adecuadas de entre las que te han facilitado. Buscas en los bancos de imágenes las que faltan y que mejor pueden ilustrar la idea y comienza el diseño del Layout. Repartes la información como mejor convenga a la comprensión del mensaje. Intentas ordenarla para que la lectura sea fácil y lógica. Destacas la idea principal, como te enseñaron los maestros. Eliges la tipografía más adecuada, dependiendo del público al que se dirige y la cantidad de texto que tenga. Una que se lea bien para el grueso de la información y como mucho otra para los titulares. Luego, jugando con los cuerpos y los estilos, haces que los bloques se diferencien entre sí. Lo que debe destacar, lo que es información complementaria… Has creado un concepto completo, lo has estructurado y lo has hecho visible. Eres diseñador. Llamas al cliente y le dices que ya lo tienes. Unas veces te dirán que se lo lleves, y otras que se lo envíes por mail. No importa, el trabajo es bueno y se entiende solo. Se lo haces llegar para que haga su trabajo. Es el cliente, y tiene que corregirlo y aprobarlo. Pero de pronto descubres que en realidad, él también es diseñador, o lo parece… comienza la pesadilla. La historia inicial se podría aplicar no sólo al diseñador, sino al publicitario en general. Te encargan un trabajo, y aunque al principio te digan que les ha gustado, no tardan en llegar los cambios. Primero es «esa foto de portada no nos convence». Luego un «cambia el bodegón por la foto principal de producto que te envío ahora» (y que antes no te dieron). Unas horas después te llegan los cambios en el texto. Igual si se lo has escrito tú que si te lo han dado ellos, lo que eran dos párrafos ahora son cuatro. Y el titular, que entre otras cosas ha servido para elegir la foto de portada, también lo cambian. Hay matices más terroríficos. Como cuando te piden que destaques dos frases de cada tres. O que elimines a una persona de la foto de la oficina porque ya no trabaja allí. Todo ello, una vez que te has pasado horas trabajando con el material supuestamente aportado por él, o que te han pedido que busques.
Es así, algunos clientes olvidan que eres diseñador, y piensan que tu trabajo consiste en hacer los cambios que se les van ocurriendo.
No me interpreten mal. Nadie es perfecto. Es normal que nos corrijan errores, o que una vez presentado el boceto inicial, se les ocurran cosas nuevas, descubran fallos de concepto o quieran cambiar algo que no había podido imaginar hasta que no lo ven plasmado. Para eso sirve nuestro trabajo precisamente. Eso lo asumimos todos. Pero otra cosa es cuando el diseño va y viene una y otra vez y comenzamos a perder el sentido del trabajo original. Hay veces, que después de tanto cambio, no hay quien reconozca el original, y dan ganas de hacer uno nuevo. Pero eso sería volver a vivir una pesadilla. ¿Cómo conseguir dormir tranquilo?
Los diseñadores tenemos mucha culpa de lo que nos ocurre. Incluso cuando nos enfrentamos a clientes que realmente no saben lo que quieren. La regla básica es hacernos respetar, y eso se consigue siendo profesional y respetándonos a nosotros mismos.
Tenemos que creer en lo que hacemos. Y no podemos mentirnos. El trabajo que presentemos debe ser el mejor que seamos capaces de hacer. Y tiene que seguir las pautas profesionales. Vuelve a leer los primeros párrafos de este post y piensa si realmente haces así tus proyectos siempre. Estudiando el briefing, decidiendo el diseño de acuerdo a razones técnicas eficaces más que la estética que nos apetece o está de moda. Con textos bien redactados…. La importancia de este trabajo, además de la honestidad y la tranquilidad de conciencia, es tener la completa seguridad de que podremos defenderlo cuando el cliente lo cuestione. Si hay una razón, podremos imponerla. Si es una cuestión de gustos, el que paga manda. Y esa misma exigencia, la tenemos que tener con nuestro cliente. Hay que mostrarse firme a la hora de aceptar el encargo. Asegurarnos de qué imágenes son las que le gustan, aunque nos diga que las elijamos nosotros. Pedirle que corrija los textos antes de aplicarlos, etc. Si se va implicar en el diseño después, tiene que hacerlo antes. Y si nos ve exigentes, seremos más creíbles. Y por último, tenerlo en cuenta en los presupuestos. El diseño es como cualquier otro producto. El cliente percibe más valor en lo que más precio tiene. Un diseño con presupuesto alto , será más probable que sea aceptado a la primera que uno barato. Es triste, pero es así en muchas ocasiones. Claro que hay clientes que entienden que si te pagan poco no pueden tenerte horas y horas cambiando las cosas, pero en el fondo, les inspira más respeto el que les cobra más por ello. Y más aún si has pactado un coste suplementario por los cambios posteriores. En cualquier caso, tenlo siempre en cuenta cuando trabajes por primera vez para alguien a hacer el presupuesto. Aunque el diseño acabe haciéndolo él a base de cambios, las horas de trabajo serán tuyas. Pero una cosa es cierta: los cambios son inevitables en el 99% de los casos. En veinte años de carrera sólo he escuchado una o dos veces la frase «El diseñador eres tú. Si crees que debe ser así, ok tal como está» y me entró temblor de piernas, mitad por la emoción, mitad por el miedo a equivocarme. Siempre es más fácil echarle la culpa al cliente, porque modificó lo que le presentamos que asumir que no somos perfectos. Imagen: A partir de original (CC) de M_AKE THIS YELLOW en Flickr
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