Gay Talese es un periodista del que tenemos mucho que aprender. Y Pete Hamill también tiene mucho que enseñarnos. Ambos redactores, profesionales, comparten un rasgo psíquico: el gusto por las calles. Talese nos cuenta que sus padres, italianos, atendían a exigentes clientelas. Tales clientelas de los Talese requerían trajes o ropas a la medida. En la sastrería, el buen Gay Talese aprendió a escuchar, a procesar palabras, a crear historias, a oír con interés. En esta época de blogs y de noticias y de internet y de millones de bits de información, es imperioso practicar una buena redacción, y sobre todo, es necesario contar buenas historias (es más importante contar buenas historias que escribir bien, decía el buen Ezra Pound). Talese empezó trabajando en el New York Times como recadero. Hacer las veces de Hermes es un buen ejercicio de traducción. Llevar, traer, contextualizar, explicar, definir, justificar o persuadir, es el trabajo del redactor comercial. Talese, periodista y persuasor, nos cuenta historias, historias observadas desde ángulos insólitos. Y también Hamill lo hace. Hamill ha vivido en muchas ciudades y ha conocido mucha gente. Sinatra, Celia Cruz, boxeadores mediocres, escritores frustrados y gente común y corriente en la corriente comunitaria, son temas interesantes para nuestros periodistas. Ante la intrincada ciudad, hace falta un ojo aislador. ¿Cómo podemos observar mejor? Aquí algunas técnicas. Cuenta Talese que por las noches paladea un puro, cuenta que pasea con sus perros, cuenta que observa a las personas. Lustrosos collares, sombreros-paraguas, gánsters zapatos, rítmicos relojes, corbatas-horcas y «barbas protectoras de muelas», según la afortunada metáfora de Macedonio Fernández, son objetos detectados por los ojos de Talese. La categoría inicial de la observación, es la Tecnósfera o ambiente técnico. Ahora, ahora hablemos de Hamill. Pete, nuestro apasionado Pete Hamill, recorría las ciudades buscando escaleras, pero escaleras morales (después de trabajar se refugiaba en el Elaine´s, café frecuentado por Woody Allen y demás escritores). En el Distrito Federal, Hamill se interesó por la Lucha Libre, y en New York se preocupó por la conducta de los habitantes de la ciudad después del 11 de septiembre. Octavio Paz, en su Laberinto de la soledad, habla acerca de las máscaras mexicanas, y Pete Hamill sabía que dichas máscaras son un instrumento de lucha contra la Nada, contra don Nadie y contra el Nunca, tríada fatalista del mexicano. Los psicólogos sociales afirman que el hombre cambia su conducta sólo cuando se enfrenta a situaciones radicales, tales como las que provocaron los aviones estrellados en las Torres Gemelas. A esta dimensión de la observación se le llama Ethósfera o esfera moral. Y por último, vayamos a la tercera dimensión de la observación antropológica, llamada Logósfera o ambiente informativo. A Hamill le interesaba la vida de Celia Cruz y a Talese la de Frank Sinatra. La música que sondea la gente, las revistas que escrutan los jóvenes, las películas que deleitan a las familias y los locutores de radio que encienden la pasión de los choferes de taxi, configuran nuestras opiniones y nuestros actos. Cuando se combina un buen traje, un buen tango y una profusa cultura, nacen los salones de baile, las tribus urbanas, los paisajes humanos. Cantarle a las Rubias de New York como Gardel o a la vida como Celia Cruz («cantando la pena, la pena se olvida», dice Manuel Machado), genera cultura. La Cultura, el Geist alemán o el Soul norteamericano, es lo que tiene que interesarnos como redactores comerciales. Buen día, Comunidad Roastbrief.
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