Saben todo de mí: cuando estoy en casa, si la rola de Gotya me gustó, si vi The Avengers, si estuve en contra o a favor de Peña Nieto; y de lo íntimo, si tengo una relación de pareja, si esa relación va bien o mal, mis gustos culinarios, mis patías y filias. Esa información está en las redes, ya sea pública desde mi perfil de FB, o privada desde mis conversaciones en el Messenger. Pero también está en Google, como la última vez que busqué por qué la mancha blanca del brazo había tomado otra tonalidad; o cuando necesitaba un buen médico en la ciudad. ¡Y qué decir de Youtube! ahí les conté toda mi historia de vida audiovisual, acerca de los estados de ánimo que padecía al seleccionar tal o cual música, y de las películas que vi, que veo y que veré, es decir, mis gustos culturales de lo que fui, soy y seré. ¿La familia? Porque por supuesto estoy orgulloso de decir quiénes son mis mejores amigos, quiénes mis hermanos, con quién estudio y en dónde, además de mencionar cuándo terminaré mi último diplomado. No puedo negar que siempre he sentido ese irracional morbo hacia las fotos de los demás, todo por saber a qué lugares viajaron y envidiarlos o felicitarlos, según sea la música que he seleccionado en GrooveShark. Pero esto no me bastó, les digo en todo momento dónde estoy, qué acabo de comprar; y por supuesto que me quejé de cuando la señora intensa de cabeza de palomita, metió a toda su familia en la fila para ver el estreno de la semana. Me atreví a buscar a alguien que me invitará a entrar a una red social que sería un mediano fracaso, aún cuando sabía que ni la necesitaba. Así que, aquí estoy, un rato fuera de Twitter, para platicarles un par de cosas sobre la boda a la que fui la semana pasada, claro, tomé muchas fotos desde Instagram, para que vieran lo mal que le quedaba el vestido a la novia, lo rica que estaba la cena y lo borrachos que estaban todos al amanecer en la fiesta. Y cuando creyeron que ya no faltaba ningún tema para hablar, me hice fan de una página que decía que si le daba like, dios estaría más cerca de mí y 50 niños sudafricanos se iban a curar del VIH que la iglesia católica permitió al satanizar el uso de preservativos. Pero bueno, aún con todo y más (o menos), a pesar de las fotos de las madrizas en las marchas en España, México, Grecia, Canadá, EUA y otros etcéteras; aún con la discusión de la tauromaquia -esa lavativa de la moral- y con el desmadre de los memes, me quedó tiempo para hablar, no para conversar, sino para hablar. Ese “mí” se puede sustituir por usted, sin ningún problema. Y todo esto, es lo que hace a la web el mejor campo para la investigación de mercados que pueda existir en la historia, aunque también está el neuromarketing, pero de ello ya hablaremos en otra ocasión. Gracias por leerse.
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