Cada época desarrolla un sentido, tiene su sentido predilecto. En la época de Shakespeare el oído estaba bien educado, y en la época actual el ojo es el que impera. Según lo antedicho, ¿qué papel tiene la radio en el juego de los medios de comunicación? De los tres mundos de los Mass Media, es decir, de la tríada contexto, texto y pretexto, ¿en dónde encontramos a la radio? No es necesario apelar a G. Steiner para saber que nuestra cultura aboga por las imágenes. ¿Qué hacía la Iglesia cuando el vulgo no conocía la `Vulgata´? Mandaba a hacer pintura. Leer, ha dicho el mismo Steiner, es un acto especializado y que nos exige agudeza visual y auditiva. Oír es leer prosas lanzadas al viento («en el viento escribe», dice nuestro Calderón). Oír la radio no es un acto pasivo en su totalidad. Ya Henry Bergson, filósofo admirado por William James debido a su pluralismo, ha sostenido con audacia que al escuchar un sonido no lo analizamos para luego interpretarlo y para después asignarle una imagen. ¡Hacemos lo contrario! El sonido tragado por un oído poco educado para el análisis es transformado `ipso facto´ en una imagen que es interpretada con pobreza. El sonido, hoy, es un mero gesto, un gemido, un grito, una interjección (Adorno y Horkheimer han dicho que los sonidos de nuestros objetos imitan a los sonidos bélicos de las guerras que todavía no nos resignamos a olvidar). La interjección (sobre todo en la radio), ha dicho Borges, ha sustituido a los razonamientos. Para no caer en el dislate citaré un párrafo que leí este fin de semana. El tal pertenece a un libro de Sam Shepard, llamado `Crónicas de motel´, fragmentario esbozo de vida de guionista norteamericano. Leamos: «Conocí a un guitarrista que decía que la radio era su `amiga´. Se sentía emparentado no tanto con la música como con la voz de la radio. Su carácter sintético. Su voz, que no había que confundir con las voces que salían de ella. Su capacidad para transmitir la ilusión de personas a grandes distancias. Dormía con la radio. Creía en un Lejano País de la Radio. Creía que jamás encontraría ese país, de modo que se conformaba con limitarse a escucharlo. Creía que había sido expulsado del País de la Radio y estaba condenado a rondar eternamente por las ondas, buscando una emisora mágica que le devolvería la herencia perdida». Un guitarrista, obviemos, tiene el oído educado, uno capaz de analizar y de sintetizar simultáneamente (síntesis al cuadrado). ¿Qué es tener el oído educado? Es tener un oído capaz de escindir, de separar. Pero entendámonos: un oído educado no selecciona un sonido para ignorar a los demás, no. El tímpano cultivado, para ponernos alegóricos, sabe recibir a todos los sonidos a la vez, pero también sabe darle el trato correcto a cada uno de ellos por separado, contrariamente a lo que pasa en la burocracia mexicana. El poeta León Felipe, traductor de Walt Whitman, que practicaba el verso libre, dijo: «Deshaced este verso,/ quitadle los caireles de la rima,/ el metro, la cadencia/ y hasta la idea misma./ Aventad las palabras,/ y si después queda algo todavía,/ eso será la poesía». El guitarrista del relato de Shepard sabe que importa poco la letra, la cacofonía, el ritmo: sabe que importa el modo en el que trabajan conjuntamente la cuerdas de la guitarra y de la boca. Digámoslo de una vez por todas: la boca del locutor de radio tiene que ser como la guitarra, que es cuentera (juicio de Borges), improvisadora (culta), pública y limpia (política y diplomática), poética (bella), erística (envolvente), científica (enterada), lógica (sólida), penetrante (crítica), como sugieren los sofistas. ¿Tiene oído de guitarrista el público actual de la radio? No. ¿Entonces? Entonces la radio, hoy, es puro contexto, ruido, usando la jerigonza de los expertos en comunicación. José Hernández, en el prefacio de su `Martín Fierro´, explica que en la elocución no se estiba el progreso humano, y explica, además, que un libro o texto para la gente debe ser redactado con los modismos del pueblo, con las expresiones de la calle. Pero ojo, decir «modismos» no significa decir «barbarismos». Alfonso Reyes, en su `Literatura Española´, quéjase así: «Los falsos cultismos, los alambicamientos de expresión y los barbarismos se perciben ahora más que antes entre la gente muy diversa y de muy distintas clases y niveles que recluta la radio». El lenguaje siempre termina acomodándose en los sillones del utilitarismo, y así «absurdum» terminó diciéndose «absurdo», y «angustus» diciéndose «angosto», y «credo» perdiendo su «d» para quedar en «creo». Sólo conjeturo, lingüistas, como hombre de letras. Los locutores, como afirma Reyes, alambican la sintaxis, usan barbarismos embozados de «neologismos» y se fingen cultos. ¿Cómo? Aquí dos ejemplos que da Reyes: decir «exactitud» en vez de decir algo así como «esatitú» es síntoma de rebuscamiento y fingimiento erudito. Más: decir «localizar» por «encontrar» es señal de excesivo formalismo. Más: decir «porocurador» con extremeña minucia en vez de decir «procurador» es tremendo vicio fonético. Todo medio de comunicación tiene dos responsabilidades: educar ética y estéticamente. Sí, sea, pero, ¿qué educación va primero? Hernández, que redactó el `Martín Fierro´, que libro nacional es de Argentina, para anunciar las bellaquerías que sufría el gaucho, sostuvo que primero hay que instaurar la moral y luego la belleza, que literaturas sin moral son «perlas en el muladar», como ha señalado Cervantes. El guitarrista ideado por Shepard nos dice que no hay que confundir la voz de la radio con las voces que salen de ella. Y lo mismo se ha dicho de la obra de Homero, supuestamente hecha por muchos, pero por muchos con la misma voz o entonación. Y lo mismo se ha dicho, creo, de las Escrituras o `Biblia´ (que significa «libros»). La radio ha dejado de ser una compañera del camino, de la carretera, de los días solaces o soleados, lluviosos o solitarios. ¿Es «la» radio o «el» radio? Sé que la distinción es fácil para los lingüistas, gramáticos y académicos y puristas, pero no para mí. Para mí no hay País de la Radio, pero sí un Imperio del Radio. Para mí, castellano, el `Sol´ es masculino, como dice Reyes, pero para el alemán `Sonne´ es femenino. Para mí, nacido cerca de la playa, es «la mar» aunque todos digan que es «el mar». La radio, por hoy, es mujer, según mi opinión, lo es por su voz fresca y siempre afanosa de novedades. Para mí, sí, la radio debería trocarse en hombre y enarbolar una voz más dura, una literatura real, es decir, viril, fuerte, con voz de trueno, con voz de pueblo, una que ya no me haga decir, con Shepard (Fredericksburg, Texas, 1980): Absoluta suspensión/ espacio en blanco/ quiero ir por la carretera/ sin pensar en nada/ sólo una vez/ No estoy suplicando/ No me pongo de rodillas/ No estoy en condiciones de pelear». Foto cortesía de Fotolia.
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