Para algunos es la vista. Para otros es el gusto. Cada quien tiene su punto débil por el cual cae rendido ante una persona o un producto. Quizá para los amantes de los autos es el olor. Pero de nada sirve elaborar un buen producto y mostrar a las mejores modelos si no se tiene cuidado con las palabras que se ocupan. Además de un estudio de los gustos de la gente, del perfil económico, demográfico y de sus costumbres, es necesario tener en mente el significado que cargan algunas palabras. No me refiero al significado del diccionario, sino a la carga emocional que las personas le dan a través del tiempo y de la experiencia. ¿Qué ocurre cuando alguien escucha ‘trabajo’ o ‘lunes’? A la mayoría seguro le provoca escalofríos. Esas y muchas otras palabras ya tienen un sentido negativo que se alimenta en lo colectivo. Quizás nosotros no hemos rezado un rosario completo, pero la simple palabra nos aburre porque conocemos el concepto. Estas significaciones son las que debemos cuidar si queremos evitar un efecto negativo en nuestro mensaje. Incluso palabras comunes cuyo sonido nos recuerde otras no muy agradables. Por ejemplo la palabra ‘susurro’ tiene un significado suave, pero si la fragmentamos aparece otra desagradable y, hasta la misma escritura parece un poco agresiva. Si esas palabras son muy necesarias, entonces se pueden combinar con otras más amigables o que equilibren el significado. Algunas ocasiones no funcionan del todo, pues el negativo termina por cubrirlo todo. Por ejemplo, un profesor inventó una reprimenda solidaria a la que llamó ‘castigo amigo’. Aunque tenía una palabra linda, al final todos terminamos odiando el concepto. Seamos cuidadosos y escudriñemos más las palabras, los sonidos, las texturas, los significados reales y las connotaciones sociales para crear mensajes más persuasivos. Foto cortesía de Fotolia.
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