El escritor Jorge Luis Borges ha reflexionado los mecanismos de la fama literaria. Pero después de leer el tomo maestro de Thomas Kuhn, que es un tratado sobre las revoluciones científicas y sobre la fama de los revolucionarios científicos, nada nos sorprende. `Paradise Lost´, refiere Borges, es un libro que las generaciones humanas no se resignarán a olvidar. ¿Por qué la obra de Milton perdurará en la memoria humana? Los clásicos tienen una fuerte carga ética, una estética carga mediana y poca lógica o lógica propia. Son las obras que mejor representan los valores universales las que duran, aunque muchos científicos sociales digan que no existen entidades universales. William James, padre del pragmatismo psicológico y cosmopolita, ha discurrido lo siguiente: es posible conocer las generalidades del mundo a partir de sus partes, sí, pero no es posible conocer todo el mundo así. Es asequible comprender cuáles son las generalidades humanas leyendo los clásicos, pero no comprender alguna precisa estadística divina sobre la humanidad. El arte es una ciencia analítica, no sintética, aunque sus procesos son sintéticos, aunque su labor imita la labor de Isis. ¿Es posible extraer algún saber de los libros clásicos que nos facilite la labor creadora de contenidos consumibles para cualquiera? Los medios de comunicación masivos, con la sociología de la comunicación, se han planteado la siguiente pregunta: ¿cuál es la fórmula del éxito literario? Borges ha dicho que para escribir una obra perdurable es menester no querer hacerla, o querer hacerla y correr a la velocidad de la suerte, que es más rápida que la muerte misma. No sabemos si Homero buscó la fama, pero su bella obra llegó a la fama a través de los puentes de la pedagogía. Lewis Carroll, por ejemplo, no buscó la fama, no buscó crear contenidos legibles para ojos genéricos, pero es famoso, y llegó a la fama a través de los puentes de la literatura fantástica, no por medio de las paradojas metafísicas y matemáticas que tanto le gustaban. Aristóteles, explica Gerard Gennette, dividía el arte narrativo o relator en dos partes: en mímesis y en diégesis. Confieso que sólo Gennette ha sido capaz de hacerme entender, más o menos, la gran sentencia de Goethe: la imperfección es parte del gran arte. Y comprendiendo a Goethe también comprendí a Walter Benjamin, quien decía que las imitaciones perfectas son las que nos dicen claramente que son imitaciones. Y luego entendí aquello de Valéry, aquello de que el gran arte imita al gran arte sin herirle, sin sepultarle en el olvido o sepultando lo inferior. Y así, digo, comprendí que Shakespeare no ofendió a la comedia antigua con sus imitaciones, y también que Cervantes enalteció los libros de caballería, aunque los colocó en su justo sitio. La mímesis, en arte, es imitación, y la diégesis es creación, dicen, a vuelo de águila, los profesionales de la crítica, los policías del arte. Uno de ellos, Ezra Pound, afirmaba que lo importante es el tema, no el estilo, o el `Logos´ y no la `Lexis´. ¿Quién recuerda al Macbeth real? Nadie, porque ha sido sepultado por Shakespeare. La mímesis, cuando es poderosa, se convierte en diégesis. El estilo, cuando es poderoso, es transforma en fondo, en forma y en fondo. El mimo, entre taciturnos, poeta es. ¿A qué o a quiénes se debe la fama de Rocambole o de James Bond o de la novela epistolar o de los cuentos de Poe? Recuerdo que E. Fenollosa, al explicar la estructura de los ideogramas chinos, sostenía que el buen arte no rompe las reglas de la naturaleza. Si un cuerpo se estrella contra otro habrá, siempre, una reacción. Si algo es pesado tiene que verse pesado, no ligero. Las obras mentadas, aunque tratan de fantasías y encantamientos, respetan la lógica del tiempo, colocan un hecho detrás de otro. Parece fácil, sí, y lo es. Lo complicado es apalear nuestro afán de originalidad, de penetración psicológica, de tormento moral. Dice Umberto Eco que el redactor Ian Fleming no usó la neurosis para que su James Bond tuviera una personalidad fuerte, y dice, además, que tampoco usó el remordimiento o la flagelación ética para engendrar monólogos, esto es, saltos de la aventura a lo mental. Todo lo contrario hizo Calderón de la Barca, que escribió: «Y la experiencia me enseña/ que el hombre que vive sueña/ lo que es hasta despertar». Así habló Segismundo. Aquí hay asertos, aseveraciones, ironía. El lector no sabe si soñar es bueno o es malo: hay confusión, sueño. El lector hará que la «experiencia» tenga forma de hombre o de mujer, ejecutará un antropomórfico acto, acto que redundará en misticismo y en metafísica, complicándose todo. En parangón, oigamos algo del gran `Martín Fierro´, obra maestra de `Amerika´: «Y aunque yo por mi inorancia/ con gran trabajo me esplico,/ cuando llego a abrir el pico/ téngalo por cosa cierta». Segismundo es deductivo, y habla de la «experiencia» como de grande cosa. Cruz, hombre del `Martín Fierro´, es inductivo, y habla de «su» experiencia, de sus limitaciones. Eco afirma que la duda, madre del monólogo, no existe en James Bond. Segismundo duda, pero Cruz no duda, o al menos no duda de su condición de gaznápiro de ignota inteligencia. ¿Resultado? Le creemos más a Cruz, porque resulta más fácil la lectura de los sentimientos de Cruz. También podemos comparar, malamente, la obra del sociólogo Simmel con el `Diálogo entre la moda y la muerte´, fraguada por G. Leopardi. Simmel monologa, Leopardi dialoga. Simmel dice que la moda se mueve entre pobres y ricos, y Leopardi dice que la moda es hermana de la muerte, que no respeta a pobres o ricos. ¿Se nota la diferencia? Horacio nos aleccionó, occidentales, para que nada nos sorprendiera. Pero Shakespeare, más práctico, lo hizo mejor, pues dijo: «Si ocurre ahora, no está por venir./ Si no está por venir, ocurrirá ahora». El estoicismo culto medita el universo y el corriente medita sobre la vida. Tales manejos nos remiten al asunto del estilo. ¿Por qué Eco dice que Fleming fue «maniqueo» por comodidad estilística? Porque es más fácil crear historias, guiones o cuentos teniendo claras las diferencias que hay entre los malos y los buenos. El señor y maestro Benito Pérez Galdós, para poder narrar los avatares del mal y del bien desde una perspectiva cómoda, escribió un cuento llamado `La pluma en el viendo o el viaje de la vida´, en el que una pluma visita los mundos clericales, militares y demás, y hace reflexiones simplistas. ¿No usaron los alemanes medievales al lobo Reineke, animal, para criticar asuntos humanos? ¿No metió Cervantes en su obra quijotil la historia del `Curioso impertinente´ para manosear temas amatorios? Podríamos concluir algo así: una obra dirigida a las masas esgrime perspectivas increíbles, pero narra los hechos de siempre. Imagen cortesía de Fotolia.
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