Goebbels recomendaba que la propaganda del político usara nociones raciales para estimular el orgullo nacional. El francés Gobineau, como el italiano Lombroso y como el escocés Carlyle, promovió ideales raciales para forjar en su país una identidad, una consciencia, una idea nacional. Alfonso Reyes, el cosmopolita Reyes, declaró que tenía «gotas» de sangre indígena para simpatizar con los mexicanos. Borges, el vidente, presumía su sangre portuguesa e inglesa para justificar su amor hacia las letras del País de los Anglos y hacia Spinoza. José Ortega y Gasset, para publicitar la Filosofía, decía que el español tenía sangre sajona o nítida, mora y griega. El pueblo judío, por su parte, afirma que sólo se es judío cuando judía es la lengua, la nación, la costumbre y la sangre. ¿Es la etnografía o el estudio gráfico de las etnias un estudio que posa su vista sobre hechos reales o sobre símbolos? En este brevísimo artículo no hablaremos de razas `an sich´, pero sí de lo que la gente piensa acerca de ellas y de los modos en los que podemos usar tales representaciones raciales para esgrimir propagandas. Al observar una sociedad el sociólogo olvida que siempre hay «resistencia», que los fenómenos no se desnudan ante nuestros ojos con facilidad. La naturaleza física, como la social, es como una mujer a la que hay que convencer para que nos muestre su alabastrino cuerpo. Tales avatares en ciencia, sí, ¿pero en el mundo propagandístico? ¿Cómo hablar de etnias sin excluir o zaherir minorías? Emerson hablaba de aristocracias espirituales, no sanguíneas. Ezra Pound hablaba de antepasados estéticos, no genéticos. ¿Conclusión? Hablemos de almas con raza, no de cuerpos con raza. Otro recurso: hacer que la ciudad sea el cuerpo social, hacer que las calles sean venas, que los edificios sean brazos, que el comercio un cerebro. O como Verlaine, digamos: «Llora en mi corazón/ como llueve sobre la ciudad». A lo anterior los políticos le llaman, y sobre todo los de la estirpe de Gramsci, «condicionamiento histórico», base de todo discurso político. ¿Cuáles son las condiciones auditivas bajo las que vive Occidente? Sabemos que Occidente gusta de la sentencia, del refrán, de la concisión, del aforismo. ¿Cómo ser concisos y hablar de etnias sin caer en confusiones? Propongo la siguiente fórmula provisional: escribid enunciados que por sujeto tengan una institución, que por verbo una intención y que por predicado, una promesa para todos. «La Iglesia ha querido, quiere y querrá amarlos», «La Universidad adora la verdad, llave del futuro», «El Estado busca el mañana en el presente», por ejemplo. Tales expresiones son comunes, pero no se redactan sistemáticamente, conscientemente. Hoy, afirmo, la nación de todas las naciones es la política. Bertolt Brecht, en un admirable poema, nos enseña cómo escribir proposiciones emocionantes, influyentes, cadentes. Oigamos (`El analfabeto político´): «No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas». ¿Institución? La política. ¿Intención? Decisión, que se traduce en firmeza contra el Destino («Fate, show thy force», dice Shakespeare). ¿Promesa? Buena harina para buen pan, pan que nos hará olvidar nuestro bien vestido y calzado cuerpo. Hombres y mujeres toman todos los días decisiones que no quieren, rumbos que no quieren, que destetan, que odian, pero que representan vías hacia la felicidad. Todas las etnias, sostienen los lingüistas, poseen lenguajes incapaces de eludir las intuiciones del tiempo y del espacio. ¿Y qué? Pues todo discurso político deberá apelar al espacio (instituciones) y al tiempo, siendo éste medido con promesas presentes que proyectan el futuro. ¿Qué hace que un discurso de tal laya se particularice? Las intenciones. ¿Para qué hay Estado? El ruso leninista dirá que para conciliar clases sociales, el español quijotil que para mantener sus instituciones nuevas, el emersoniano norteamericano que para defender libertades, el alemán hegeliano que para sintetizar intereses, el latinoamericano que para evitar tiranías, el chino confuciano que para que cada persona esté en el lugar correcto, el inglés que para proteger la Verdad. Jamás olvidemos que el formulismo discursivo no es el enemigo de la `inteligentzia´ oral, de la `Entente´.
Comentarios