El Buda, el despierto, el rompedor de mitos, de egos, desdeñó el dolor, ya que pensaba que la debilidad humana sólo provoca más debilidad, fantasmas, espectros, apariciones, supersticiones. Baruch Spinoza, en su `Ética´, decía que el arrepentimiento, que el remordimiento, que toda evocación fútil del pasado nos estorba para ver la realidad, ya que las imágenes pretéritas siempre se anteponen a las imágenes presentes, impidiéndose, así, toda práctica científica. En famosa frase el alemán Nietzsche sostuvo que el remordimiento es como la mordedura de un perro sobre una piedra, una provocación de dolores dentales banal. Y hablando de dientes, rememoremos que Wittgenstein ha meditado que la palabra «inconsciente» ha hecho que podamos vivir con dolores de muelas que desconocemos, que vivamos en el dolor, pero pensando que vivimos en un mundo «normal». Argucias y erudiciones todas éstas son utilísimas para el periodista o para el publicista, que en los viejos tiempos dedicaba sus tintas a la persuasión de las masas y no a complacer querellas sentimentales de empresas sentimentales. Cuando no sabemos cómo opera algo, creamos un mito (fábulas, historias). Cuando Natura rompe su funcionamiento, cuando hace que nuestras leyes científicas parezcan absurdas, creamos un mito (milagros, brujería). Cuando no sabemos elegir, creamos un mito (paternalismo, fascismo, heroísmo). Hay mitos griegos para las piedras, hindúes para las plantas, para humanos, para héroes y fenómenos astronómicos, mutados en fábulas astrológicas, en Tarot y en Truco, en bautizos y santos, en Inquisiciones y en Revoluciones. Renán ha dicho que el estudio científico de la ciencia histórica, inaugurada por Marx, como dice Althusser, acabará con los mitos, que en sus formas más acabadas son religiones politizadas. En América, continente nuevo, los mitos abundan. El Primer Magistrado, hombre de la novela cubana `El recurso del método´, novela que se burla de la falta de método en el continente de «acá», dijo: «Nada camina tanto en este continente como un mito». Un buen discurso usa mitos. Luther King, al pedirle a la patria norteña cesiones bélicas, usó mitos evangélicos para convencer. Un mito mal usado, descontrolado, es caries que destruye ciencias, órdenes, sistemas. En América la ciencia tiene caries, tiene los dientes sucios, tiene la boca sucia, llena de mitos. El `Positivismo´ mal entendido de Comte (llamado «acción»), el `Psicoanálisis´ mal entendido de Freud (llamado «ciencia»), son anestesias, paliativos que hacen posible una vida dolorosa que parece «normal». El miedo social, efecto de la inestabilidad económica o política, crea mitos, o historias que justifican derrotas, o proyectos vacuos y misiones truncas. Peralta, asesor del Primer Magistrado en la supracitada cosmogonía, pensaba: «Cierto, muy cierto –opinaba el profesor liceísta que a menudo emergía en Peralta–: Moctezuma fue derribado por el mito mesiánico-azteca de Un-Hombre-de-Tez-Clara-que-habría-de-venir-del-Oriente. Los Andes conocieron el mito del Paracleto Inca, encarnado en Tupac Amaru, que buena guerra dio a los españoles. Tuvimos el mito de la Resurrección-de-los-Antiguos-Dioses que nos valió una Ciudad Fantasma en las selvas de Yucatán, cuando París celebraba el advenimiento del Siglo de la Ciencia y rendía culto al Hada Electricidad». Hemos dicho, arriba, que el mito nace cuando ignoramos funcionamientos, suspensiones legislativas y direcciones. Carlyle se mofaba de la democracia (sistema de urnas en el caos), monstruo que nace, afirmaba, cuando hay carestía de líderes. ¿No hay líderes de carne y hueso? Pues los habrá de alma, de aire, de `parole soufflé´. ¿No sabemos cómo funciona la pólvora, la brújula y la religión del contrincante? Pues haremos de un hombre un Hermes, un exégeta. ¿No sabemos por qué una ciudad se hunde o emerge? Pues pensemos en `civitas´ divinas, en Atlántidas, en ciudades fantasmales, como lo hizo Bacon o Platón o Harrington o Campanella o Tomás Moro. Nuestro discurso, sí, debe explicar, reunir lo separado, trazar derroteros, regresarle la magia y el encanto al idioma, encanto roto por el lenguaje de los sociólogos, según Pierre Bourdieu. No hay una «consciencia» social, se sabe, pero nosotros hablaremos de una. No hay un camino a seguir, pero nosotros diremos que tal técnica, que tal método o que tal idea abre caminos, que tal teoría engendra tendencias, que tal tratado mejora vidas, que tal misión diplomática traerá mejorías. La misión del discurso político, como la misión de la religión, es devolver esperanzas, es hacer, como dice el texto de Carpentier, de la Electricidad, de la ciencia, un Hada, un mito iluminador. Foto cortesía de Fotolia.
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