Clase de creatividad– Un viejo y sabio profesor francés me enseñó la doctrina de los sofistas, letrados hombres que buscaban llegar a la verdad a través de la palabra, de la retórica, de la indagación sonora. Al improvisar un discurso, como al arrostrar enemigos, jaloneamos nuestros mejores materiales, lecturas, mares y tierras, como diría Neruda, para persuadir, para impresionar, para convencer, para vencer los ánimos ajenos, para ser un Príamo que haga de Aquiles el `pardoner´ de Héctor. Al hablar en público, asesta el sofista, nos pulimos, nos encomendamos a la buena pronunciación, a la fonética, que en sus mejores tiempos produce, vibrando, vibrantes argumentos, exordios y más. Según los sofistas es la poesía la madre del buen decir, del buen pensar. La poesía, como a Lope, nos saca de aprietos, nos muestra consonantes sueltas y dispuestas a aceptar entre sus brazos vocales fuertes y débiles, amplias y agudas, castellanas y rotundas o francesas y discretas. Tales actividades causan una inconsciente actividad heurística, afanosa, avezada en achaques epistémicos, noéticos, ideáticos, mediáticos. Si la luz es atraída por la gravedad, como señaló sir Eddington, entonces el sonido también es atraído por la gravedad, por lo gravoso, por lo serio, oficial, claro, quevediano, ciceroniano. ¿Camino recto hay para encontrar nuevas ideas o teorías? ¿Son los escarbaliras los mejores meditadores o mediadores de nociones y modelos filosóficos? ¿Qué entiende la gente hablando? ¿Hablando se entiende la gente? ¿Hablando entiende la gente? ¿Sólo la gente capaz de hablar bien entiende algo? Hay una pintura heurística, esto es, una que abusa del realismo para saturar o interrogar a la realidad, llamada `El almuerzo en el campo´, del señor E. Manet, realizada en 1863, quiero decir, en nietzscheana época, en vital época, que me angustia, que me hace pensar cosas impensadas, incoherentes, vagas, bagatelas, nimiedades y fruslerías, en cosas tan inútiles que por serlo me han abierto la cabeza, a guisa de garrote, para meditar más hondo y mejor. Hay, dicen los sociólogos, raciocinios arquitectónicos y polémicos, es decir, hay del mundo construcciones ideales y reales, siendo las reales exigentes de improvistos, siendo las ideales enemigas de lo espontáneo. En el óleo de Manet veo justo eso, veo razonables razonadores trajeados y veo polémicas mujeres en escasísimas túnicas, ora de piel, ora de tela. ¿Haber connivencia puede entre caballeros elegantes y Molineras y Tolosas que creen que doncellas son porque quijotescos caballeros ensalzan sus desaguisados y alientos harto aceitosos pero inútiles para dilapidar belleza? La heurística es eso, es una dialéctica no entre contradictorios, sino entre antípodas. El caballero, como el científico, ajusta su léxico para que quepa en el malversado oído de las desnudas y de los desnudos de ciencia, mientras que las desnudas mesuran sus coqueteos para no parecer de raigambre baja. El nuevo código naciente en tales almuerzos produce ideas nuevas, ya que heurístico es. ¿Coincide la vestimenta de ellos con el entorno? No, no hasta que el poeta trastoca la yerba en alfombra, el árbol en techo y el color circundante en `Muse Verte´, como dice un poema de Rimbaud que llevo conmigo desde inmemoriales tiempos. ¿Qué acaece al mudar lo verde en musa? El color se hace ambiente, olor, y éste, para llegar hasta las narices necesita del viento, que es canto, sonido, vibración mantenida, `fiato´, como dicen los músicos. ¿Necesita alimento frutal el que a bien tiene alimentarse con arte o con «sabrosas memorias», como el Quijote? ¿Qué pasa, según enseñó Aldous Huxley, cuando voluntarias hambrunas padecemos? La mente crítica, la arquitectónica, la rígida, abre las puertas de la percepción, y todo entra y cabe y acomodo encuentra en la psique, que gustosa albricias de bienvenida da para que los visitantes algazaras procreen, a guisa de cenzontles, voces armónicas, nuevas, una voz nueva y única y grande y abarcadora, tan grande como la idea de Dios, que hace «muy angosta la realidad por mucho que se expande», como dice un poema de Unamuno. La heurística es, al fin y al cabo, una criba, una matadora de sobrantes, de dejos, de resabios, es el arte de desanudar la «suma de las críticas» que amarran nuestra inteligencia. Foto cortesía de Fotolia.
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