Apuntes para mi nuevo curso de semiótica en la BUAP y en la UMAD. –La ciencia busca la realidad de las cosas, mientras que la filosofía busca qué es lo que hace que las cosas sean reales. Una ciencia idónea para hacer cualquier clase de comprobación es la semiótica. Pero, más que ciencia, es una disciplina, esto es, un modo de acercarnos a las cosas. La semiótica analiza los signos, los códigos y las fuentes que hacen que los lenguajes sean vigentes y eficientes. La filosofía, en cambio, va más allá, va hasta el significante, hasta la cultura y hasta las ciencias e ideologías políticas que nutren a los signos, a los códigos y a las fuentes. La semiótica, siendo disciplina, es una actitud, una forma de actuar frente al hábitat semántico; la filosofía, siendo ciencia de las ciencias, es una sistematización, ardid para entender el sentido del hábitat, o por mejor decir, su configuración y su «pathos».
Actitud y sistematización no son dos «posibles» herramientas de estudio entre muchas otras, sino dos necesidades insoslayables para comprender qué es lo que realmente, sí, «realmente» está pasando en la percepción. Mentemos que la semiótica es luz y que la filosofía es andamio. Para conocer la estructura y las notas de un andamio necesitamos de la semiótica, pero para echar mano de la semiótica es menester ser filósofos. Semiótica, sin filosofía, es mera postura, urdimbre de palabras y de teorías; filosofía, sin semiótica, es mero mecanismo escrutador. ¿Es posible adunar saberes filosóficos y semióticos sin caer en el verificacionismo ni en el criticismo? Dedicarnos sólo a verificar equivale a ser simples técnicos, obreros del lenguaje, gramáticos; dedicarnos, en parangón, sólo a criticar equivale a ser simples meditadores de vacíos, estilistas.
Hemos hecho este circunloquio porque sólo circundando los objetos es posible comprender la importancia que tiene la semiótica en el mundo que nos atañe, que es el mundo de la comunicación, que cuando es estudiado bajo la óptica de la sociología requiere de la filosofía para realmente producir conocimiento y no sólo opiniones. ¿De qué está hecha la filosofía? Sobre todo, de lógica. La lógica, recordemos, no es una forma de pensamiento universal e igual en todos los seres humanos y en todas las sociedades. La lógica, sí, es una construcción provisional, aunque de larga duración y alcance cuando no es criticada. La lógica, vemos, toca todas las cosas, desde la psicología hasta la sociología. Estudiar psicología para entender el pensamiento de un pueblo sin reflexionar sobre las limitaciones de ésta es como trabajar a ciegas, inocentemente; estudiar la comunicación humana sin tener en cuenta los influjos de la lógica es como trabajar, a palabras de Kierkegaard, para el Diablo y sin saberlo… Que la semiótica manifieste su poder sobre él.
La lógica está hecha de dos ingredientes: de fenomenología y de gramática. Los fenómenos, hechos «logos», esto es, discurso, «ratio», razón, nos enseñan qué es causa y qué efecto; la gramática, que nace del habla de los mejores, o sea, del modo en que los mejores ven el mundo, nos da un recurso para ordenar lo que vemos. Un gran hombre, digamos Nebrija, ve cierto orden mundano y luego hace con dicho orden una proposición, forjando, así, una cosmovisión, una perspectiva; luego, sus alumnos ven el mundo con los ojos del maestro, de la gramática del maestro. Así nace la razón, la noción de causa, la de efecto, la ciencia misma. La semiótica investiga cómo nacieron nuestras perspectivas, o nuestros modos, como hemos dejado escrito, de acercarnos a las cosas. Pero tal investigación o pesquisa debe tener límites, debe ponderar qué perspectivas sí son útiles para hacer nuestras ciencias. Instintivamente, si me permiten usar el término, rechazamos el subjetivismo o la opinión ajena; impulsivamente, notemos, reprobamos lo añejo.
Cualquier idioma necesita de poetas para, como diría Zubiri, «actualizar» el habla. Si siguiéramos usando el modo de hablar de Nebrija, ¿podríamos comprender los fenómenos? Ciertamente, no. Decía Kant que la lógica, con el pasar del tiempo, suma atributos a los objetos, haciéndolos, finalmente, monstruos. ¿Por qué acaece este fenómeno? Porque todo sistema lógico, por ser «lógico», está urdido para evitar la contradicción. Un pensador que siempre piensa a solas, que evita la disputa o pulimentar sus aseveraciones discutiendo, termina pensando quimeras, pues no hay quien ponga límites a sus fantasías. La «mente», la «inteligencia», propende a la fantasía, y es misión de la filosofía acotarla. La semiótica sirve para distinguir lo quimérico de lo real, en tanto que la filosofía para verificar que lo real sea actual. De lo actual extractamos signos alegóricos, sincrónicos, no filológicos ni diacrónicos, así como los códigos fraguados en las instituciones y en el arte, así como las fuentes biológicas y sociológicas de las dos cosas anteriores. Todo esto constituye el fundamento de la semiótica, actitud intelectual que nos permitirá escribir artículos periodísticos comprensibles y redactar discursos políticos eficientes y elocuentes.
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