¿Qué es la filosofía? ¿Para qué sirve en el mundo de la propaganda, que abarca casi todo el mundo? Es, como dijera Julián Marías, una «visión responsable». Pensar con pasión, meditar asuntos importantes, filosofar para descubrir cuáles son nuestros errores morales, nuestros defectos metodológicos y nuestras insensibilidades estéticas, es filosofar. Sin filosofía es imposible cualquier diálogo fructífero, de los que sacan a la luz verdades nuevas, teorías útiles para avanzar en el árido campo de la ciencia. Sin filosofía siempre se dicen las mismas cosas, y por culpa de tal vacuidad se llega a sostener, obteniéndose fanfarrias de las masas, que la «ley sirve para cuidar los derechos de los hombres»; y tal decir, ridículamente, se tiene por erudito, por asombroso. Si bien la filosofía sirve para saber cuándo asombrarnos, cuándo sorprendernos y para ir hacia la sabiduría, la filosofía también sirve para que no seamos sobremanera asombradizos, para que no nos comportemos como toros que reaccionan agresivamente ante todos los fenómenos que nos rodean. Los universitarios, vemos en las aulas, carecen de todo conocimiento filosófico y no saben distinguir una proposición falsa de una verdadera, ni un juicio de una creencia. Es menester, en las universidades, enseñar lo que tendría que aprenderse en los años tiernos; y esto significa que es imposible, al día, toda investigación sólida y productiva en las aulas de nuestras universidades. Recuerdo que Julián Marías, en un artículo escrito para el periódico `ABC´, de Madrid, quejábase de la laxitud que muestra la modernidad al pensar. Pocos saben cómo fue que llegamos a pensar como lo hacemos, pocos los que saben un ápice de historia y menos de teoría política; y sin saber tales cosas es imposible determinar qué sea la psicología y qué la antropología, ciencias del espíritu que aspiran a separarse de la filosofía, o por mejor decir, a contar con su propio y definido objeto de estudio. ¿Cómo un joven va a ejercer eficientemente el oficio de propagandista si desconoce todo el recorrido que el pensamiento humano ha tenido que superar para llegar adonde está? La historia es el inconsciente de la política, recuérdese. ¿Qué sensibilidad tendrá el joven que ignora las pasiones, la literatura, el arte y los modos de comprender el arte, que están en la filosofía? «Hoy existe, entre los universitarios mismos, una asombrosa incultura filosófica, un desconocimiento casi total de los pasos por los que el pensamiento ha llegado a nuestro nivel, y de en qué consiste ese nivel mismo», afirma Marías. El «experto» en propaganda que no sabe cuál es el nivel de pensamiento del hombre moderno es como un niño recién llegado al mundo que todo tiene que aprenderlo y descifrarlo. Quien no sabe filosofía, quien no tiene una visión general de los mecanismos de la lógica actual, parece un inocentón ante el público, que aunque no sabe precisamente cómo funciona su racionalidad, sí sabe distinguir, a fuer de «estar en el mundo» (Heidegger), un argumento falso o increíble de uno verdadero y persuasivo. Durkheim, en su obra llamada `Las reglas del método sociológico´, refiere que en el siglo XIX «se fundó una psicología objetiva, cuya regla fundamental consiste en estudiar los hechos mentales desde fuera, o sea como cosas». ¿Qué son las cosas? Para quien ignora la filosofía las cosas son simples objetos, masas torturadas y moldeadas por las leyes físicas, y como tales, pensará el inocentón, pueden ser vistas por cualquiera en su pureza y analizadas sin más obstáculo que la distracción. Tenemos, así, que quien no sabe filosofía es un viejo empirista, una especie de Adán que confía plenamente en sus sentidos, los cuales, como se ha demostrado durante los últimos y despreciables veinticinco siglos, siempre nos engañan. ¿Qué podemos esperar de una universidad que antes forja réplicas de Adán u hombres salvajes que se ven tentados por cualquier manzana que ciudadanos con «visión responsable»?
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