Nuestra sexualidad es nuestra mejor publicidad, y arreglada se llama sensualidad. Vernos bien, lucir apetitosos, nos abre muchas puertas, sobre todo las de la concupiscencia. Las empresas buscan gente que tenga «buena apariencia», lo cual quiere decir que buscan gente «sexy» que invite a la acción y que estimule los sentidos del prójimo. La publicidad, desde la que hacen los desodorantes hasta la que hacen las marcas de automóviles, desde la que hacen las aseguradoras hasta la que hacen los hospitales, usa gente «sexy». Y no es que los personajes de la publicidad tengan por fuerza que ser sexualmente atractivos: pasa que quien elige a los actores no medita en los procesos que lleva a cabo su razón al seleccionar gente. Lo que se ve bien, lo bello, está íntimamente ligado a la sexualidad humana. «Si es fuerte puede cuidarnos», o «si es tierna puede cuidarnos», pensamos sin saberlo. Los animales con más éxito sexual son los más bellos, o sea, los más atractivos sexualmente. Si algo es «sexy» es bello, y si es bello es confiable… ¿por qué pensamos así? Porque nuestros instintos nos dictan que lo que es digno de procreación también es digno de la naturaleza, y lo que obedece a las leyes naturales obedece a las reglas de la vida. No es este el lugar para hacer un análisis de la sexualidad y de su historia, pero sí para señalar que hasta los objetos, en sí mismos, tienen su parte erótica. Lo erótico insinúa, invita, mientras que lo pornográfico, como la palabra lo dice, gráficamente muestra lo que quiere mostrar. Una botella de alcohol puesta entre las piernas de un guapo modelo simulará ser un falo, claro, y una curva en alguna botella de cristal simulará ser el talle de una bella mujer. Notemos que estamos hablando más de rasgos y de gestos, de símbolos, que de figuras geométricas totalmente acabadas y singularizadas. El ser humano, porque tiene cultura, se fascina en cualquier interpretación, en iniciar interpretaciones a partir de cualquier rastro o de cualquier gesto. La dama que nos mira sólo quiere saber si pediremos algo más de comer, pero nosotros, hombres, imaginamos que se ha enamorado de nuestra gallarda figura; el tío carismático sólo quiere vendernos una estufa, pero nosotras, mujeres, vemos en él un príncipe que ama la cocina y que podría hacernos el desayuno en una cabaña romántica. Tales imaginaciones, íntimamente ligadas a nuestros razonamientos, conforman nuestra percepción, y así es que vemos lo que no hay ahí donde hay una mera insinuación. Conocer lo erótico de una sociedad nos hará conocer su percepción, y tal percepción será usada con fines comerciales para insinuar desatinos, para vender algodón «sexy», es decir, para vender curación contra el dolor, pues el dolor es parte del placer y el placer vulgar, que viene de los estímulos físicos, tiene que ver con el sexo, con lo «sexy».
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