¿Por qué en muchas ocasiones, diríamos que en casi todas, hablamos de nuestra competencia cuando queremos referirnos en realidad a nuestro competidor?. Si apelamos a significados vemos que “el competidor” viene de competir, es decir, del hecho de luchar o rivalizar entre sí varias personas por el logro de algún fin. Sin embargo “la competencia” viene de competente, o sea, ser experto o conocer bien una disciplina o una técnica. Puestos en materia vemos que no usamos el término correcto al decir que alguien es “nuestra competencia” cuando en realidad es “nuestro competidor”. Y si prestamos atención veremos por experiencia como usamos el término erróneo casi todas las veces que hablamos de nuestros iguales y rivales en el mundo de los negocios. Podríamos preguntarnos … “¿bueno y qué más da si usamos otro término?”. Pues en realidad sí es importante porque al confundirlos no sólo desviamos la referencia correcta sino que el “nuevo significado”, con el que decoramos al término competencia, nos aleja de la verdadera naturaleza del mismo, que para nosotros es de suma importancia como empresarios y/o profesionales. Si acudimos a la esencia de cada término vemos que no sólo son diferentes sino que la casuística nos lleva a entender que son inalienables cuando hablamos de desarrollo empresarial o profesional, que ambos son dependientes y que, por regla general, se potencian cuando van cogidos de la mano. Competir es algo que todos hemos hecho en un momento u otro de nuestra vida, es innato en el ser humano en mayor o menor medida dependiendo de cada uno y es una acción sobre la cual se ha sustentado el crecimiento humano y el desarrollo de una civilización avanzada. Competimos por placer o por negocios, por amor o por envidia, por ignorancia o por ayuda pero siempre estamos compitiendo. Sabemos que no siempre gana el mejor ni el más preparado pero ello no significa que no haya que intentar serlo. La competencia es nuestra cualidad de ser expertos o conocedores de algo, nuestra capacidad para responsabilizarnos de ello y llevarlo a término con éxito. Ser competente es mejorar uno mismo día a día con el objeto de ser mejor mañana de lo que uno es hoy sabiendo que hoy ha sido mejor de lo que fue ayer. Y aquí tenemos el nexo, la relación intrínseca, unidireccional y de dos sentidos donde en muchas ocasiones no es posible ser competitivo si no se es competente y en otras ocasiones la competición es la base de la competencia. La competición referencia a las personas, a cómo afrontan y resuelven un reto entre ellas. La competencia se refiere a la persona, a qué cualidades dispone y qué capacidades utiliza para resolver ese reto. Es nítido que cuanto más competente eres contigo mismo, más probabilidades tienes de vencer en una competición, generando así la posibilidad de hacerlo. Es por ello que en casos de competición de alto nivel no es posible ser competitivo si no se es competente en lo que se compite. Carecer de competencia como velocista impide de base ser corredor de 100 metros lisos al no tener cualidades para ello. ¿Se podrá entrenar hasta la extenuación para poder correr?, por supuesto. ¿Será competitivo para el objetivo deseado?, probablemente no. Es evidente que siempre podemos competir pero la búsqueda de un objetivo desgasta si uno ve siempre lejano dicho objetivo y acaba por abandonar. No servir para una determinada competición no es problema, el problema es desconocer nuestras limitaciones como competidores y seguir compitiendo en pos de un objetivo inalcanzable. De ahí la importancia de la competencia, de ser competentes y además ser coherentes con nuestras limitaciones y posibilidades. El objetivo debe ser nuestra competencia y no nuestra competición. Si somos competentes en lo nuestro nos aseguramos un puesto en la línea de salida porque nos iguala, cuanto menos, a nuestros competidores. Y del potencial de nuestra competencia nacerán nuestras diferencias y valores que nos llevarán a cruzar como primeros la línea de meta. Para competir debemos ser competentes. Hay que ver qué hacen nuestros competidores pero siempre desde una posición de competencia propia. La naturaleza tiene innumerables ejemplos de competencia y competición pero uno de los que llama la atención es la cebra. Este animal en blanco y negro, aparte de tener la suerte de no conocer qué es el estrés hasta el momento justo de ser atacado, tiene una característica que lo hace especialmente competente a la hora de salvar de su vida. La cebra conoce a la perfección sus limitaciones y a la hora de correr no se preocupa por correr más que león porque sabe que eso no es posible sino que se preocupa por correr más que las cebras que tiene al lado. Es un ejemplo de simplicidad, de reconocimiento de limitaciones y de competencia para evitar ser devorado. Seamos competentes y compitamos como la cebra porque aún tenemos mucho por correr.
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