Todos tenemos talento, en mayor o menor medida y en un determinado grado que varía dependiendo de la persona. Y en muchas ocasiones no depende sólo de nosotros saber que lo tenemos, en ocasiones es necesario que alguien nos ayude a despertar ese talento. Talento es una palabra que a veces referenciamos de forma confusa ya que cuando se habla de él siempre se piensa en la máxima expresión del mismo. Miguel Ángel tenía un extraordinario talento para las artes pero no es necesario pintar “La creación de Adán” para considerar y apreciar el talento. Ese es uno de los muchos grados del mismo, aunque hay que reconocer que fue extraordinario. Y una de las claves para descubrirlo, visibilizarlo y potenciarlo es acudiendo a nuestro interior, a la cueva en la que todos nos resguardamos, de la que procedemos y en la que custodiamos nuestros mayores secretos. Pensamos que porque somos adultos ya no podemos acceder al talento y nada más lejos de la realidad, todos deberíamos definir un plan de detección del talento, entrar en nuestra cueva y ver qué tenemos allí guardado, qué es eso que nos gustaría potenciar en el plano personal, profesional o en ambos. Todos sabemos hacer algo especialmente bien. Cierto es que los sistemas educativos no están pensados para detectar el talento y muchos de los modelos empresariales siguen dando la espalda al mismo pensando que la acción es más importante que la previsión, que para trabajar todo el mundo es bueno y que buscar la excelencia no va con ellos. Son hechos demostrados que el “empollón” siempre ha sido separado del resto, que el profesional diferencialmente capacitado en un equipo de trabajo ha sido aislado por envidia o que el ejecutivo talentoso ha sido menospreciado si por circunstancias vitales ha sido el hijo del dueño. Es imperativo, en los tiempos que corremos donde es necesario acudir a todo nuestro arsenal de sentido común, que entendamos que efectos como los anteriores no son causa del talento sino que vienen dados por ausencia del mismo. El ser humano es muy poco amigo de reconocer sus limitacionesy ello conduce a la incomprensión hacia terceros con mayor capacidad. La empresa necesita de la creatividad, de la innovación real y simple, del talento, del sentido común, de la coherencia y del trabajo en equipo para navegar en el embravecido océano de este huracán de categoría 5 llamado “Crisis”. Es momento de entrar en nuestra cueva, de ver qué víveres guardamos y qué trastos inútiles demandan ser retirados de la circulación. Es tiempo de limpiar la cueva, de conocernos y reconocernos, de aceptarnos como somos frente a nosotros y frente a los demás. Pensar que debemos ser iguales a ellos o estar a su altura no tiene sentido y sembrar animadversión hacia ellos porque son mejores, es surrealista. Es muy necesario entender que el problema no radica en la calidad del tercero sino en la posible ausencia de calidad en nosotros. No podemos culpar a los demás porque corren más que nosotros, recordemos a las cebras cuya preocupación por escapar del león se centra no en ser más rápidas que él sino en serlo más que las cebras que corren a su lado. Y el talento es uno de esos salientes a los que asirnos si resbalamos en nosotros mismos y perdemos pie. No debe darnos miedo interrogarnos a nosotros mismos: ¿Qué sé hacer bien? ¿Estoy trabajando en eso que se me da tan bien? ¿Tengo posibilidad de cambiar y hacerlo? ¿Soy capaz de desarrollar al máximo esa cualidad para dar un salto de calidad? Iniciativas como La Cueva de los Talentos nos acompañan en ese viaje hacia el interior de la cueva desde el que extraer las herramientas propias de talento y creatividad que nos ayuden a ser mejores fuera de ella. Porque dentro de la cueva nos sentimos seguros pero fuera las cosas cambian y, en muchas ocasiones como antes hemos visto, el enemigo no está fuera de la cueva sino dentro, somos nosotros mismos. Un ejemplo es que vivimos muchos momentos en los que preferimos sufrir por el simple y erróneo hecho de no saber apreciarnos como somos ni saber apreciar a los demás como se merecen. “Se cuenta que una serpiente estaba persiguiendo a una luciérnaga. Cuando estaba a punto de comerla ésta le dijo: – ¿Puedo hacerte una pregunta? La serpiente respondió: – En realidad nunca contesto preguntas de mis víctimas, pero por ser tú te lo voy a permitir Entonces la luciérnaga preguntó: – ¿Yo te hice algo? – No – respondió la serpiente – Entonces, ¿por qué me quieres comer? – inquirió el insecto Y la serpiente respondió: – Porque no soporto verte brillar” Todos tenemos nuestro lugar en cada espacio que ocupamos. Todos tenemos talento y todos podemos explotarlo, preocupémonos por encontrarlo, potenciarlo y así dejar que las luciérnagas brillen.
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