La mayoría de las personas en algún momento de su vida profesional han tenido la desdicha de toparse con al menos una frustración laboral. Es probable que sea parte de lo que debas aprender para sobresalir o crecer, pero de que pega, pega. Intentando ver el lado bueno del asunto caí en la cuenta de que será inevitable, algún día, tomarte un café con la bendita frustración. Y es por el simple hecho de que no todos los seres humanos pensamos igual y no actuamos hacia un mismo fin, así que como dice el dicho “cada quien trabaja para su santo”, pero es una realidad que a veces los que actuamos de buena fe, no siempre somos los más inteligentes. Para ello encontré dos pilares de vital importancia para no colgar los tenis ante un hecho de frustración meramente profesional, estoy segura que ustedes tendrán un par más que aportar.
- No son competencias, nos guste o no siempre trabajaremos en equipo.
Nuestro trabajo no es reñir entre aliados, es demostrar nuestro conocimiento y experiencia con hechos y mejor aun cuando todas las cabezas involucradas se sincronizan para dar resultados. Por ejemplo, no sirve de nada que una marca tenga al negociador de medios más audaz si al creativo le falló por completo la comunicación o fue tan confusa que el resultado se reflejó en bajas ventas. Si ambas partes hubieran integrado sus conocimientos tendríamos a un cliente feliz y sonriente.
- El cliente no siempre tiene la razón.
No hay tendencia que marque una ley. Por más que tu cliente sepa del negocio o haya pagado el análisis de audiencia más detallado, el único que tiene la última palabra siempre es el consumidor. Es esa señorita a la que un día se le antoja salir a buscar a la tiendita una bolsa de papas y al día siguiente desayuna el cereal más acartonado con leche deslactosada light por la culpa. Así que por más que nuestros clientes se emberrinchen en una sola idea o tendencia, no hay que olvidar que seguimos trabajando para seres humanos.
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