¡Oh, no! Oh por Dios, ahí viene el cliente, corre. ¿Cuántas veces no hemos querido matar al cliente? Infinitas, ya sé. Gracias cliente gracias, gracias por sentirte creativo -la verdad lo eres, pero nosotros somos los expertos- (ay aja). Gracias cliente por trollearnos y fundirnos hasta altas horas de la noche. Por ti cliente querido, he aprendido a ser mejor. En serio, lo juro. Nos quejamos de las clientiñas, clientadas, clientiliñas o como le llames, pero no nos damos cuenta que un cliente es como una relación en la que descubrimos de ambas partes lo fabuloso que es crecer juntos y aprender uno de otro. Sí, los clientes son la mejor relación que podemos tener. Hay que cuidarla y ser tan tolerantes como podamos porque si bien no recibimos amor a cambio, sí el dinero para echar el taco. Los clientes más increíbles son los más exigentes, pero también los más atrevidos. Todo se resume a una relación. Así es porque somos humanos, estamos conectados y en medida que logremos generar confianza y demostrar el amor y pasión por la marca, el cliente mismo apostará por más cosas. ¿Quién no quisiera tener el mejor cliente? El cliente soñado aprueba todo, apuesta por ideas de Cannes y tiene el presupuesto más grande que la fortuna de tío McPato. Lamentablemente ese cliente no es tan fácil de obtener, porque de que existe, existe, te lo aseguro. Pero todo es una construcción. No esperemos ni desesperemos por clientes que tienen miedo, es obvio y es claro que lo tienen; demuéstrales de lo que eres capaz y se enamorará de ti como una adolescente. Seamos pacientes, cuidemos a nuestro cliente e invirtamos nuestro tiempo y esfuerzo (de calidad) en esas ideas que pueden llevarnos a Cannes y a ellos a elevar ingresos y lograr objetivos. Es mentira que solo con las grandes marcas se puede ganar un premio. Mentira. Todas las ideas, todas… son dignas de ganar. ¿Por qué vas a apostar? Imagen cortesía de iStock
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