Muchas veces me han acusado de fatalista, o de pesimista. Y no, no es que lo sea en verdad. Pero me gusta ver las cosas desde otra perspectiva, desde lo difícil. Porque verlo siempre desde el lado fácil no tiene ningún reto. Tengo un familiar que ve siempre lo ideal. Ojo, esto es peligroso ya en la realidad. Les explico: al momento de visualizar un proyecto, él imagina la inversión a ojo de buen cubero e inmediatamente, se hipnotiza, le brillan los ojos, y comienza a hacer sus cuentas. “50 pesos libres por cliente, y si traemos 800 clientes diarios… entonces… ¡sí! ¡seremos millonarios!” ¿Neta? ¿are you kidding me? Sí, les juro que es real. Conmigo se ha enojado cuando trato de aterrizarlo. Oye, no es posible traer 800 personas al día, ¿va a atender Juan Gabriel? A eso me refiero con el peor escenario. En cada proyecto, desde que uno llega a un acuerdo con el cliente, debes estar protegido. Sobre todo si no todo depende todo de ti: proveedores, fletes, viajes. Un ejemplo muy sencillo: levantamiento de imagen en otra ciudad. ¿Qué pasa si el vuelo se retrasa? ¿Y si hay mucho tráfico? ¿O si llueve? No es que podamos controlar el mundo, pero sí podemos anticiparnos a ciertas situaciones. Llegar una noche antes, llegar hora y media antes a la locación, preguntar si va a ser en exterior, cómo estará el pronostico, ¿hay un plan B? Vaya, se trata de pensar un poco hacia el futuro, imaginar cómo se desarrolla todo y qué contratiempos podrían surgir. Esto nos facilitará la vida, y además nos hará ver más preparados. Si al final del día todo sale perfecto y no se requirió ningún plan B, pues qué bueno, todos salimos ganando; pero trazar un plan sin contemplar variantes, es muy riesgoso. Pregúntenle a mi familiar.
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