Nuestra postura ante los discursos de la actualidad es obstinada en la mayoría de los casos. Cuando algo que escuchamos o leemos tiende a apuntar a algo totalmente distinto a lo que sostenemos en términos de valores o ideas, o cuando representa para nosotros una “ofensa” a algo que estimamos, nos cerramos y criticamos sin ton ni son. En gran parte esta reacción defensiva es consecuencia del miedo a perder nuestra identidad, a exponernos de manera que otro sea capaz de interferir con nuestros valores. Aquella resistencia que imponemos opera a partir del hecho de que las personas buscamos constantemente romper la barrera de la dependencia y lograr una autonomía emocional que nos permita tomar nuestras propias decisiones en la vida sin que una crítica ajena estorbe nuestros planes de independencia. No es malo, sino natural, desconfiar del discurso de aquellos que piensan distinto a nosotros. Este discurso puede formar parte de diversas maneras de expresión pública, desde una campaña política hasta la difusión de una nueva tendencia cultural; desde una publicidad acerca de un bien, servicio o incluso una propuesta, hasta el consejo de un conocido. Está el otro extremo, aquel discurso que refuerza lo que ya defendemos. Que no solo abarca los ideales que nosotros ya apoyamos, sino que utiliza esta corriente de pensamiento que está en juego para transmitir a aquellos que escuchan con los oídos bien abiertos una nueva idea. Sin embargo, dependiendo de cuál sea el mensaje que se trasmita, puede ser un refuerzo como antes dije, o un mero aprovechamiento para cambiar implícitamente aquellos ideales. ¿Qué significa todo esto? Cuando estamos frente a un mensaje sentimos que nos hayamos entre dos caminos: aceptarlo o rechazarlo. Confiar o no confiar en aquel mensaje. Sabemos que confiar en algo es un arma de doble filo, pues para permitir el vínculo de confianza hay que tener cierto grado de vulnerabilidad. “El valor es hijo de la prudencia, no de la temeridad” en palabras de Pedro Calderón de la Barca. Porque es justamente cuando tenemos el valor de exponernos ante algo distinto que dejamos de lado el miedo a ser manipulados, mostrándonos firmes ante lo que defendemos sin ser recios e incapaces de escuchar el mundo que nos rodea. Hay una muy delgada línea aquí entre la crítica constructiva y la hipocresía de quienes dicen escuchar pero en realidad temen que sus ideales se vean afectados ante cualquier opinión ajena. Pero para llegar a poseer una crítica constructiva primero hay que dejar de pensar que un mensaje sólo se acepta o se rechaza. Aceptar tajantemente una idea es tan peligroso como rechazarla rudamente. Pensar “esto está bien, pero podría ser mejor” o “esto no está bien, pero es un punto de partida para plantearse algo distinto”, es el camino ejemplar para lograr un equilibrio entre la confianza hacia el otro y la autenticidad de nosotros mismos. La verdad es que la confianza es un don. No es fácil, pues estamos ante la amenaza de aquellos que sacan partido de nuestra vulnerabilidad de reflexión acerca de una idea. Empero, cuando aceptamos nuestro miedo pero no queremos quedarnos atrás, desarrollar esta crítica constructiva donde somos flexibles ante otras posibilidades y a la vez seguros de nuestra identidad es claramente todo un logro que nos permitirá no solo escuchar, sino ser escuchados ante aquellos que piensen como nosotros, e incluso ante los que piensen distinto. AUTOR Verónica Solana Estudiante de Artes Combinadas en la Universidad de Buenos Aires. Pasión por la psicología y la filosofía. Amante de la comida, la música y la vida misma. Escritora empedernida, fascinación por la metáfora, la forma más mágica de comunicación. Los pies en el suelo y la vista en el cielo. Twitter: @VerooSolana Imagen cortesía de iStock
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