Dice el refrán que “la música amansa a las fieras”, y ¿qué mayor fiera que el ser humano? La música es capaz de estimularnos o relajarnos, de animar una noche de fiesta o de hacerte sacar todas esas lágrimas que inundan la profundidad de tu interior en la peor de tus rupturas amorosas. Nos hace sentir con sus acordes melódicos o estridentes, y también pensar con esas letras que parecen definir a la perfección nuestras vidas. La música mueve el mundo: poner en funcionamiento el motor de mi vida por las mañanas es todo un reto, el que me conozca sabe que no soy capaz de interactuar con el resto hasta que no pase un buen rato desde que me despierto. Sin embargo, aunque me haya levantado hace media hora, es poner la música en marcha para ir a cualquier lado y todo cobra un color más bonito. Todos, sin darnos cuenta, tenemos un estilo musical, incluso unas determinadas canciones, para cada una de las situaciones de nuestras vidas. Y creo que es por ello que sus letras parezcan describir nuestra vida a la perfección: elegimos que música queremos escuchar en función de cómo nos sentimos. Y cada uno siente la vida a su manera, es por ello que estando tristes unos preferirán escuchar Metallica y otros Pablo Alborán. Aunque por otro lado, lo lógico sería que estando tristes escuchásemos las canciones más alegres de esos cantantes a los que nos apetece escuchar, aquellas que fomentan la positividad y nos ponen las pilas, pero por el contrario, preferimos escuchar la letra más triste que jamás escribieron dichos artistas. Sí, lo más lógico sería escuchar “Sunshine, lollipops and rainbows”, sin embargo lo más probable es que prefiramos escuchar “19 días y 500 noches”. Esto es así porque nuestro entristecido, decaído y cabezón subconsciente hace de las suyas haciéndonos creer que lo que necesitamos es más negatividad, como aquel que siempre se está quejando y al que no le sirven las palabras de ánimo y consuelo que otros le puedan brindar: en el fondo, él solo quiere quejarse, al igual que nuestro subconsciente. Como todo, el truco está en el poder de dominar nuestra mente: si nos forzamos a escuchar música alegre, nuestro estado emocional cambiará. ¿Nunca os ha pasado estar muy enfadados y tener que ir a la fuerza en un coche que no es el vuestro, con una música que no escucharíais en esos momentos, y que el enfado se os pase rápidamente? Lo mismo me ha ocurrido en otras ocasiones con la tristeza, la melancolía e incluso la preocupación. Cuando por alguna razón no he podido escuchar aquellas letras tristes que me pedía el cuerpo, teniendo que escuchar la música más animada de otra persona, mi estado mental ha cambiado siempre más rápido de lo que lo habría hecho escuchando la música habitual en esas situaciones. Como habréis observado, para mi, como para muchas más personas, la música constituye uno de los pilares básicos de nuestra vida. Nos acompaña “en las duras y en las maduras”, y es por ello que llegamos a amarla con todo nuestro ser, ¿cómo no ser leales a esa fiel compañera en nuestras idas y venidas que nos acompaña en cada una de las situaciones que atravesamos? La música es tan maravillosa y tan importante para mi, que hay veces que me repatea su uso publicitario: En primer lugar, detesto las “modillas”: parece que cuando una canción ha sido un éxito (ya sea el de verano, el navideño o el de cualquier otra época del año) todas las marcas sientan la necesidad intrínseca de explotarla en sus anuncios. De repente esa canción que te gustaba te invade tantas veces a lo largo del día que acabas detestándola con todo tú ser y no queriéndola oír ni una sola vez más. A veces no llegamos a comprender cómo en algún momento (probablemente la semana pasada) pudo gustarnos tal esperpento. No es necesario que todas las marcas hagan uso de la canción de moda del momento. De hecho, lo considero contraproducente: ¿qué sentido tiene que nuestra marca sea igual que todas? ¿o estar vendiendo unos auriculares con la misma música que se está vendiendo un tomate frito? Otra de las malas aplicaciones de la música en la publicidad que me hacen estremecer es la no concordancia entre la música y el producto. Aunque anteriormente os haya dicho que lo bueno cuando estamos decaídos es escuchar música alegre en contra de lo que nos dicte nuestro subconsciente, he de deciros que esto no es aplicable a las marcas: si el perfume que estás vendiendo es la pura imagen de la dulzura, con sus tonos pastel, ribetes dorados y el aroma que utilizaría cualquier princesita, no tiene sentido asociarlo con una canción al más puro estilo rockero. Si lo que se pretende es darle un toque más actual a esa marca, ¿qué tal empezar cambiando los valores y la marca en sí? Ya sé que es complicado, pero por algo habrá que empezar, y desde luego para mi la manera no es poniendo una canción que describa a la perfección aquello que queremos ser, porque lo que no describirá en absoluto es lo que realmente somos. No ser fiel a la imagen de marca es, en mi opinión, un gran error: si tú mismo te contradices, ¿qué mensaje estás enviando a tus consumidores? Además, y no solo aplicable a la música, está su uso con el volumen excesivamente elevado para llamar la atención. Muchos anuncios empiezan con una música excesivamente alta, sin caer en la cuenta de que esto no siempre es la mejor “táctica” para llamar la atención (por no decir nunca), ya que llega a ser tan molesto que el espectador directamente baja la voz hasta que acaben los anuncios, porque saben que si no son sus músicas a todo volumen, serán sus actores los que eleven el tono, pareciendo que hayan salido de la televisión para ponerse a gritar en sus salones. Por lo visto, se tiende a creer que hay que subir el volumen para captar la atención del espectador, y una vez más es una acción contraproducente: al final se opta por bajar el volumen durante las pausas publicitarias, no escuchando así el anuncio en cuestión ni ninguno de los siguientes. Algo que por tanto, no afecta únicamente a los anunciantes que deciden emplear esta “técnica”, si no a todos los anunciantes del bloque publicitario. Por último, declaro la guerra a los jingles de mal gusto. Como este que salió hace unos meses en España de la marca Aurgi, dedicada a la venta de repuestos automovilísticos, principalmente neumáticos:
He de decir, que este anuncio es un monumento al mal gusto en su generalidad, y no únicamente por su extravagante jingle, sin embargo, es un buen ejemplo para lo que trataba de explicaros. Hace años la frase “que hablen, da igual si es bueno o malo, pero que hablen” se oía continuamente. Hoy, que sabemos que las marcas deben ser lo más parecido a una persona para poder establecer un buen vínculo con sus consumidores y llegar a ser una love brand, esto carece de sentido ¿Irías por ahí diciendo de ti que te gusta comer murciélagos solo para que la gente hablase de ti? Creo que nadie en su sano juicio lo haría, entonces ¿por qué hacerle eso a las marcas? Como conclusión, he de decir que se oyen muchas quejas sobre la falta de interés y aceptación que tiene en los últimos años la publicidad por parte de los consumidores, pero esto no cambiará hasta que no entendamos que el consumidor ha cambiado (y lleva haciéndolo muchos años), y por ello necesita nuevos métodos de comunicación con las marcas, de una manera más cercana y afectiva y sin intentar invadir cada rincón de sus vidas: el fin de la publicidad intrusiva hace tiempo que llegó, y llegó para quedarse. Imagen cortesía de iStock
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