“Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”. Cicerón.
Cierras los ojos y visualizas tu negro televisor. Un negro que se define y de repente miles de anuncios inundan tu vista. Un estallido de colores, una composición de diferentes fragmentos musicales (y sí, culpo a la publicidad y sus cambios repentinos de música del éxito de los remixes). Cierras los ojos y visualizas la calle, los flyers de discotecas, el street marketing de nosequé cerveza, las fragancias dulces de modernas tiendas. Cierras los ojos y visualizas como el vídeo de youtube ha sido sustituido momentáneamente por unas chicas fantásticas que se depilan. Publicidad, lo llaman. Y vas a utilizar Netflix, que justo acaba de aterrizar en España -¡por fin! ¡Pam! Más anuncios. Anuncios, anuncios, anuncios. Publicidad, publicidad, publicidad. Pero, ¿y los libros? ¿Qué ha pasado con la publicidad sobre libros? Marginados de la velocidad a la que crece el mundo publicitario, los autores y lectores son los que impulsan con su creatividad la lectura. Hay dos maneras de promocionar una obra: mediante editoriales (tú se lo entregas, te desentiendes y ellos se encargan de todo), y te encargas tú. La primera forma, aunque cómoda, requiere paciencia y probablemente un previo reconocimiento social. Mientras que en la segunda, gracias al auge tecnológico, cada vez son más los autores y lectores que utilizan recursos como el bookcrossing (dejar un libro en un lugar para que otro pueda intercambiarlo o leerlo), Amazon, aplicaciones como Jotterpad o Evernote, y múltiples páginas dónde darse a conocer como Libripedia, Bookish (en inglés) o Wattpad. (Hay muchas, muchísimas más, aparte de Facebook o los típicos blogs: Sinedit, Lectorati, Sopa de libros…) Lo realmente preocupante no es la imperiosa capacidad para hacerse leer –como libros en los que desaparece la tinta (El futuro no es nuestro, una recopilación de escritores latinoamericanos) o incluso abstractos que dejan el sentido a gusto del lector (como los de David Cartner) –sino la falta de adaptación de las editoriales a los medios de comunicación actuales. Hace algunos años, surgía 360 Gradoslibros, una iniciativa para impulsar la escritura de y para periodistas. Y Mylibreto es una de las poquísimas webs que han empezado a surgir recientemente para suplir la necesidad de los escritores de darse a conocer en Internet. La brecha que han generado las nuevas formas de comunicación, se aprovecha de manera desorganizada y parece que solo es ahora, cuando los más valientes deciden atreverse a meterse en ella. ¿A cuántas personas han visto leyendo en sus tabletas y libros electrónicos? ¿Quién no lleva en pdf algún que otro libro en su smartphone? Y mientras leían, ¿cuántos banners les han surgido?¿Cuántas chicas depilándose han aparecido tras un buen final? Quien tiene un libro, tiene un tesoro, tiene un cuerpo con alma. Y aunque duela ver que los buenos ratones de biblioteca siguen siendo ratones insignificantes que se ocultan bajo una manta con una linterna, aunque duela sentirte un raro si aún te gusta el roce del papel… Nos debería hinchar de orgullo saber que nuestros tesoros aún no han sido mancillados, que los frikis de la lectura hemos sido más listos, que los hemos guardado a buen recaudo. Por eso, los lectores, ese grupo reducido que gana más adeptos con el tiempo (a pesar del rapto de la filosofía y gran parte de la cultura), parecen imperturbables, nos hemos ganado el respeto publicitario: a nosotros nadie nos acosa. Y lo que leamos será una basura o el próximos Nobel literario, pero ni libros ni letras sufren el mal publicitario. Como futura publicista, me duele ver que los libros no existen, pero como amante literaria, agradezco la virginidad de nuestro mundo lleno de letras. Imagen cortesía de iStock
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