Acaba un nuevo año y empieza un Año Nuevo. Ya comenté en una entrada anterior la facilidad con la que un cambio de fecha en el calendario puede convertir las ilusiones más deseadas y las ganas más intensas en un nuevo «más de lo mismo» al darnos cuenta que hemos aterrizado de nuevo en ese fangal llamado rutina diaria. Es obvio que ni el calendario ni el hecho de perder la ilusión tienen la culpa de que volvamos a la rutina, más bien es la rutina en sí, esa que tanto odiamos muy a pesar de la suerte que podamos tener de tenerla en momentos empresarialmente convulsos, la gran culpable de nuestro desvanecimiento emocional ya que en 24 horas pasamos de tener un maravilloso año por delante a pensar que nos quedan casi 365 días de lo mismo. Y podemos verlo así tanto si somos empresarios como si somos trabajadores porque en realidad somos personas y todos percibimos ese punto de vista. Es evidente que la percepción de cada uno ofrece una realidad subjetiva sobre el otro. El trabajador renegando a oscuras del jefe y éste encontrando un sinfín de inconvenientes a plena luz sobre los primeros. Porque todo depende de si estamos en el palco o en el fondo sur para ver el partido. ¿Y alguna vez las cosas van bien? Claro, más de una, ¿pero qué contáis en las reuniones de amigos o qué recordáis al acostaros? Por ello es irrenunciable recuperar el norte, para unos y para otros, para poder remar todos en la misma dirección. Y no es un tema de ilusiones, pronósticos, designios o rutinas, es gestar ideas, estrategias y actitudes para 2016 para tener siendo empresario para trabajar siendo empleado en una empresa que crezca y sea amigable para todos los que en ella moran, ya que allí pasaremos un tercio de nuestro 2016. Immanuel Kant, filósofo alemán dijo «todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina en la razón» En verdad es una buena receta hacia la que enfilar nuestra brújula, tres momentos comprensibles y accesibles para todo ser humano. Todos entendemos que la parte humana y la parte profesional son diferentes, pro durante décadas nos hemos empeñado en adoctrinar a todos que «hay que saber separar la amistad de los negocios» cuando la combinatoria de éxito existente entre amistad y negocio es amplísima y variopinta. Sí, es un tópico pero no una realidad dogmática. Y quizás hemos aprendido a la inversa viendo acabar mal a amigos y familiares por trabajar juntos pero ¿ese hecho viene implícito en el trabajo o es una circunstancia adherida al mismo que emerge de las personas? Es como pensar que la comida engorda en lugar de querer entender que es el metabolismo de cada uno el que procesa esa comida de una forma específica induciendo a todas las formas físicas conocidas. Es obvio que si la comida engordase, el mundo sería obeso porque todos comemos. Y sí, vale la pena pensar en ello porque muchas empresas de éxito son familiares, lo que introduce un nivel de alejamiento claro sobre relacionar familiares con negocio. Por ello no está de más ponernos a pensar antes de ponernos a opinar, suele ser una fórmula que funciona a la perfección. Mucha culpa de la pérdida de ilusión y continuidad de rutina es no entender que para cumplir esos deseos ligados a una copa de cava y unas campanadas, debemos adquirir conciencia de que nuestro barco necesita recuperar el norte, de que somos timoneles o grumetes pero todos navegamos en un barco del que nadie quiere saltar ni ser tirado por la borda. En ocasiones, la dinámica del día a día hace que, por problemas de dedicación por el ajuste de los tiempos, no podamos sentarnos a pensar en algo que leemos o escuchamos. Y eso, acumulado día a día, genera basura y ruido de fondo que empaña nuestra visión de las cosas. En alguna ocasión habremos citado la Navaja de Ockham donde elegir la más simple de las opciones nos conducirá con casi total seguridad a la solución correcta. Dicho de otra forma, hay que apelar a la simplicidad. Acaba el año, queda un día. Hoy, día 31 de diciembre sí tenemos tiempo para pararnos y sentarnos a pensar, aunque sean treinta minutos. Hoy sí es un día para recapacitar antes de celebrar, para comprender antes de desear, para analizar lo hecho antes de crear lo nuevo y para posicionarnos como renovados frente a un año viejo que en 24 horas será historia. Lo vinculante no es lo que deseamos para nuestra empresa sino lo que queremos hacer con y por ella en el año entrante entendiendo cómo la hemos afrontado este año acabamos de dejar atrás. Porque desear es construir sobre lo cimentado sabiendo que el cemento es de calidad y que nuestros deseos se asentarán firmemente. Si no, estaremos construyendo ilusiones de 24 horas que sólo incrementarán la ansiedad de una irreverente vuelta a lo mismo. Y todos estamos en ello, todos, porque en la empresa cada uno es arte y parte y entender ese reparto de responsabilidades no sólo necesario sino precioso, en belleza y valor. Cuando llegan estas fechas acostumbramos a felicitar a todo el mundo, a los más allegados y a los más alejados. Las redes sociales hierven y las aplicaciones de mensajería reparten la buena nueva casi sin criterio de forma que en ocasiones te llama alguien porque no te reconoce ni por la foto de perfil. Si somos capaces de perder un poco el norte, y no pongo en tela de juicio que nos lo podamos permitir y merecer después de un año de rutina, y convertirnos en amables y amigos de todos, en seres creativos e innovadores en nuestras comunicaciones y deseando lo mejor a todo el mundo y sus familias, quizás deberíamos recuperar el norte basándonos en las mismas premisas y ser amigables, creativos y cercanos con todo nuestro entornos empresarial durante el año completo. Quizás es un designio potente y un poco aventurado así, en seco, sin agua para tragarlo mejor pero dentro de unas horas tendremos cava para suavizarlo. Y además, ¿quién no es aventurado al empezar un nuevo año?
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