Así a palo seco parece mucho más lógico derivar hacia objetivos que pensar en tener sueños, pero no siempre nos guiamos por la lógica, sabiendo que en realidad las emociones van siempre primero. Soñar es necesario e ineludible al formar parte de nuestra naturaleza. Siempre soñamos aunque no recordemos lo soñado, es un mecanismo del ser humano que acompaña nuestras horas de descanso. Pero al hablar de soñar nos referimos a «soñar despiertos», a esas visiones que nos acompañan en momentos de nuestra vida en los queremos ir más allá del esos momentos en sí. Nada tienen que ver con los otros sueños porque los primeros son reflejos de nuestro ser y los segundos son proposiciones de realidad que nos hacemos a nosotros mismos en un afán por avanzar y conseguir objetivos. Y casi sin querer hemos relacionado los sueños con objetivos. Porque quizás diferenciarlos no es tan racional como pensamos y relacionarlos es más emocional de lo que intuimos. La clave radica en saber entenderlos, saber situar a cada uno en la posición relativa que le corresponde respecto al otro y saber utilizarlos en su justa medida, como casi todo en este vida de números. Desde siempre hemos apelado a la seriedad cuando se trata de empresa, rigidez en exceso lo que nos ha conducido a situaciones de absurdo como que empresarios, y no pocos, condenen públicamente a los empleados que ríen en determinados momentos o que piensen que como empresarios no tienen por qué pagar horas extra ya que el empleado tiene la obligación de hacer todas la horas que se le pidan. Seguir enumerando no tiene sentido ni tenemos tiempo para ello, pero como emprendedores o empresarios no podemos permitirnos el lujo de caminar encorsetados con diseños del pasado para vivir un presente rancio y no tener un futuro. En muchas de mis experiencias de empresa donde el objetivo era escalar el modelo a Internet y adaptar su empresa a los nuevos canales funcionales, me he encontrado con empresarios que limitan al máximo la empatía con la vida, que sesgan de base cualquier modelo relacional entre los profesionales que bogan a diario para avanzar con su nave sin entender que ellos son el motor de la misma. Que faltan a la comprensión del ser humano. Porque parece que los sueños de empresa en empresa no están permitidos en según que empresas. Y sí los objetivos. ¿Pero en verdad los entendemos como diferentes? ¿Somos capaces de decantar características que nos conduzcan a uno y nos alejen del otro? ¿Por qué como profesionales no nos permiten aportar valor emocional vistiendo de sueño el maniquí de los objetivos? Siempre me he preguntado por qué hay que mirar a la empresa como si fuera un foro de tristeza, un lugar en el que se prohíben muchas de las acciones sociales de las personas que las pueblan y las movilizan. No conozco ningún gran empresario, visionario en esencia, que no soñase la mayor parte del día y acabase consiguiendo grandes objetivos. Porque tener un objetivo es un camino casi imposible de recorrer sin sueños e ilusión. ¿Y si el problema no fuera impedir soñar sino desconocer cuál es la esencia de los sueños en empresa? Enfilando ya el descenso de la segunda década del siglo XXI, el mundo que nos ve despertar cada día pivota sobre modelos relacionales que potencian los sueños e ilusiones de las personas como medio para llegar a ellas, motivarlas y, en ocasiones, condicionarlas y dirigirlas hacia marcas y canales de consumo. El neuromarketing está más activo que nunca y el interés de las marcas por atraer a su público objetivo a través del cariño por marca es prioridad y línea estratégica de las empresas que quieren crecer en este mercado donde las emociones lideran la predisposición del cliente por un producto u otro. Sin embargo, ¿cómo es posible que una empresa actúe en esa línea de puertas afuera y no sepa o no quiera hacerlo de puertas adentro? Es poco comprensible pero bastante corriente que una empresa marque a nivel externo unas líneas de proyección de modernidad y dispersión de imagen de marca pero que internamente no disponga de la estructura humana y la patente emocional que permita a sus empleados tener la libertad de pensar, crear y soñar por igual. Cuando uno no se encuentra bien internamente, lo refleja externamente, esa es una realidad casi universal. Y en la empresa ocurre igual. Si no soñamos internamente costará transmitir de verdad a nuestros clientes los sueños que queremos venderles. Lo que sigue pasando factura a muchas empresas es la sensible falta de conciencia sobre el hecho de que las empresas son seres humanos capacitados con tareas y funciones asignadas y no un compendio de mecanismos de venta que funcionan por si solos y arrastran a las personas a un día a día irritante y complejo. Hay un problema congénito en muchas empresas cuyo ADN proviene del inicio de los tiempos y se relaciona con la etología zonal y social. Muchos empresarios que no sueñan porque hace años o décadas creyeron entender que trabajar era dedicarse a solucionar problemas, tienen verdaderos problemas de comprensión hacia los profesionales empleados en su empresa que sí sueñan y que sienten que transmitir esa efervescencia profesional es bueno para el negocio. Por ello, cuando nos enfrentamos como profesionales creativos y proactivos a empresarios estancados en los claroscuros de un negocio que en su día llenaba su sector de colores, notamos que poco tenemos que ganar pero mucho tenemos que perder porque, en definitiva, el empresario es dueño y señor de su empresa. Obvia decir que en estos tiempos el horno no está para bollos pero la realidad es que la alternativa a un empresario incomprensivo con los sueños y ácido con los objetivos no es enfrentar nuestros sueños a sus objetivos sino llevarnos los sueños a otra empresa donde la paleta de colores sea de nuestro agrado y podamos pintar con ella objetivos ciertos y coherentes. El escritor francés Anatole France dijo «para lograr grandes cosas debemos no sólo actuar, sino también soñar; no sólo planear sino también creer». Pienso, y es subjetivo, que fundir en uno sueños y objetivos es una receta que no podemos rechazar.
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