Todos en algún momento hemos bloqueado a alguien en redes sociales, resulta maravilloso realmente, y es justamente esa sensación de poder “controlar” la experiencia en la web que los avances en ad-blockers o bloqueadores de publicidad van un paso adelante. La publicidad digital no es la mala del cuento, de hecho es una de las maneras más efectivas de llegarle a los consumidores, pues nos permite segmentar según edades, intereses, etc., estableciendo el público objetivo de manera rápida y eficaz, sin embargo, en ese proceso la experiencia del usuario resulta afectada. Consumidores armados En mis ratos de ocio suelo frecuentar algunas webs que ofrecen juegos en línea, casualmente, los juegos que más llaman mi atención me resultan un chiste cuando me aparece una especie de ilustración donde un pastorcito llora porque los bloqueadores no me permiten divertirme y no dejará de llorar hasta que desbloquee la publicidad. Sí, eso mismo, ni lástima ni tristeza sino más bien fastidio. Realmente estamos saturados entre tantos pop-ups, banners, videos en reproducción automática y manipulaciones por parte de pastorcitos chillones que invaden nuestras pantallas dificultando la navegación y la experiencia –más si estamos apurados-. A todo esto, nuestra única arma es un buen ad blocker. ¿Qué son? Los bloqueadores se han vuelto una necesidad entre tanta infoxicación y crecimiento de publicidad en internet. Estos programas o extensiones que se instalan en los navegadores que son en su mayoría gratuitos y fáciles de instalar, permiten mantener a raya la publicidad de display y datos personales que se usan con fines comerciales. Como usuarios nos va bien pero como mercadólogos o publicistas ¿qué tal? Para los consumidores, los beneficios del bloqueo de publicidad implican considerables aumentos en la velocidad de carga de los contenidos, una formidable reducción del sobrante de recursos y ventajas en la privacidad al excluirse los sistemas de seguimiento de perfiles de usuarios. Así pues, una de las interrogantes que ha hecho eco en los últimos años es si gracias a esas extensiones o programas la publicidad digital está en peligro, ya que el 85% de los ingresos totales vienen de allí, pero las pérdidas relacionadas a ello se incrementan diariamente. Intromisión Para quienes instalan ad blockers el bloqueo termina siendo generalizado, por lo que el usuario pierde la oportunidad de enterarse de ofertas que podrían serle útiles, así que lejos de desaparecer, son los expertos en marketing digital quienes deberán invertir todos sus esfuerzos en la creación de campañas creativas con contenidos interesantes que no irrumpan ni dificulten la experiencia de navegación. No estoy metiendo las manos por el marketing, pero el auge en el uso de bloqueadores publicitarios no deriva de las técnicas de mercadeo digital –y sé que es muy molesto que mientras buscas información te asuste una ventana emergente xxx o que quien está buscando xxx le salte una ventana emergente de seo- pero la culpa la tiene el crecimiento tecnológico desenfrenado. Aunque las compras programáticas, el cross channel, el retargeting y la big data eclipsen nuestra navegación por internet, seguimos siendo humanos que responden al agobio que representa la intromisión de la publicidad cuando no deseamos verla. Síndrome del dedo gordo Algo típico en la navegación móvil, sucede cuando por más que nos esforcemos en tocar algún icono o algo tan sencillo como dar like en Facebook nos resulta imposible, y más allá de creer que la pantalla no reconoce nuestro dedo, implica al dedo mismo y sus dimensiones. Todo este rollo resulta evidente cuando vemos aparecer una publicidad salvajemente y en nuestros intentos por hacerla desaparecer, la marca recibe una visita –no deseada- de nuestra parte. La ciencia detrás de esto apunta a que en ocasiones esta técnica está accionada de manera inintencionada, yo no lo sé pero si sabes algo cuéntame. Imagen cortesía de iStock
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