Es bastante común, a partir del establecimiento definitivo de las democracias en Latinoamérica, que nuestros políticos usen asesores de campaña y consultores de marketing político tanto para ganar procesos electorales como para construir su imagen pública durante su gestión de gobierno; pero ¿Cómo diferenciamos el marketing político de la gerencia política? Los políticos latinoamericanos, aún noveles en la estrategia dentro de marcos absolutamente democráticos, se enfrentan a varios desafíos que suelen perder; el primero de todos, que la democracia aún no es la institución más sólida de la región, por lo que la popularidad de los políticos, y por consiguiente, sus estrategias de propaganda, suelen estar limitadas a la limitada democracia que aún tenemos, viciada por el narcotráfico, las mafias judiciales, la corrupción administrativa, el militarismo, en fin; el segundo desafío es el bajo nivel intelectual de nuestra sociedad; la región aparece en índices de la OCDE como una de las más deprimidas del mundo, aún bastante lejos de alcanzar niveles de desarrollo óptimos, por contar con espacios insuficientes en la investigación, la innovación tecnológica, el desarrollo científico y el rendimiento académico; finalmente el tercer desafío para que el marketing político en la región sea eficiente y los políticos latinoamericanos sean auténticos políticos del siglo XXI es la desarticulación tanto interior como exterior de los órganos de poder, carentes de una burocracia capacitada para desarrollar políticas públicas sofisticadas, altamente dependientes de la discrecionalidad del gobierno de turno, en las distintas instancias de poder, en lo interno, en los distintos niveles descentralizados y en lo externo, en los foros de integración regional. Sí, sé que estos factores tal vez no sean propios de la temática del marketing y que el marketing político se enfoque en brindar una imagen libre de estos vicios frente al electorado o los obvie para fortalecer las marca-país, las marca-ciudad, a nivel de marketing institucional; sin embargo, como investigadores, es relevante determinar causas reales del fracaso del marketing político en casos tan emblemáticos nuestros, donde se gastan fortunas en la recuperación o posicionamiento de la imagen de un político sin éxito. Si somos éticos, no podremos admitir que en Latinoamérica se hace marketing político de forma científica; como por ejemplo se hace en EEUU, donde es una de las industrias más desarrolladas alrededor de la política, con, incluso, softwares diseñados específicamente para medir el alcance y el impacto de las campañas, evaluar las percepciones de la gente, incidir en la toma de decisiones; hacer frente a la propaganda sucia con relacionistas públicos bien entrenados, fabricar discursos convincentes y al final de cada gestión, presentar resultados más o menos deseables. El éxito del marketing se da cuando hemos logrado hacer clientes, usuarios convencidos, consumidores a largo plazo, fans; dentro del marketing político latinoamericano los productos caducan demasiado pronto, no hay suficiente consistencia; y es en base a esa revisión que la fórmula debe considerar nuevos factores, elementales, que hacen que algunos asesores políticos se conviertan en actores políticos de gran relevancia, que trasciendan su rol y hagan una especie de aparición inesperada en la escena, como en el caso del estratega J.J Rendón, polémico, sujeto al escrutinio público y no para evaluar su profesionalismo o intereses particulares, sino como un elemento de resistencia o de disonancia. También es importante la revisión pues permite entender los excesos vistos en los medios tradicionales, el comportamiento de las audiencias en las redes sociales, donde se esparcen rumores, noticias irracionales, críticas sin fundamento, se distorsiona la comunicación, se fabrican entuertos; en fin; el marketing político no es lo mismo que la gerencia política, pero sus asesores deben profundizar en la materia y los políticos de nuevo cuño introducir en sus equipos, más que maquilladores, valiosos aportadores, no a la candidatura, sino a los sistemas que tanto costaron y que fácilmente se pueden perder. Imagen cortesía de iStock
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