Los clientes. Esos seres dignos de estudio científico e investigación que hacen nuestro día a día una pesadilla. Los hay de todos los tamaños, formas, colores, razas, sabores, ¡uff!, son incontables. Todas las historias que nos han hecho reír a carcajadas, los pedidos sin sentido; desde el jpg en curvas hasta gifs impresos. ¡Vaya que hay historias!Dentro de la nomenclatura y la clasificación de esta especie, hay una en particular que salta a mi atención: el cliente redactor. ¡Ay ese cliente!, mi cliente favorito, el cliente que cree que estudió letras (y lo peor es que quizá lo hay hecho), sabe de periodismo, tomó un curso en línea de redacción o es simple aficionado. Él, el destructor de copys. Él, el detractor de ideas. Él, el divertido y ocurrente. Él, el pan nuestro de cada día. Ser redactor, como lo he dicho varias no es simplemente escribir. Todos aquellos que saben de publicidad, ya sea por formación académica o experiencial, coincidirán conmigo que redactar es crear marcas a través de emociones que deben despertarse con palabras precisas y acciones contundentes. La publicidad y el oficio del redactor no están cimentados en ocurrencias o en gustos personales. No. Están basados en experiencias y resultados. Eso, es algo que nuestro querido cliente no entiende y nunca entenderá. El cliente redactor. Él, ese cliente que se vuelve nefasto cuando aprueba, cambia, aprueba, cambia, aprueba y vuelve a cambiar los textos o ideas que ya había autorizado. Se vuelve nefasto cuando es indeciso y confía poco en nuestro trabajo y experiencia. Se vuelve un monstruo al convertir nuestras estrategias en simples acciones con call to actions básicos, imprecisos y baratos. Todos hemos experimentado a tantos y tantos clientes; su forma de trabajo, su manera de pedir, sus exigencias, sus errores y sus caprichos. Lo más lamentable de esto, es que somos como mujeres golpeadas y calladas que no levantan la mano ni la voz porque tenemos tan arraigado el lema “pégame pero no me dejes”. Así nos comportamos con los clientes. Aún cuando sabemos que el cliente no siempre tiene la razón, total, que nos cambie todo pero que no se lleve la cuenta. Foto cortesía de iStock
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