Solitario camina por los pasillos, y la gente se pone a murmurar. Dicen que tiene un gran ego, dicen que tiene un gran ego que lo hace volar. A primer ojo, parece una versión de La Bikina interpretada por Paquita la del Barrio. Pero no, solo se trata del director creativo, paseándose por la agencia como a las once de la mañana. Desde que empecé a dedicarme a la publicidad, me ha parecido fascinante la idolatría y la casi santificación que levanta este personaje entre muchas de las personas que trabajan en nuestro negocio. Y no es que yo esté en contra de sentir admiración por alguien, solo creo que muchos de ellos se dejan llevar por sus falsos groupies y olvidan de la noche a la mañana que la responsabilidad del puesto que tienen es muy grande. Más grande que su ego, sus premios y su sueldo. No sé si la culpa es de Don Draper, de Cannes, de Clio, o de todos los que formamos parte de esta linda profesión, lo que sí sé, es que el verdadero rol del director creativo se está perdiendo, y debemos hacer algo para evitarlo. Porque si eso no cambia hoy, las próximas generaciones terminarán de matar nuestra profesión. Tal vez el que está mal acá soy yo, pero a mi parecer, un director creativo debería ser algo más que un tipo que pasa la mitad de su día con las piernas sobre el escritorio, reviviendo viejas anécdotas y alimentando su ya enorme ego con los constantes halagos y risas falsas de sus discípulos. No debería ser tampoco un catador de creatividad, dedicado a matarle las ideas y la pasión a la gente que tiene a su cargo, haciéndolos sentir como seres menores, que jamás llegarán tan lejos como él, porque sus ideas son buenas, pero nunca tan buenas como las que el tiene en su carpeta. No necesitamos jefes que busquen a quien culpar cuando se pierde una cuenta, pero se quieran llevar todo el mérito cuando se gana otra. Esos sobran y se están cagando en todo. Lo que necesitamos es seguir el ejemplo de esos pocos, que más que directores, son líderes creativos. Profesionales que se siguen poniendo la camiseta del equipo y la sudan igual o más que los demás. Personas correctas que saben reconocer cuando se equivocan, y sobre todo, que saben reconocer las grandes ideas y la creatividad de la gente que tienen a su cargo. Necesitamos publicistas a los que no les pese guiar, enseñar y apoyar a los que vienen atrás de ellos. Directores creativos que se sientan orgullosos de los logros de sus creativos y no que usen los logros ajenos para sentirse más orgullosos de ellos mismos. Necesitamos tipos que sepan motivar a su equipo, que saquen siempre lo mejor de cada persona a su cargo y que contagien a cada todos los que se crucen en su camino, de un enorme amor por esta linda profesión. Urgen más directores que quieran seguir aprendiendo, que estén al día en los cambios que estamos viviendo y que tengan la humildad de aceptar que no son todopoderosos. Así que si tienes la dicha de trabajar con uno de estos ejemplares en peligro de extinción, aprovéchalo y asegúrate de seguir su legado cuando estés en su lugar. Y si eres de ese 95 % que tiene que soportar a un tipo prepotente e intimidador todos los días, sigue luchando por llegar a su lugar y devolverle a nuestra profesión y al puesto, el valor que merecen.
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