A las cinco y media de la mañana sonó el despertador. Rodrigo, que siempre presionaba el botón de snooze cuatro veces cada mañana, se levantó a la primera y fue directo a la regadera. A las seis y cuarto salió de su casa. Se subió a la moto que compartía con su hermano y arrancó. Era lunes, pero por su cara juraríamos que es viernes. Es que no era un día cualquiera. Ese lunes, iniciaba su pasantía en una reconocida agencia de publicidad. Así que en lo que a él respecta, hoy es el primer día del resto de su vida. Su emoción era envidiable, sobre todo si pensamos que durante los próximos meses no ganará ni un centavo, trabajará hasta altas horas de la noche, soportará que su jefe le diga Rodolfo, y encima, tendrá que pagar su parqueo. Por suerte tenía unos centavos ahorrados, y con eso ajusto para pagar tres meses de parqueo, a la vuelta del lujoso edificio donde queda la agencia.
Nervioso, entró al edificio, pasó por el detector de metales de la entrada, pero los guardias lo hicieron regresar. La emoción lo hizo olvidarse de las fichas que llevaba en la bolsa, para comprarse unas chucherías y una gaseosa a la hora de almuerzo. Llegó al elevador que estaba más lleno que banco en quincena. La agencia estaba en el piso dieciocho. Tras varias paradas, quedaron en el elevador él, y un tipo con unos lentes de marco grande y un tatuaje de una colorida calavera en el antebrazo. Rodrigo le sonrió de forma amistosa, el tipo ni lo peló.
Llegaron. El extraño de cabello largo agarró para la izquierda, y Rodrigo al contrario.
Se presentó con la recepcionista que lo vio con cara de pocos amigos. Soy el nuevo practicante, le dijo, y ella sin voltearlo a ver, lo invitó a tomar asiento junto a otros cuatro jóvenes que allí esperaban. Una hora después apareció una señora, se llamaba Rossana, era la asistente de recursos humanos y en la cara se le miraba lo falsa. Los llevó a un salón con una televisión gigante, y luego de una aburrida introducción y la historia del viejo millonario, dueño de la agencia, los llevó a todos a sus lugares de trabajo.
Las semanas pasaron y Rodrigo cada día se esforzaba más y dormía menos. Era un joven talentoso, por mucho que a los creativos senior les doliera admitirlo. De los cinco practicantes, dos no dieron bola y fueron recluidos a tareas menores como cortar dummies y sacar fotocopias. Otro desertó a las dos semanas y nunca más se apareció, y solo Rodrigo y un tal Jaime se lograron hacer un espacio pequeño entre el equipo creativo. Entre ellos no se llevaban mal, pero había cierta rivalidad nunca confesada.
A los dos meses llegó un brief importante. Dos de los creativos estaban de vacaciones, por lo que el equipo echó mano de la cantera y le pidió a los dos practicantes que entraran a pelotear. Rodrigo sabía que ésta era su oportunidad. Entró a la sala de reuniones sudando de los nervios. Leyeron el brief e inició la acción. Jaime tiraba ideas como ametralladora. Todas malísimas. Debería darle vergüenza, pensó Rodrigo. Él por su parte decidió no decir nada, hasta no tener algo bueno que decir. Pensaba con todas sus fuerzas, escuchaba las ideas de los demás, hasta que de pronto, una idea genial se le atravesó. La emoción empezó a invadir su cuerpo. Sin aún haber dicho nada, ya se sentía en el Olimpo de los creativos. Empezó a esperar un espacio de silencio para entrar como el salvador de la noche, hasta que una duda lo atrapó sin aviso. La idea ya no le parecía tan buena, o tal vez ya había visto algo igual antes. «Hablo o no hablo», pensó. Los segundos pasaban y el miedo a quedar como idiota empezó a ser más grande que las ganas de hablar. Mordía el lápiz, dibujaba cubos en su cuaderno mientras pensaba qué hacer. De repente, un silencio momentáneo en la sala lo hizo sentir valiente y justo antes de escupir su idea, Jaime lo interrumpió.
El desgraciado compartió una idea muy parecida a la que Rodrigo tenía en mente, y luego de decirla, un silencio inundó la sala. Pasaron unos segundos, tal vez cinco o diez, hasta que el Director Creativo, muy despacio, empezó a aplaudir. ¡Eso es! dijo, esas son las ideas que necesitamos en esta agencia. Rodrigo, desesperado, tiró un par de ideas intentando salvar su honor. Su tardío esfuerzo fue en vano. La idea de Jaime fue el inicio de una campaña que resultó ser un éxito.
Hoy, cinco años después del fatídico día, Jaime fue promovido a Director Creativo de la agencia. Rodrigo sigue siendo un diseñador talentoso que no termina de arrancar, y algunos de sus compañeros lo siguen llamando Rodolfo.
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