Y es igual a cuando te cuentan un chiste y ya conoces el final… Cuando la innovación se vuelve un cliché pierde la gracia, se agota la sorpresa. Es el instante que la moda pasa de moda, parafraseando a Oscar Wilde; las miradas rápidamente buscan sobre qué nuevo páramo posarse. Son ciclos. La rueda gira porque las cosas tienen movimiento. Si en algún momento no pisamos el freno para reflexionar sobre porqué giramos, seguramente nos marearemos y en ese oscilante estado, la realidad pasa a estar fuera de foco. La posibilidad de cambio y beneficio se desvanece por el hastío trendy, por pretender ser in y buscar soluciones o resultados grandilocuentes sin más proyección que un concurso de ideas o evento sobre el césped, con música y drinks en frascos de mermelada. El proceso de innovación es profundo; simplificar es perder oportunidades. Para crear, para innovar, hay que elegir y en esa decisión late la transformación. Como bien dice Amalio Rey en su prolífico blog: «basta con que la innovación –entendida erróneamente como creatividad y mera búsqueda de la novedad– se convierta en un fin en sí misma, o en un producto que hay que vender/comprar sí o sí, para que los efectos perversos de esta moda se empiecen a notar. Es glamoroso crear cosas nuevas, a más originales mejor, pero mal vamos si no nos preocupamos de consolidar y mantener lo que funciona bien.» Me apena pensar que la idea de resolver problemas con creatividad e inteligencia para transformar la experiencia sea demodé o para espíritus vintage. Lo que sucede después de la innovación es lo más importante. Busco soluciones y respuestas: ¿qué hay después de la innovación?, ¿qué hacemos con el concurso de ideas o los resultados del fin de semana en el campo? ¿Será que estamos llevando a la innovación a un estado frugal, ávidos de resultados disruptivos y wannabe? Prefiero pararme en el proceso sustentable de trabajo donde la innovación es consecuencia. Innovar por innovar tiene patas cortas. Imagen cortesía de iStock
Comentarios