Llega el buen tiempo y el sol nos incita a salir a la calle, iniciando un recorrido urbano, atravesando luces led de colores, esquivando a otras personas atraídos por la misma razón. A pesar de tecnologías inalámbricas, ropajes de últimas tendencias, y vehículos ultramodernos, hay algo que a muchos nos llama la atención con mucha fuerza, y nos absorbe hacia ello. Está por todas partes, en la calle, en casa, hasta en internet, donde sea, pero con un reflejo de cómo era todo antes, hace años, décadas incluso. Lo vintage apasiona, ya no puede decirse que sea una moda pasajera, es un fenómeno que se ha instalado entre nosotros desde hace un tiempo causando sensación, y parece haber venido para quedarse. Más que una manifestación de nostálgicos, es una celebración del legado de la historia que conforma la vida de cada uno de nosotros. Es un volver al cálido hogar tras haber pasado todo el día en un ambiente demasiado frío y tecnológico. Nos conforta en su poderosa sencillez y hace rememorar nuestros mejores ayeres con todo el cariño. Lo vintage está por todas partes, lo salpica todo. Fotos de Instagram, escaparates, parques, esculturas, libros, la ropa que llevamos, todo, está en continua expansión, no se sabe si por que estos tiempos son más fríos y pragmáticos y el recuerdo de días pasados nos caldean el corazón, o si la razón es otra, pero ahí está, con una innegable influencia. Casi todos mis conocidos han caído presa de sus encantos, especialmente una amiga mía, que abraza la estética de los años 20-30. Confieso que también yo he caído en sus brazos, oscilando entre los años 40-80, consecuencia de la afición a la novela negra clásica que me llevo a esos derroteros, pero ahí estoy, entre los compradores habituales de artículos vintage, sopesando la decisión de adquirir una máquina de escribir con unas décadas de existencia a sus espaldas. Aunque no sepa si encontraré cintas de tinta para poder utilizarla, la tentación es abrumadora. Lo vintage nos puede, reconozcámoslo. Ahora comprendemos mejor a nuestros padres y nuestros abuelos, aquel apego que tenían a las cosas de antes, las cosas de siempre, porque les regocijaba el corazón de alguna manera. A nosotros también, algunos tenemos una cierta predisposición para ello, siempre saltando atrás en el tiempo, imaginando las calles que recorríamos a diario tal y como eran hace, 20, 30 o 40 años, cuando corríamos por ellas siendo niños, y no tan niños, y percibíamos el sol más cálido, con menos edificios tapando su luz, así nos gusta recordarlo. Las cosas vintage que adquirimos son mucho más que objetos. Aunque no hayan estado con nosotros siempre son como un testimonio físico de la memoria de nuestros días de luz. Por todas esas cosas, y otras muchas más, el vintage vende. Vende maravillosamente. Nosotros compramos encantados. Y seguiremos haciéndolo. Imagen cortesía de iStock
Comentarios