Hace poco leí el escrito de un profesor de origen uruguayo que llamó mucho mi atención, declaraba que la educación y él como docente había perdido la batalla contra los smartphones; situación que entiendo porque la he vivido en carne propia al frente de un grupo. Tener la atención de los alumnos resulta cada vez más difícil en un entorno donde los distractores están a flor de piel. La “generación x” tuvo un gran punto a su favor, no contaba con más distractores que voltear a ver a la niña más bonita o hacerle caso a algún compañero en la gesta de alguna travesura. Hoy las condiciones son distintas, radicalmente diferentes, los llamados millennials parecen atados por un hilo invisible al gran distractor de una pantalla móvil, consumiendo información de manera constante sin un fin didáctico ni creativo sino ocioso. Actualmente, la lucha que tienen los docentes por lograr la atención de los alumnos es la misma que mantiene la televisión abierta por captar la mirada de los usuarios. Y es que los millennials a pesar de tener toda la información en la palma de la mano no muestran la curiosidad necesaria para fomentar su aprendizaje. Messenger, Whatsapp, Twitter, Facebook, Instagram y Sanpchat son las aplicaciones más recurridas para conectarse a distancia y desconectarse con la realidad inmediata, para estar informados de lo que sucede del otro lado del planeta sin saber lo que ocurre al lado. Pero este mal de las aulas no es solo responsabilidad de los alumnos y maestros, es corresponsabilidad de todo un sistema que no ha sabido hacer frente a la transformación digital. Las nuevas herramientas están siendo mal aplicadas en los espacios educativos nacionales. Si bien es cierto, el mismo gobierno ha cambiado los cuadernos por tabletas, su utilización no ha facilitado el proceso de aprendizaje. Imagen cortesía de Shutterstock
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