¿Habéis tenido alguna vez la sensación de saber que tenéis que hacer algo pero al final hacéis algo diferente por acomodamiento y convicción de impotencia? ¿Os suena extraño? Pues seguid leyendo porque veréis que es mucho más familiar de lo que parece. Si os sentáis a pensar en ello notaréis que, en más de una ocasión, la falta de confianza os conduce a ello. Y para equivocarnos de tal forma nos apoyamos en falsas recompensas y en un incierto auto convencimiento para conformarnos, a pesar que conocer la salida correcta. Este comportamiento pasivo daña al profesional y la empresa mucho más de lo que creemos, quizás porque pasa desapercibido al no identificarlo y, en muchos casos, al estar internalizado de tal forma que puede mimetizarse con nuestra común forma de comportarnos. Si os digo que la indefensión aprendida hace que una persona «aprenda» a comportarse de forma pasiva porque tiene la impresión de que no puede hacer nada, entonces quizás empecéis a rememorar algunas situaciones vividas, por vosotros o por terceros. Y el peso de ello está en que dicho estado se relaciona muy íntimamente con las capacidades de la persona lo que se extrapola casi de inmediato a las capacidades del profesional. ¿Debemos pues temer a la indefensión aprendida? Pienso que el temor es un arma interesante siempre que se trate de solucionar algo, ya que nos mantiene despiertos y alerta. Por ello debemos estar atentos a este comportamiento que puede estar tan enraizado que se convierta en una lacra para las relaciones humanas y profesionales. Además, hay otro factor que agrava la situación y es que la indefensión aprendida puede inducirse, de ahí el grado de riesgo que aporta un individuo manipulador e interesado que sepa blandir la espada de la indefensión inducida, porque la búsqueda de presas se instalará en su día a día con el único fin de conseguir sus objetivos. Igual pasa en el ecosistema comercial, entre proveedor y cliente, en reuniones ejecutivas de equipo prima la toma de decisiones o en situaciones de disputa por no entendimiento, entre muchas otras. Entonces, ¿qué hacer para entenderla, evitar su contagio e identificar a los vampiros? No es nada fácil porque la indefensión emerge de nosotros por entender de base que existe una distancia con el resto que nos coloca en desventaja o inferioridad. Obviamente la casuística es exagerada en combinatoria y precisamente por ello me gustaría citar un pequeño decálogo a tener en cuenta a la hora de tratarla: AUTOESTIMA Obvio, la ausencia de ella germina de la desconfianza que nos tenemos. Partiendo de aquí cuidado, hay por delante un arduo trabajo y si adolecemos de autoestima personal será complicado que tengamos autoestima profesional. En este escenario todo se agranda, se emborrona, todo son gigantes en lugar de molinos y nuestra posición profesional se debilita menguando las posibilidades de continuidad. EMPATÍA Es una virtud en las personas, pero a la vez, un juego de colmillos si delante tenemos un vampiro. Su capacidad para hacernos sentir como él desee al mostrarnos empáticos pondrá en riesgo nuestra posición con él o ella. ¿Eso significa que hay que dejar de empatizar? Al contrario, basta con identificar de qué color son nuestras reacciones referenciándolas al conocimiento que tengamos de esa persona. La manipulación y el chantaje emocional está a la orden del día en la empresa. MIEDO He hablado en ocasiones que el desconocimiento debería despertar curiosidad y no miedo, pero en muchas ocasiones es el miedo el triunfador. Asustarse por no saber algo crea una burbuja de ansiedad que nos engloba y como si de una membrana impermeable se tratase, nos aísla del medio y no permite recibir estímulos ni deja pasar nutrientes. Este aislamiento que ni siquiera notamos hace que esa membrana rechace cualquier acto positivo que se acerca, lo que acaba por dejarnos como individuos simples, sin decisión, aislados del resto y presa de la indefensión aprendida. ASERTIVIDAD No, no y no. Aprendamos a decir no. ¿Habéis sentido alguna vez que estáis cansados de decir «sí» y recibir un no tras otro? Sí verdad, pues pensemos en lo asertivos que son todos esos «no» que recibimos. Es verdad que algunos son malintencionados e incluso pecaminosos, pero qué relajados se quedan sus propietarios. La asertividad es un tesoro que a casi todos nos gustaría haber encontrado lustros antes porque ella permeabilizará nuestra membrana, nos hará miscibles con el entorno y difíciles de asaltar emocionalmente, nos bañaremos en firmeza y las vitaminas de la autoestima nos invadirán. SOBERBIA Ay la soberbia, esa gran pandemia humana y profesional. Muchos soberbios son indefensos natos que, al ignorar en qué escala tocar, en lugar de música hacen ruido. Presumir de lo que no se es o no se tiene es un clásico que todos hemos visto y estas personas, presa de su prepotencia, pueden inducir a terceros una sensación de ansiedad por desventaja social o cognitiva. Bien es cierto que el soberbio acaba siendo tildado de tal, pasando a formar parte de esa élite de descerebrados que acaban abandonando ellos mismos el caldo de cultivo al sentir que no crecen en ningún sentido. Digamos adiós a la indefensión aprendida. Ser proactivo, tener firmeza de mente y empuje, ser creativo e innovador, humano y social, gestionar nuestras emociones con lucidez o tener propiocepción profesional, es decir, saber exactamente donde estamos en cada momento respecto de cada ítem profesional del día son sólo algunos aspectos que nos ayudarán a coger velocidad de crucero y alejarnos de la indefensión aprendida. Y lo más vinculante de todo, recordar que la indefensión emerge de nosotros y que sólo nosotros somos prescriptores de nuestra cura. Acomodarse, dudar, temer, no reaccionar, ser pasivo y no reflejo son situaciones que provienen sólo de nuestra actitud. Adquirir conciencia de nuestra consciencia es el primer paso para erradicar la indefensión. Pienso, y es una opinión subjetiva y alejada de la indefensión aprendida, que hay que luchar con todas nuestras huestes contra este negativo comportamiento. Nuestro escenario actual de representación profesional se basa precisamente en lo contrario, en las relaciones y las redes humanas y sociales, físicas y digitales, un ecosistema plagado de belleza donde la indefensión aprendida no tiene cabida.
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