Dicen las voces expertas que para dentro de unos años, como para dentro de una década aproximadamente, el mundo del trabajo se pondrá aún más peliagudo de lo que ya está, que ya es apuntar alto. Vaticinan que el personal humano está viviendo sus últimos años laborales y que será sustituido por sofisticadas máquinas que realizarán las misma tareas que actualmente desarrollamos los humanos. No es, o al menos no creo que lo sea, una profecía infundada que suene a ciencia-ficción como aquellos que se creían que el mundo se iba a acabar en el 2012. Es más bien una cercana realidad de la que ya vemos una muestra, con las cajas de autocobro en algún supermercado que amenazan la figura profesional de la cajera que siempre hemos conocido. Cada vez más se habla acerca del futuro tecnológico, y esta próxima revolución industrial, como las anteriores, va a revolver a toda la sociedad. Sólo en Europa, se prevé que alrededor de 20 millones de puestos de trabajo pueden peligrar, para ser reemplazados por máquinas con cierta autonomía, una maravilla tecnológica, pero que obligarán a la sociedad a volver a dar un salto y adaptarse al cambio. Este es un panorama que genera muchas incertidumbres y provoca muchos miedos, y no por cualquier cosa. Esa tecnología pone en riesgo de automatización a profesiones como la del transporte, la economía y muchas otras directamente vinculadas a la producción tecnológica, lo que actualmente es una gran cantidad de puestos de trabajo, con una probabilidad de sustitución de hasta un 50%. Algo nada agradable para ninguno de los afectados. La parte buena es que hay sectores profesionales que no varían por mucho que haya avanzado la tecnología. Hay sectores con los que las tecnologías no se atreven a meterse, y si lo hacen salen escaldados por los más que pobres resultados obtenidos con respecto a los humanos. Esas son las partes creativas, como la publicidad, las artes, o el periodismo. Allí la tecnología con menos de un 3% de probabilidades lo único que puede hacer es el ridículo. Este panorama de futuro cambio explosivo que algunos contemplan con verdadero pavor, no tiene por fuerza que ser algo negativo, o no en su totalidad. Esa transformación abre un mundo de posibilidades para la educación, con grandes recursos para la misma, lo que generaría nuevas profesiones con nuevas aptitudes y abriría un abanico de oportunidades laborales, de modo que es posible que perdamos para ganar. Dentro de una década lo sabremos con seguridad. Imagen cortesía Shutterstock
Comentarios