Paseando por las calles de Bogotá, me encontré con algunos lugares bellísimos, cuya identidad resalta sobre la cantidad de establecimientos que existen. Me encontraba paseando por un pasaje comercial. Los productos que había, iban desde bolsos tejidos a mano, hasta artefactos decorativos elaborados con botella y metal. No se puede evitar detenerse en cada “stand” y averiguar la historia de cada elaboración. Cada pregunta era respondida con amabilidad y ampliando los detalles para explicar el por qué su elevado precio. Eran productos que costaban 3 veces más respecto a su genérico, dada su creatividad e innovación. Los argumentos de valor eran convincentes, atrayentes, y sobre todo, se preocupaban porque las personas entendieran el concepto y realzaran su diferencial. Lo interesante del asunto viene al medio día, tiempo de almorzar. Conocía un restaurante que quedaba a unas cuantas cuadras. Me dirigí allí pero la primera impresión fue de incomodidad, ya que la fachada estaba a reventar y no había mesas disponibles. Mi primera reacción fue dirigirme hacia otro lugar, pero algo me motivó a esperar un par de segundos mientras un mesero encontraba un espacio en una mesa disponible. Al entrar, me sorprendió la manera en que presentan el menú. Ubican sobre la mesa del comensal un “papelito” llamativo que contiene los platos del día. Al ver cada platillo, le indiqué al mesero mi elección, pero muy acomedidamente me informó que mi alternativa se había agotado, y me indicó lo que quedaba. Hice mi pedido y la espera comenzó. Normalmente, en un restaurante se demora entre 2 y 5 minutos para traerlo. En esta ocasión, ¡tuve que esperar 14 minutos! Le dije en 2 ocasiones al mesero si se demoraba mucho mi encargo, y respondía que “en un momento salía.” Mientras aguardaba, detallé el lugar y me sorprendió la decoración: hacía referencia a una de las regiones de mi país, cuyos platos típicos se conocen a varios kilómetros de distancia. Después de mi agonizante espera y soportar el olor tan delicioso que emanaba de la cocina, mi plato llegó junto con una respuesta interesante por parte del colaborador: “disculpe nuestra tardanza, pero en este restaurante nos esmeramos por servir los platos más exquisitos, para que cada paladar se deleite a su gusto”. De igual manera, me trajeron un postre exquisito y de una porción bastante considerable. Mientras degustaba mi plato, la dueña del restaurante (quien estaba sumamente atareada con algunas labores de entregas) se sentó en mi mesa y me acompañó hasta que terminé el plato. Pagué la cuenta y me retiré contento, debido a la espontaneidad de su personal, la preocupación por velar que los paladares sean placenteros y la calidad de su servicio. Así que, la fatal espera por un almuerzo, se convirtió en una experiencia de compra que se repetirá cada vez que viaje a esta ciudad y recomiende a cada persona que me pregunte sobre un buen lugar donde ofrezcan deleitosos aperitivos. Experiencia de compra señores, nunca lo olviden. Imagen cortesía de Shutterstock
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