“Target” es una serie de cuentos breves de historias sobre participantes de estudios de mercado. Escrita por Florencia Davidzon. Hoy presentamos la historia de Alba. Filtro de Reclutamiento. Etnicidad. Latina-Mexicana Sexo. Mujer Edad. 20 a 35 años, Estudios Técnicos o Superiores. Tipo de Vivienda Rentada. Consumidora de: Tés/Jamaica-Hibiscus. Marca. Indistinto. Plaza. New York.
ALBA
ALBA, estaba frustrada porque en su vida no tenía lugar el sabor. De pequeña había querido ser pintora o bailarina; dos actividades que amaba con locura pero quedaron en el camino. Hoy en New York se dedicaba de forma resignada y monótona a la traducción. Una actividad que ejercía a la perfección pero que para ella carecía de tonalidad, color y sazón, por eso para apaciguar ese vacío tomaba grandes cantidades de té de Jamaica. En su cubículo de ocho horas, no se le permitía un ápice de creatividad. Debía construir sólo frases esterilizadas bajo el imperativo supremo del uso de un Español Neutro. Un idioma inverosímil, mentiroso, y falso, un lenguaje que ninguna persona normal o en su sano devenir habla pero sin embargo todos los traductores deben inventar. Un lenguaje sin espacio a la imaginación, sin permisos para sumar sino solo y siempre restar, para supuestamente incluir a todos, sin convocar a nadie. La cotidianeidad de Alba rodeada de un idioma ajeno y con permiso para usar su lenguaje pero vacío de regionalismos y brillos también la sofocaban. Su jornada laboral en esa rigidez de palabras lavadas, sencillas y coloquiales se volvían una diligencia diaria totalmente olvidable. Alba era cien por ciento mexicana, muy orgullosa de su tierra, pero pocos le creían que ella era oriunda de allí por su aspecto, eso mismo la desesperaba aún más. Ella era rubia, güerita, como le decían sus amigos con cariño, y eso en NY resultaba ser de una gran excentricidad. Alba cansada de explicarle a todo mundo que eso era más que posible, cargaba su documento de identidad y lo enseñaba ante el primer gestito de ojitos desconfiados. Pero, y por sobre todo aprovechaba, cada vez que podía, hacer todo tipo de uso de modismos y groserías mexicanas. Abrazaba frente a cualquier sudamericano, dominicano, colombiano, o puertorriqueño una verborragia salvaje expresiva en cada palabra y en cada entonación, haciendo de su identidad chilanga una bandera de serpiente emplumada inconfundible. Si los americanos la iban a confundir o dudar de ella, allá ellos, pero ningún otro latino la iba hacer mostrar su documento. Había llegado hace años a América del Norte para estudiar Inglés. Se fue quedando. Primero por amor, después por su hijo y luego porque creyó era muy tarde para arrepentirse y ya no sabía cómo, o a qué, volver. Desde pequeña se veía bailando flamenco y gritando con su aguda voz, -“OLE!” Y viviendo en España. Pero la vida da vueltas, y los giros de ella no tuvieron ni castañuelas ni zapateos. Allí estaba atornillada con gorro, orejeras, bufanda, chamarra y guantes en esa esquina de New York. Si hubiera llegado a Andalucía, tal vez no tendría carriola, ni metro, ni sería traductora de Español Neutro; pero cómo nada del vosotros ni de las zetas modificó su lenguaje decidió olvidarse del sueño del gazpacho de Almodóvar y dedicarse a tomar mucho té. Alba pintaba y hacía collages en sus ratos libres. Su esposo la fastidiaba. Nunca la llamaba por su nombre, nunca un mi amor, un cielito o un cariño. Cuando estaba de muy buen humor le decía, “mi Frida-Pirata”, y cuando estaba de mal humor, -que era lo habitual-, simplemente “Pinche-Frida”. Además, le demandaba que si ella era una verdadera mexicana cómo quería convencer a todos, debía comportarse. Tener el rol de una verdadera mujer mexicana. Esto quería decir ocuparse de atenderlo a él. Él quería que ella le sirviera y no tuviera vida propia, que estuviera siempre pendiente de él, de sus caprichos y necesidades. Algo que no ocurría. Entonces, cargado de decepción y enojo, el “Pinche-Frida” era lo que más salía de su boca. Alba no había sido educada para servir a un hombre. Era una mexicana moderna y en América ese espíritu de mujer guerrera, perseverante y con ideas propias no había hecho más que incrementarse. Trabajaba día a día para ganarse el respecto de los locales, motivada por hacerse un lugar en esa sociedad que la descalificaba por su acento y buscaba disminuirla continuamente, ponerla a un costado, y en el mejor de los casos ignorarla por completo. La constante energía que le demandaba esa ciudad más la tensión de pareja que se venía acumulando con los platos que se acumulaban en la pileta, y el hecho de que Alba no quisiera dejar de usar su apellido hicieron que al poco tiempo de tener a su bebé Alba se convirtiera en madre soltera. Después de que Alba le diera de comer a su bebé, y tras cambiarlo y hacerlo dormir, sin ella aun haber podido dormir ni comer bien, ni haberse podido bañar en días, escuchó el reclamo de su marido. –“El arroz esta pasado”, eso la encabronó, pero después del nuevo, -“Pinche-Frida”, Alba arrojó con bronca sus pinturas de colores sobre la pared. Para luego tomar un frasco enorme de tempera y echárselo sobre la cara de Paco. Después de eso, y sin pensarlo mucho levantó a Paquito, y dejó ese departamento. Alba se sintió feliz. Estaba orgullosa de su arrebato, y muy convencida de que era la mejor decisión que podía haber tomado. No podría soportar estar allí un segundo más. La presencia de ese hombre era tóxica, más perjudicial que los tintes que no le dejaron usar en su embarazo, ni el sushi que no podía comer hace meses. La existencia de ese ser, su cercanía, su olor, y sobre todo el sonido de su voz, era algo que no podía aguantar más. Fue por eso que al dar un portazo y apretar el botón del elevador se sintió contenta. Luego respiró con alivio cada vez que recordaba que ya no tendría que ser testigo de los restos de los cabellos de ese hombre por toda la casa. Ni tener que levantar sus latas de cerveza vacías, ni vivir perturbada por el volumen ensordecedor de los partidos de fútbol que salían del televisor. Pero esa inmensa euforia duro poco. Alba estaba sola para cuidar y mantener a Paquito. La demanda física, mental y espiritual de ocuparse de su hijo le aplacaron su alma alegre y emprendedora que alguna vez supo tener. Cuando se miraba en el espejo, se veía vieja, fea, y gorda. Pero el sentimiento más amargo era la culpa. Su hijo la odiaría, pensaba. Pero luego se hacia un té y con determinación se proponía bajar de peso. Iba a perder kilos y no volvería con él. Ya había sido suficiente haber accedido a darle su nombre a su hijo, algo que ahora se daba cuenta seria un error enorme de por vida. Alba no sabía cómo resolvería todos las nuevas incógnitas que se le avecinaban, pero tenía una sola certeza, lo que no quería para ella ni para su hijo. Pensaba en eso para darse aliento y desapegándose de la culpa se tragaba su tecito de Jamaica. Ese optimismo en las noches de frio se derrumbaba. Si su vida hubiera sido el título de un libro, se llamaría: Alba, la promesa que no fue. Alba siempre se había destacado por ser bella y tener gran capacidad. Era una mujer con un promisorio futuro. Pero algo había ido mal. ¿En qué momento había perdido el rumbo? No era justo poner toda la responsabilidad en Paco. Ni en ella por haber entrado a esa Karaoke ¿Por qué se quedó más de lo planeado en New York? ¿Por qué no regreso a México cuando aún podía? ¿Por qué dejó de tomar sus clases de danza? Millones de razones justificadas y estúpidas, y ninguna a la vez. Tomaba su té de Jamaica buscando esas respuestas que no llegaban. No tenía idea. No sabía. Además había sido hace tanto tiempo, tenía sentido poder darse ahora un por qué. No podía seguir haciéndole reclamos al pasado, tenía que mirar para adelante, eso se dijo cuando volvió a tomar otro sorbo de té que ya se le había enfriado. Paquito iba a un kínder cerca de su casa, pero era momento de encontrarle una escuela primaria. Alba quería una buena. La escuela no era algo que ella pudiera gestionar sola. Sobre todo porque no podía pagarla. Lamentablemente necesitaba de la ayuda y acuerdo con Paco. Él continuaba pidiéndole una reconciliación, otra oportunidad. Ella sólo quería que él se responsabilizara por su hijo y garantizarle una buena escuela. Paco la invitaba a verse con la excusa de sus temas pendientes, pero cada vez que se veían él intentaba besarla. Sin que ella se cansara de rechazarlo una y otra vez. Y así, nunca resolvían ningún pendientes ni acordaban nada sobre la escuela de Paquito. Alba regresaba siempre a su casa enojada y triste pensando en el futuro incierto de su hijo los días pasaban y las escuelas entregaban todas sus vacantes. Algunas veces estaba tan triste que se encerraba en su cuarto a llorar sin probar su te. -“¿Es que no aprendes, no ves que es siempre igual?”, le decía la vecina cada vez que llegaba de encontrarse con su ex. Alba no tenía respuesta. Y otra vez iría a verlo en busca de lo mismo, esperando que esta vez funcionara y resolvieran. Salió del trabajo cansada sabiendo que al otro día vería a su ex. Era su ultima oportunidad sino su hijo empezaría en una mala escuela. Alba pasó por delante de una tienda de ballet. En la vitrina vio unos zapatos de flamenco que la cautivaron. Supo que tenía que tenerlos puestos. Su cara se volvió ligera, y con una enorme sonrisa cuando se los probó. Quería poseer esos zapatos, ser su dueña, tener ese calzado que la ayudarán a mover los pies, bailar, elevarse. Ojalá esos zapatos la ayudarán a dar esos pasos agigantados que tanto necesitaba para encontrarse con un nuevo destino hacia la fórmula de pagar una educación impagable. –“Olé, olé”, dijo mientras le envolvieron los zapatos. Eran caros, pero lo valían. Puso sus zapatos en su bolsa y corrió en busca de Paquito. Su vecina no le hizo mención de su evidente retraso. Cómo iba a decirle algo si la veía tan inusualmente feliz y tan preocupada. Pero no se pudo callar. La bolsa era muy llamativa. Tuvo curiosidad, y le preguntó señalando la bolsa. ALBA mostró con timidez su despilfarro. Al entregarle al niño la vecina le advirtió un cambio de planes para el siguiente día. –“Mañana no puedo cuidarlo Alba”. –“¿Cómo, me tengo que encontrar con él?”, reaccionó ella afligida. –“Es solo mañana, no me va a dar tiempo”…-“Tengo que verlo”. –“Llévalo contigo, tengo un evento”, dijo como quién presume una jornada muy importante y exclusiva, –“Un focus”, agregó –“¿Un qué?” preguntó curiosa Alba. –“Un estudio de mercado” –“¿Pero por qué?”, quiso saber Alba. –“Porque como solo comida chatarra”, se rió pícara la vecina, –“No pude negarme, me pagan muy bien”. –“Claro”, se resignó Alba. –“Tranquila que seguro tienen eventos para gente que como tú que solo comen lechuguita y toman tecitos de Jamaica, deja que mañana les pregunto y te platico…” Alba le sacó sus zapatos a Paquito que comenzaba a jugar con ellos y ponérselos debajo de los suyos, mientras cantaba en un marcado acento nativo Inglés una canción de moda, a lo que Alba le ordenó en su mejor Español Neutro, -“Ey vamos para allá amigo”…y empezaron a caminar de la mano.
Fin.
Comentarios