Desde pequeña comprendí que no todo es como parece ser y por eso decidí sumergirme en el maravilloso mundo de la publicidad, ese tan criticado por unos, tan polémico para otros y tan evitado por otros más. A partir de la publicidad he podido entender que hay algo más allá de lo que nos muestran en comerciales o piezas publicitarias, algo más allá que se torna inexplicable. La publicidad no es una ciencia. La publicidad es persuasión y la persuasión se convierte en un arte, en una forma de expresión, de respeto y de profunda sabiduría. Así, cada uno de nosotros terminamos cumpliendo una función en este mundo. Cada uno tenemos nuestro propio diferencial, nuestra competencia, nuestro valor agregado, entonces, ¿somos productos? ¡Claro que sí! Somos productos sociales, todos sentimos cosas, y eso es finalmente lo que vende, lo que llama la atención en la actualidad. No ellos, no el sexo, no la gente desnuda. Nos vendemos a través de sentimientos, de emociones cautivadoras. Con esto no quiero pretender ser pesimista, pero cada día que pasa nos convertimos en un nuevo producto, que al mismo tiempo requiere de productos para sobrevivir. Entonces, me atrevo a decir que somos, además, marcas que más allá de cualquier realidad, más allá de todo estudio sociológico, psicológico o simplemente cultural, se llega a pensar en ellas como diferentes sub universos de ese universo que nos conquista todos los días, ese universo lleno de deseos, de necesidades inventadas por la sociedad actual. Sin embargo, la aceptación del individuo es más importante que adquirir objetos sin necesidad. El amor entonces se vuelve un factor fundamental en este punto, no sólo porque para cualquier persona se convierte casi que en algo definitivo para sobrevivir, sino porque vivimos en esa sociedad de consumo de la que muchas veces somos esclavos. Pero, ¿qué es una marca? ¿es un signo sensible?, ¡podría decirse que sí! compuesto por un signo verbal y un signo visual. Es además un valor de cambio o de intercambio. Las marcas, al tener la capacidad de diferenciarse de otras por medio de cualidades tangibles o intangibles, llegan a ser privilegiadas, y más cuando el amor y el respeto son de las cualidades que se le atribuyen a esta relación producto/servicio – consumidor. El privilegio de crear una relación afectiva entre los consumidores y las marcas implanta a su vez ese valor tan anhelado del que gozan las “LOVEMARKS”, y consigo, los gustos en común confluyen para generar una posibilidad de socialización, de reconocimiento, y tal vez, de identificación. De esta manera, los consumidores son los que controlan su interacción con determinadas marcas, y es aquí cuando las Lovemarks entran en acción, pues no son sólo marcas, son marcas con sentimientos, con emociones, que se entremezclan con el fin de encajar e invadir cada una de nuestras vidas. De esta manera entonces se podría afirmar que la funcionalidad del producto que se escoge, pasa a un segundo plano, pues ahora la satisfacción y las actitudes positivas es lo que finalmente cuenta. Kevin Roberts (CEO de la prestigiosa agencia de publicidad Saatchi&Saatchi), en su libro “The future beyond brands”, define a las “Lovemarks” como:
“la relación de identificación y amor que une a los clientes con aquellas marcas que cautivan su corazón.”. (Roberts, 2005)
Kevin Roberts en su libro se encarga de sentenciar de cierta manera que “lo que mueve a los seres humanos es la emoción y no la razón”. De esta manera se dice que una Lovemark es de forma literal, una marca que se ama. Nuestra historia y cada historia de cada individuo tiene una inferencia sutil en nuestras decisiones de compra, entonces… ¿por qué llegamos a amar a una marca? En muchos casos es porque hace parte de esas historias que arraigamos a nuestras vidas. También puede ser porque determinada marca la percibimos como si fuera de nuestra propiedad o simplemente también puede ser porque compartimos su filosofía.
Entonces, las marcas viven en una constante evaluación de sus acciones, y los consumidores son los encargados de esta evaluación, pues son los que finalmente tienen la última palabra a la hora de elegir un producto o simplemente dejarlo en su lugar. La reputación de las marcas además es un factor importante a tener en cuenta, y este factor a su vez se vuelve determinante en la relación que se puede generar entre un consumidor y una marca.
Como dato curioso, se ha descubierto que con respecto a las “Lovemarks” este amor que se genera entre un consumidor y una marca se puede comparar perfectamente con el amor entre las personas, y se afirma que el concepto del “amor” es aplicable sin ningún riesgo a las marcas. Los expertos en el tema se dan cuenta que la respuesta de los consumidores hacia objetos con los que tienen una especial condición, se interpretan desde las emociones y alteraciones internas. Entonces, ¿somos marcas?, ¿somos lovemarks?, ¿somos productos?… la verdad… somos un poco de todo, dependiendo del contexto, de cómo se conciba la vida, la existencia, pero definitivamente, el amor, los sentimientos y las emociones invaden y colonizan los días, los años, la vida de cualquier ser, objeto, individuo o unidad existente. AUTOR María Camila Ortiz Serrano Hay que hacer las cosas simples, pero significativas. Cuando el silencio está plagado de ruidos que se esconden en él, es cuando más me sumerjo en el mundo de la inspiración, en ese inframundo decorado con millones de recuerdos y de enseñanzas que a lo largo de mis 25 años me han acompañado. Aquí estoy para seguir describiendo una vida, mi vida. En Facebook: https://www.facebook.com/camila.o.serrano En Instagram: mariacaortiz25
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