A expensas del primer congreso Roastbrief, me queda la aclaración de que para ser un creativo muy chingón hay que carecer de una cosa: un pelo de tonto. Con todo cariño claro. Lo tomarán a broma pero eso de estar pensando, maquinando, ingeniándoselas sí provoca que algo se pierda, las posibilidades por ejemplo, de aquello que no es y nunca lo será. Henry Bergson, el filósofo francés, creía que la posibilidad era más bella que la realidad porque en la primera se extendían un cúmulo de futuribles que todavía no eran, pero que podían ser; caminos que se pierden con la elección, como una vida que nunca ha de crecer, un spot que no saldrá al aire o un libro que ya no leeremos.
Imaginen los mundos posibles de la creatividad, ideas cual estrellas que plagan una noche despejada, unas se encienden con tanta fuerza que no tenemos más que hacer caso de ellas, otras se van apagando como si nunca hubieran existido. Cierto, a las ideas hay que acariciarlas, cuidarlas, partirse la espalda por ellas; odio el símil de las plantas, porque las plantas se marchitan y mueren, las ideas pueden renacer más soberbias de lo que nunca han sido, deben nunca morir, por lo menos mientras dure nuestra especie sobre este pequeño espacio del cielo estrellado.
Es por ello que los creativos de la mercadotecnia, la publicidad, la comunicación y el diseño, son como de una especie diferente, nacen con imágenes que florecen en la cabeza, conectan perfectamente lo otro con lo nuestro, la oscuridad de lo desconocido con la lucidez. Así pues un creativo es un conductor de la luz, como fueron en antiguo tiempo los poetas, que en griego la palabra significa precisamente eso: creación (poietés).
Uno se pregunta ¿qué rayos habrá en la cabeza de los creativos? ¿Qué injieren antes de hablar y pensar? ¿O si sus pensamientos son meras extensiones de un mundo infinito de posibilidades, combinaciones, retruécanos de lo insondable? ¿Qué ser los ha dotado de tan eximia prodigalidad? Chi lo sa, dicen los italianos.
Una frenología de la creatividad
Lo más interesante es que en la cabeza no hay nada más que sinapsis, neuronas, masa cerebral, calvicie, caspa. Aún cuando las relaciones entre una célula y otra sean superiores en algunos seres humanos, no es privativo de que sólo sobre ellos bajará el velo de la reina Mab, o que recibirán la bendición de Erato. Como bien se ha indicado los mexicanos somos un pueblo dotado en creatividad, el problema es que se encuentra pulsante de vida fuera de las universidades y de las agencias publicitarias.
En nuestro país la tensión entre creatividad y vida es extremadamente fuerte, una cuerda a punto de romperse. Una sociología de la creatividad indicaría que estamos obligados a ingeniarnos para enfrentar problemas complejos que superan los límites jurídicos, políticos, económicos, conflictuales, culturales; por que las leyes no nos protegen, la política ni nos convence ni nos encanta, porque hay que vivir con 6000 pesos mensuales, salir a la calle cuidándose de las balas que vuelan del narco a la policía y viceversa. La cultura nos socaba, se nos educa para no ser creativos –no corro, no hablo cuando mis mayores no me lo indican, mucho menos participo con ideas diferentes porque los demás se burlan- y vivimos sin esa extensión faltante de la inteligencia que es la innovación.
Psicólogos de la cognición y neurofisiólogos argumentan que las abstracciones son simulaciones complejas del entorno, en este contexto, la creatividad es un resumen de la relación entre el ser humano y la circunstancia en que se encuentra. La imaginación es especulativa, es decir, un espejo de esa realidad vivida. No hay pues necesidad de insistir en el asunto de que los mexicanos somos un pueblo con amplias posibilidades para desarrollarnos en el ámbito de la arquitectura de la imagen.
Falta hablar de la vena. Sí la venita saltante cuando hablan, se expresan, piensan. Esa que parece que va a estallar en cualquier momento, arrojando tripas e ideas por doquier. La presión de la vena también es un forma de tensión entre el ser y la realidad que lo contradice, que lo obliga a pensar en mundos sin lógica, si es posible hacerlo. La venita ilustra, indica, cuánto poder corre del corazón a la cabeza, cuántas ideas caben un chasco de sangre y creatividad.
Son los creativos de las agencias esa representación concreta de la amplia nervadura que se extiende en las calles y en los hogares de nuestro país. Si pudiéramos tener una veintena de ideas de las 100 que les revolotean a los creativos en la cabeza les juro que, por mi honor y mi gloria, hoy mismo me rapo.
Olvidaba aquello que dijo Simón Bross –hermano de Mario- también hay que ser buenos, o en palabras más bellas “Usó su riqueza y su poder en cosas de utilidad y aceptó honores cuando se le confirieron. De repente, se desprendió de todas esas cosas, igual que un hombre se despoja de un traje inservible” (Rudyard Kipling, El milagro de Purun Bhagat).
¡Oh creativos, hijos ilustres de las musas! ¡Dejen de arrodillarse a los pies de las estatuas! ¡Regresen a las calles a componer sonrisas y a crear mundos distintos que aquí abajo nos hacen tanta falta!
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