La serie ambientada en una agencia de publicidad de los años sesenta, en la famosa Madison Avenue en la que genios como David Ogilvy llevaron la profesión a todo lo alto es una de las sorpresas televisivas de los últimos años. ¿Y por qué logra tanto éxito en un momento en el que las voces en la red proclaman la muerte de la publicidad? Especialmente la primera temporada, la trama desgranaba los secretos de la creación publicitaria, de la negociación, de la creación de mercados y productos. Era veraz, y algunos viejos rockeros lo hemos vivido tal cual se presenta. Pero no es prehistoria. No es casualidad que atraiga a los nativos digitales tanto como a los dinosaurios del marketing. Porque el marketing y la comunicación está de moda. Y en el mundo de la web social y de los prosumers, todos quieren ser publicistas, o parecerlo. Si. Se empieza escribiendo un blog, y se acaba anunciando algo. O vendiendo espacios para la publicidad. Nos hemos creído eso de que los consumidores son los apóstoles de las marcas, y más allá de la celebérrima frase «el medio es el mensaje» de Mac Luhan, ahora «el usuario es el medio, el mensaje y el producto al mismo tiempo«. Y entonces, llega la curiosidad por saber cómo se hace, para hacerlo o para deshacerlo, porque siempre habrá quien insista en la teoría conspiranóica de que los publicitarios, maquinamos para esclavizar a la sociedad al consumo, y a las marcas. No importa que tengas inteligencia y sepas que no necesitas tres pares de zapatillas de deportes o cuatro relojes. No importa que te guste desayunar el pan de ayer tostado, si hago una buena campaña de publicidad, te haré comprar todo lo que yo diga y cambiarás el pan por los cereales multi vitaminados y con el envase de Toy Story, aunque cueste tres veces más. ¿Tenemos superpoderes, como dice Carlos Dulanto en su fantástico post de hace unos días en este mismo blog?
No somos Fu Manchú, pero sí tenemos el poder. Y cuanto más crezca la cultura del on line, más poder tendremos. Porque en la red casi todo es gratis. Facebook, Google o Spotify. Es gratis, para el usuario, porque quien lo paga es la publicidad. Sin publicidad, adiós deporte, adiós información, adiós cultura… ¿Seguro que quieres que muera?
La pasada semana España vivió una revuelta de los usuarios en redes sociales para convencer a los anunciantes de que retiraran sus spots de un programa de «telebasura», indignados porque pagaron una entrevista a la madre de un implicado en asesinato. Y las marcas reaccionaron quitando sus anuncios, todas. Las redes sociales no amenazaron con un hastag trending topic durante años, o mil páginas de Facebook en contra del programa. No, pidieron a quien tiene el poder que lo ejerciera. Sin publicidad, no hay dinero para el programa. No estamos locos. Somos Mad Men porque estamos locos por nuestro trabajo, pero no porque no sepamos lo que hacemos. Lo sabemos muy bien. Somos quienes ponen en contacto a quienes quieren comprar algo, con quien quiere vendérselo. Comunicamos y tratamos de convencer, pero si tú no estás loco, sabrás lo que quieres y lo que no quieres. Yo sólo te mostraré el camino, y tú lo andarás. Como en los años dorados de Madison Avenue, la publicidad tiene poder, pero el verdadero poder, lo tiene el consumidor, que es quien abre su cartera y decide qué comprar, y como le dijo Winston Churchill a Roosevelt:
«La publicidad nutre la capacidad de consumo de los hombres. Presenta ante ellos la meta de un hogar mejor y una mejor alimentación y vestido para ellos y sus familias, Espolea el esfuerzo individual y la mayor producción»
Aunque si esto te parece demasiado capitalista en los tiempos que corren, mira lo que decía el ruso Anastas L. Mikoyan en la era comunista:
«La tarea de la publicidad soviética consiste en dar al pueblo la información exacta respecto a las mercancías que est´n en venta. La tarea primaria es dar una información verdadera y exacta, una descripción completa sobre la naturaleza, calidad, propiedades y forma de uso de las mercancías anunciadas»
Tenemos el poder de informar. Pero nadie dice que no se pueda hacer con estilo.
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