Yo siempre quise ser médico. Mis más profundos sueños se desarrollaban encima de una camilla alistando mis guantes de goma para operar a un pobre desdichado que sufría algún mal, y en mi sueños, casi siempre, el pobre paciente se me moría. Presagio concreto de que debía cambiar de carrera. Pronóstico que se cumplió: me decidí por publicidad. Hasta ayer había decidido escribir un artículo sobre los clientes y el trabajo publicitario, pero una pregunta inesperada de mi sobrino me hizo cambiar de opinión. Este chico de doce años, que pertenece al siglo XXII, me miró entusiasmado esperando una respuesta a una pregunta sencilla pero perversa: tío ¿por qué fuiste publicista? Mi mente se quedó estática, recordé las frases de un viejo y amargado profesor que se quejaba de su suerte en el mundo publicitario y me dije a mí mismo que uno elige esta hermosa carrera por muchas razones, menos por las que realmente hacen fantástica esta profesión, este oficio de ideas. Así que decidí responderle cómo me hubieran gustado que me vendieran a la publicidad:
“Sebas, la elegí porque quería ser un súper héroe.” Porque es la única carrera que te brinda la oportunidad de tener poderes mágicos. Sí, los poderes más sutiles del mundo.
Te permite poseer una súper visión que te hace darte cuenta de cosas, y maravillarte con los productos más sencillos, una mirada que desnuda las costumbres más profundas y los comportamientos más extraños de las personas. Le da el poder a tus ojos de ser scaners de cultura. Fui publicista porque mi oído no paraba de interesarse por cada conversación en las calles, porque sólo así podía conocer a la gente, recordando lo que el gran diseñador argentino Ronald Shakespear me decía: “la gente sólo habla de lo que sabe” por eso fui publicista, porque siempre quise tener un oído agudo, un oído que me permitiese conocer el alma de la gente. Fui publicista porque mis oídos podrían entender los sentimientos de las personas, porque sólo con ese don podía escucharlos, luego y sólo luego comprenderlos e imitarlos. Fui publicista porque podría ser quien yo quisiera ser, podría trasformarme en muchas personas, ponerme en sus zapatos y pensar como ellos, tener sus mismos sueños, ilusiones y penas. Podría mutar, podría simplemente estar en muchos lugares a la vez, vivir dentro de la mente de la gente, podría jugar a construir sus mundos, podría leer sus pasos y vivir con ellos. Me di cuenta que podría tener una fuerza ilimitada, que no se albergaba en los músculos, sino en el corazón. Que con muy pocas palabras podría derribar muros de indiferencia o construir fortalezas de felicidad. Como lo diría mi maestro eterno, don Iván Mancini: “podría ayudar a que la gente consuma mejor, para que la quieran”. Sí, quise ser publicista porque me di cuenta que una sola palabra es más poderosa que todas las poses del mundo. Quise ser publicista porque podía ser invisible y hablar a través de las marcas, reflejándome a mi mismo en sus ideas, ocultándome detrás de cada slogan, mirando el mundo detrás de todos sus beneficios. Quise ser publicista porque quería conocer a todo el mundo y de mil maneras. Y me di cuenta que tendría el superpoder de salir en muchos medios, de abrir mi alma y dejar que las marcas se lleven un pedazo de mí por cada medio que ésta recorriera, llegando sólo así a conectar con los demás. Pero sobre todo, mi querido sobrino, yo quise ser publicista porque me di cuenta que cuando crees y usas a la publicidad como es debido, ésta te llena de emociones que se contagian. Porque cuando trabajas con la mente y en la mente de los demás, la responsabilidad no se acaba en una tanda publicitaria, sino que te sigue en el comportamiento cotidiano. Quise ser publicista porque me di cuenta que con mi profesión también podría salvar vidas, podría arrancar sonrisas, porque con cada idea tenía la oportunidad de crecer. Quise ser publicista porque me convertiría en el mejor superhéroe del mundo: me convertiría en un buen ser humano. Mi sobrino me miró y me dijo: “me gustaría ser publicista”. Yo lo miré y descubrí que ser publicista sólo tiene un gran súper poder y no es otra cosa que la capacidad de contar tus propios sentimientos a través de una buena idea.
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