Este breve artículo (inferior al periodístico y técnicamente meditado para el caso), fue pensado para los publicistas que desean tener una visión más amplia sobre la Economía, ciencia de lo incierto, es decir, ciencia de la predicción, de la interpretación y de la explicación. Predecir el comportamiento del consumidor, es casi imposible (quisiéramos tener en las agencias, en lugar de redactores o de diseñadores, hombres adivinos, oráculos o magos). Interpretar los actos de las personas, es fácil, pues la Sociología, el OTL, la Antropología y las teorías políticas, han dedicado sus días a comprender las causas y los efectos de un movimiento social. Y el conocimiento del pasado, el más útil, es el más difícil de aceptar. ¿Por qué? Porque la historia registra más errores que aciertos humanos (cuentan que los economistas europeos, ante la crisis actual, se niegan a aprender de las erratas de Latinoamérica). El publicista, pero sobre todo el estratega comercial, necesita datos históricos, políticos y financieros para tomar sus decisiones. Henry Hazlitt, reconocido periodista, enuncia tres errores de la economía moderna. El primero, es la visión miope («vendo, luego, lo estoy haciendo bien»). El segundo, es la hipersimplificación de los procesos de la demanda (necesidad-satisfacción). Y el tercero, es el excesivo gasto público (medir el progreso por el número de puentes y rascacielos a la vista). Cuando vamos a vender un producto, ignoramos que tal vez podríamos estar afectando cierta industria lejana. Un joven gasta doscientos pesos en licor y alguna tienda de ropa deja de vender una camisa del mismo precio. Muchos me dirán: claro, a eso se le llama «libre competencia». Sin embargo, los economistas ya no creen en esa mano invisible pensada por el señor Smith y casi profetizada por Keynes. Creer en la libre competencia, es ser un incompetente economista. Boulding, viendo estos problemas, propone en sus libros que practiquemos una Economía de la Donación. ¿Qué es esto? Una donación se hace por dos razones: amor o miedo. El empleado le regala a su jefe una pluma (miedo) y un amoroso padre le paga a su hijo la universidad (amor). Ni el empleado ni el padre, esperan algo a cambio (Economía del Intercambio). Estos bienes, productos o servicios, son transferencias de riqueza (compra-venta-regalo). Las herencias, las sociedades altruistas, los trabajos voluntarios, constituyen la superestructura de la Economía de la Donación. Cuando alguien invierte su tiempo en salvar ballenas, poniendo dinero de su bolsillo, está donando, está rompiendo el ciclo natural del intercambio. Esta ruptura, hace que sea imposible toda predicción económica. La gente no siempre compra, afirma Boulding, bajo el mecanismo llamado Costo-Beneficio. La gente, regularmente, espera que sus compras, regalos o donaciones, le otorguen una satisfacción emocional. Ver que nuestro hijo se hace un hombre mediante la educación, es un pago más que suficiente para el padre. A esto se le llama «herencia». En los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, la posición social se determina, en su mayor parte, por la herencia. Mientras unos inician su vida desde la pobreza, otros inician la suya desde la opulencia (ver Theory of Justice, de J. Rawls). Los opulentos, es decir, los que quieren conservar su estilo de vida (conservadores), buscarán productos que reafirmen los rasgos de su clase social. En cambio, los necesitados quieren un cambio social, un emparejamiento, una revolución. De aquí que los ricos compren productos que remarquen su estirpe. Ropa, viajes, arte, son algunos de los bienes que acentúan nuestra clase social. En Twain, sólo la ropa distingue al noble del lacayo. En Bourdieu, la música o soplo celestial, escinde al educado del vulgar. Y por último, el interés por el arte, sustituto de los Mass Media, implica que el público, más que pensar en lo necesario, se eleva hacia la autosuficiencia del creador. En parangón, bienes como la tecnología, las computadoras o la educación técnica (la educación técnica le enseña al alumno a ser una pieza, algo gremial, algo igualitario), equilibran nuestro rol social en la ciudad. No todos traen el mismo coche, la misma camisa o la misma música en su reproductor, pero todos pueden opinar en las Redes Sociales, armar máquinas y ascender en la pirámide clasista. Si el publicista sabe estas cosas, sabe cuáles son las motivaciones de su mercado. Pero si lo ignora, pierde el tiempo y el dinero de sus clientes. Buen día, Comunidad Roastbrief.
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