Hace dos semanas, mi tía me contó que quería escribir un cuento. Acudió a mí porque sabe que dedico mis días a la escritura, tanto literaria como comercial. Ella quiere contar una historia, una en la que el hemisferio izquierdo y el derecho debatirán a muerte, tanto, que el poseedor de estos hemisferios terminará padeciendo una embolia o una tara. Cuando me contó esto, mi carcaj humorístico disparó múltiples carcajadas, pues la historia parece loable. Le narré el proceso de redacción que sigo cuando redacto, por ejemplo, spots de radio locales y nacionales para FEMSA. Lo primero que hago, es reconocer en dónde hablará la marca. Conocer la pronunciación de cada localidad, es conocer su pensamiento. Ya lo dijo Unamuno: el lenguaje es la sustancia del pensamiento. Ya lo dijo Mailer: la escritura es la extensión del habla. Y la escritura pretende poseer los mismos encantos de la voz (Ortega y Gasset afirmaba que el gran escritor modifica y cambia la gramática y el léxico, como acaece cuando hablamos). Es bien sabido por los hombres de la RAE que el siseo es un rasgo del buen castellano (pocos pronuncian bien la frase «me fui de casa para cazar», cuentan en la Academia). Me refiero a Gil. Comerse, escupir o arrastrar una «s», implica una situación geográfica, política, cultural (Dilthey, el Hermes alemán, enseñaba estas sutilezas). Hasta las mismas palabras cambian cuando un gobierno es represivo. Lo abstracto y la parábola sustituyen a lo concreto cuando algunas temáticas no pueden ser abordadas. Lo que importa es lo que no se dice, afirma Foucault. Lo anterior lo viví hace un mes, dando un conferencia en Ciudad Victoria. En mi coloquio cometí la imprudencia de llamar a los «malos» por su nombre. La reacción del agradable público, fue un siseo silenciador. Si vamos a redactar un guión, una historia o un contenido, tenemos que respetar las reglas fonéticas, fonológicas, dialectales y gramaticales de nuestros receptores. No hay un castellano mejor que otro, dicen los de la RAE. Entonces, cuando voy a redactar textos para mis clientes, hago una lista que contiene cuáles son los usos y las costumbres léxicas del lugar en el que se expresará la marca. En el norte del país, heredero de una cultura trabajadora, el tono imperativo es natural (hablan recio porque recio hay que ser ante una naturaleza ruda). En todos los países, continentes o mares, los norteños hablan en tono imperante, activo (nótese la diferencia que hay entre los hard-boiled writers y los redactores del Boom). Si esto es así, los spots destinados al norte deben contener tres requisitos: muchos verbos, palabras oclusivas y vocales abiertas. En el sur del país, por su lado, la cultura es dicharachera (los mejores poetas siempre han nacido en el sur… por eso Goethe estimaba muy poco la lengua germana). Los juegos del lenguaje, el diálogo, el intercambio de ideas, hacen que el sureño receptor de un mensaje espere del emisor alguna sorpresa («hazlos reír, hazlos llorar, hazlos esperar», dijo Dickens). Un guión escrito para sureños, contiene los siguientes atributos: retruécanos, sustantivos salitrosos, románticos y circunloquios. Los norteños jamás han tenido tiempo para charlar en exceso, y por eso conviene más la concisión al hablarles. Pero si somos concisos en el sur, zona en la que el tiempo «callado se va hora tras hora», como dice un poema de Manuel Machado, la gente se sentirá agredida, insultada, agraviada. En el centro del país, que es un conglomerado estatal, nacional e internacional, tenemos que redactar con pluralismo, es decir, sin juicios morales (usemos un tono periodístico a lo Talese, Hamill o Lippmann). Un guión para la gente del centro del país, contiene formas poéticas comunes, analogías y remembranzas. ¿Por qué? Porque debido al exceso de ruido (como esta fea cacofonía), los mensajes se pierden con facilidad en las capitales. Y si estos no son distintos, claros y evidentes, no comunican, no transfieren información. Después de oírme, mi tía me pidió un esquema, una guía. En una servilleta y en pleno comedor (estábamos en Plaza Las Américas), dirimí diagramas fraguados por Saussure, Chéjov, Eco, Lope y demás estrellas. Sigamos. Ya que hemos determinado la estructura léxica de nuestro guión, pasemos a la determinación de la voz. ¿Quién habla? Le expliqué a mi tía que la publicidad es «ese reflejo de sueños en el sueño de otro espejo», refiriéndome a Borges. Como buena sureña, quedó embebida con las palabras (el norteño se embebe con acciones, y el capitalino, con silencios). Una voz se distingue de otras voces por sus pausas, por sus respiros y suspiros. Dicen que Neruda tenía voz de Constrictor, pues era pausada y ronca. Un guión norteño es mejor si respeta la estructura clásica de una oración, a saber: sujeto, verbo y predicado. Fenollosa recomienda que la pintura, como lo hace la oriental, respete las causas y los efectos. Un guión sureño, en cambio, es mejor si esgrime el hipérbaton o el oxímoron. Ejemplos: suave dureza, profunda superficie, el árbol suyo, «el adulterio la vergüenza al cielo» (soneto de Quevedo el último). El sureño, que todo lo tiene a la mano, tiene tiempo para soñar. Así nos explicamos que tales recursos funcionen mejor para convencerlos sobre cualquier cosa (la retórica es el arte de persuadir a quien sea, sobre lo que sea y por el medio que sea, dijo Aristóteles). Y un guión capitalino será efectivo si es neutral, límpido o enemigo del ruido. En el escándalo de la ciudad, de la fiesta o del estadio, los agudos sobresalen. Y para fraguar guiones agudos, tenemos varias técnicas. La más efectiva, consiste en eliminar grupos consonánticos que dificulten la pronunciación del locutor. Fuera, fuera el «mb», el «mbr», el «cl» y demás. Mientras más nítidas sean las sílabas, mejor. Ya que tenemos consciencia de cuál será la voz y la estructura idiomática, pasemos a la trabazón literaria. Platón demostró que el diálogo es mejor que el monólogo para persuadir. Los mejores spots son dialogados, pues en el ir y venir de las palabras se forma la dialéctica, o mejor dicho, la síntesis (opinión pública). Quien escucha un debate unifica en una imagen total las opiniones de los interlocutores, y así, es difícil refutar (esto es común en el uso de la preterición). Para que un diálogo tenga poder persuasivo, necesita estar anudado, cargado de posturas, de contrariedades, de antípodas (un nudo sólo puede ser desecho si vemos su estructura, dijo Wittgenstein). Si ponemos a hablar a dos señoras en nuestro spot, tenemos que contrapuntearlas con un medio ambiente hostil, que puede ser representado por los efectos de sonido o por la misma narrativa de los personajes. En fin, que mi tía escribirá su historia echando mano de estos consejos, consejos que comparto con la Comunidad Roastbrief y con todos los redactores que inician su carrera. Saludos.
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