¿Qué olores, sonidos y colores, despiertan nuestra genio? Caminar, comer y fumar, invocar a la reina Maab, a las 9 musas de las ciencias y las artes, a veces ni aún así se da cita esa revolución mental que se precisa para la gestación de una idea o para plantear problemas desde nuevos ángulos. Acuéstese con el problema para reflexionarlo, pero que no sea fuerte y rubio, como el Alcibíades de Sócrates; diseñe un buey de oro y a él récele heréticas plegarias, sacrifíquele suculentos corderos; báñase en las dulces y frías aguas del Danubio; baile desnudo frente a una estatua de Modigliani…pero si nada de esto funciona, si el trabajo no avanza, entonces descanse. Sí, descanse. Eso de que la creatividad nos encuentre trabajando, no es un principio universal, ni una ley física necesaria. Los grandes pensadores, compositores, pintores, publicistas y escultores, sabían que había algo que empujaba desde dentro de su ser, pero que tenía que existir una firme conexión con lo terreno para allanar el camino de lo etéreo. Es decir, a nivel fisiológico es necesario que perturbaciones, estímulos externos, de lo más mundanos -como un trabajo repetitivo-, establezcan las condiciones mentales que darán paso a conexiones neuronales antes improbables. No significa que la creatividad debe encontrarnos trabajando, sino que es una forma diferente de acelerar el proceso, hay que hacer algo -lo que sea, no importa si es nada- que no tenga relación con nuestro problema. De ahí que Arquímides necesite de la bañera, que Sheldon tenga que trabajar en The Cheesecake Factory, que Balzac tenga que tomar 25 tazas de café, o Gauguin ajenjo, y que nosotros tengamos que despertar en la fase de sueño REM con el iPhone estacionado junto a la almohada. Debemos buscar, conocer, qué es eso del mundo que despierta nuestra creatividad, qué nos mueve y nos alimenta. Se argumentará que no somos artistas, pues es claro que nuestros objetivos son diferentes a la volición de la pintura o escultura, sin embargo, también demandamos de la creatividad como materia prima -o secunda- de nuestro quehacer imaginativo.
Incentivos necesarios
En la entrada de las oficinas de XY & Asociados existe una fuente de agua de la creatividad, beber o empaparnos de ella nos ayuda a invocar al hado, como en las templos católicos pervive esa vieja tradición de acercarse a la pileta para persignarse con el elixir que purifica. Cuando pienso en la creatividad, recuerdo al viejo Heráclito filosofando sobre el transitar del río, nada de lo que sucede ahí se repite, todo se está recreando de nuevo, como fluyen las corrientes eléctricas en nuestro cerebro. Otra fuente bien conocida de inspiración es el guardar la posición del Poeta de Rodin -que equívocamente conocemos como el pensador-, en el acto escatológico de desechar lo procesado; el conducir un automóvil, tomar una cerveza, en realidad cualquier cosa puede ser un incentivo, la solución está en el dejarse fluir. Uno de los más grandes hallazgos del siglo XX fue la forma de transmitir la electricidad. En los primeros experimentos de iluminación se utilizaba la conducción continua, lo que sobre calentaba las máquinas haciéndolas inservibles. A este genio se le ocurrió que se encendieran y apagaran intermitentemente, a una velocidad que no podía ser perceptible por el ojo humano. No sé si siga funcionando así, mi pregunta más importante es ¿de dónde provino la idea? Tal vez mientras parpadeaba, observando el abrir y cerrarse de una puerta, por mi parte prefiero ser más poético y pensar que cuando caía la noche y titilaban las estrellas, el genio pudo encontrar la respuesta a su problema. Encuentren su propia inspiración, pues como decía Nietzsche, sin seguirme, me están siguiendo mejor.
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