Consagro este año a las letras españolas, aprendo las diferencias imaginativas que hay entre España e Inglaterra, someto mi pluma a los rigores de la retórica clásica y visito prevaricadores libros de poesía para aprender, al menos un poco, el arte de la economía en el lenguaje. Arthur Schopenhauer, lector de Gracián, decía que no toleraba la tacañería de las redacciones de su época. ¿Qué es la economía del lenguaje? Hay literatura económica y hay literatura sobre las ciencias económicas, y las estamos confundiendo. Que yo esgrima una palabra técnica o imite las páginas de Friedman no significa que he sido eficiente en el uso de la palabra: significa que he usado la palabra compartida por un grupo de personas, y nada más. Retrucaré las alongadas discusiones eruditas sobre la economía del lenguaje aludiendo un ejemplo clásico. ¿Es mejor la `Odisea´ de Lawrence, que fue un viajero y vividor de experiencias varias y ricas, o lo es la de Andrew Lang, que más por erudición que por experiencias se distinguía? ¿No ha dicho G. Steiner que hay hombres que nada necesitan de la experiencia empírica para estibar sus letras? La de Lawrence es rica en imágenes y la de Lang es rica en léxico. Una página más corta que otra no tiene por qué hacernos pensar que la más extensa no, no es la síntesis de una todavía más extensa. Como Dios, como los políticos y los gánsters, el gran escritor escribe o hace pensando, no imaginando. ¿Cómo escribir con más ricura sin caer en el tartamudeo, en la prosa de la prensa actual, la cual emula los ritmos del código morse? Recurriendo a la metáfora. Ayer me tocó por gracejo bibliófilo estudiar el `Quijote´, el `Fausto´ de Estanislao del Campo y el `Del sentimiento trágico de la vida´, del hermano Unamuno, libros todos que he leído hasta el hartazgo intelectual. Unamuno se subscribía a la opinión contante de lo adjunto: el lenguaje es un sistema de metáforas antropomórficas y mitológicas, es decir, que el lenguaje está lleno de imágenes humanas y fantásticas, lleno, en fin, de pasados rostros (hoy por la mañana, leyendo a Lugones, recordé que hay retóricas intimidatorias y serviles). Vamos a comprender por qué es difícil renovar el lenguaje, que es filosofía hecha cultura. ¿Quién impone el lenguaje? Simmel diría que las clases altas y las bajas. ¿Podía entenderse el bajo Sancho con reyes? Casi no. ¿Podía entenderse un cortesano alto y principal con campesinas? Sólo con el cuerpo. ¿Podía el de la triste silueta entenderse con Sancho y con campesinado zagal? Sí. La retórica, venida del torpe y pleonástico griego y del plateado, contante, sonante y algebraico latín, enseña a pensar oficialmente, políticamente, quiero expresar, moralmente. La lengua romance, por otro lado, era improvisación, era más fonética que gráfica, era más creación que repetición. El habla del gaucho, ejemplifico, representa el romance, y el habla de Quevedo, recuerdo, representa la retórica. Encontré esta expresión en la segunda parte del `Quijote´: «ver estrellas a medio día». En mis más tenebrosas profundidades creo que la mezcla de retórica y de romance logra la economía del lenguaje. ¿Qué de retórico hay en la expresión susomentada? ¿Qué de romántico o romancero o romance (juego aquí con la morfología)? Las estrellas, según la retórica, pueden ser ojos, chispas, luces, luciérnagas o cualquier otra cosa hecha de substancia. Las estrellas, para el habla popular, son cosas que salen o se ven después de un garrotazo. El retórico habla de objetos quietos (de un burro, de un amor eterno), y el romancero habla de movimientos (del trote del burro, del amante). Amenazo, y lo hago advirtiéndole al enemigo que le adelantaré la noche, que aquello de la noche será en el día, que lo bello de las estrellas o de la vida se transmutará en dolor, en oscuro, en negro. El «pomposo verbo y la alzada palabra» han sido extraídos, limpiados, según la enseñanza de Góngora. Luego encontré una gema de cepa argentina, una que dice: «dele un beso a esa giñebra», que se parece a la cervantina expresión «besar como si fuera reliquia». ¿En dónde está el artífice? En la noción del tiempo. Nadie besa de golpe, un beso es algo lento, pues los labios son débiles y contra los dientes y perlas no pueden estrellarse. Al leer ambas expresiones imaginamos que alguien bebe ginebra con delicadeza y que alguien recibe un golpe en la boca en «cámara lenta». Con la palabra «beso» espesamos el tiempo. Las estrellas, antropomórficas, son ojos, que también son luz, y los golpes, que son besos, son lentas lecciones que la reliquia de la vida nos da. El truco para escribir eficientemente consiste en buscar temas nuevos o en renovar con léxico nuevo temas añejos. Un `Dotor´, un `Fausto´ gaucho, hace que la maldad y que el afán de ciencia se manifiesten en otras formas, siendo la forma, es decir, la técnica, la representación de los límites de nuestro mundo, según ha dicho Wittgenstein. Cuentan los manuales literarios que Ezra Pound, al leer la obra de Eliot, se quejó, que lo hizo porque los versos de Eliot eran buenos, pero no contenían temáticas nuevas. Si no podemos decir con más belleza lo que otros han dicho, digamos cosas nuevas, que por ser tan novedosas no puedan ser tildadas de defectuosas. ¿Por qué la prosa de Karl Kraus es tan eficiente? Porque satirizaba mezclando la tragicomedia de Shakespeare con el lenguaje periodístico, creando, así, saetas mecanizadas, dagas lanzadas con rifle. ¿Por qué Hitchens, el periodista ateo por excelencia, pudo practicar una prosa tan aguda, tan mordiente? Porque cambió una vida de sobresaltos a veces sosegada por la fe por una vida de fe literaria perturbada de vez en cuando por la religión, según la dialéctica de Roberto Browning.
Fotografía cortesía de Fotolia
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