En el mundo de la redacción hacernos miel provocará que nos persigan las moscas, pero ser muy fríos hará que nos sigan los muertos. Escribir en un tono que esté entre el drama y la comedia es complicado, mas no imposible. Hay que encontrar el punto medio, o mejor dicho, el punto o centro de atracción que impida que nos desviemos de nuestros objetivos. Los viejos filósofos escribían tan bien porque creían en un principio rector de todas las cosas. Los alemanes le llamaban a lo dicho `Urstoff´, o sea, `estofa primitiva´. Hacer que un texto sea útil y bello (`utile dulci´), alimenticio y atractivo, persuasivo sin ser manipulador o intimatorio, exige experiencia, muchas horas de escritura, muchos años de meditación, muchas palabras despachadas, más de 30,000 al mes durante sendos años. ¿Qué debe lograr un texto? La `Katharsis´, la purificación, la clarificación. Me han pedido en la oficina que describa o mencione cuáles son los rasgos principales de un gran redactor, de uno confiable, de esos que no piensan mucho y luego medio escriben lo que medio captaron en su pensamiento, de esos que no engendran en su magín y luego crían con mimos barrocos lo que engendran, sino de esos que van hilvanando, una a una y como James Joyce, las palabras. El mal redactor piensa que las palabras son ladrillos y que cualquier ladrillo «encaja», como diría y pensaba Sancho Panza, en donde sea. Sancho Panza era un mal barajador de refranes, y los enristraba sin ton ni son. El buen redactor sabe canchar, sabe fintar, sabe amagar, gesticular y dar en su objetivo si desperdigar golpes por doquier. El buen redactor tiene una personalidad fuerte, y a veces es pedante, y a veces es insoportablemente egocéntrico. ¿Alguien pudo correr a Ezra Pound de la revista `Vogue´ por pedante? ¿Alguien se atrevió a despedir a Christopher Hitchens de `Vanity Fair´ por ser megalómano? El gran director de redacciones sabe lidiar con tales personajes, pues lo que importa es la obra, no el obrero. Juzguemos siempre al poeta por su poesía máxima, no por sus debilidades y experimentos. Un buen ejercicio para hacernos redactores condignos de las sudorosas musas es la lectura de los ensayos de Ezra Pound, siempre certeros. Oigo constantemente que los alumnos aprenden en las universidades a no afirmar, a no asegurar, a no acertar, a ser blandengues incapaces de mandobles literarios. El cuchillero quiere matar al rival, sea hombre atigrado o tigre con alma de hombre, de un golpe único, con eficiencia y eficacia, así como el gran redactor quiere enviar una idea sin rodeos y sin hacerle gastar suela en callejuelas. Pongamos el ejemplo de Cervantes, que usó a Sancho y al Quijote para expresar sus ideas, siendo el primero un gran hablantín de cosas vivas, siendo el segundo un gran retórico y adulador de cosas muertas. Sancho veía realidades y el Quijote veía ideales. Ambos tenían su centro de gravedad (Sancho era un ambicioso de riquezas y el enloquecido Quijano uno de glorias, sí, pero ambos tenían por `Urstoff´ la ambición). Y tal usanza técnica verosímilmente práctica nueva no es. Tales de Mileto dejó grandes pensamientos porque todos los atisbó sobre el agua, eje y vórtice de sus disquisiciones, de su habla, siendo el habla simiente de la escritura. Para Anaxímenes, por ejemplo, todo venía del aire, mientras que para Pitágoras todo era número, enlistable. ¿Cómo juntar la vivacidad escuderil de Sancho sin caer en lo vulgar con la elegancia retórica del Quijote? Eligiendo, discerniendo bien el tema de nuestro texto. Orwell declaró en un famoso ensayo que el mal escritor no piensa en palabras, sino en oraciones hechas. ¿Cómo evitar, según la perenne queja del periodista y crítico Karl Kraus, usar retazos de grandes telas para parchar nuestras mediocres vestimentas? ¿Cómo se veía la vulgar Teresa Panza con su collar fino y regalado por duquesa? Mal. ¿Es válido usar un poema de Shakespeare para ilustrar un ferrocarrilero accidente? Tengo para mí que el gran redactor no confunde la altas letras con las bajas, ni el alarde de ideales con el alarde de realidades. No podemos, ni debemos, filosofar cuando el tema que nos impele es mundano, ni viceversa. Si voy a hablar de letras, de literatura, puedo citar «problemas frívolos» de Ellery Queen, puedo citar algún argumento de literatura `pulp´, puedo retrotraer hasta el idiotismo al lector con historias de James Bond, pero no puedo caer hasta la materia y discurrir sobre la máquina de escribir o sobre la pálida cinta de la máquina con la cual Wittgenstein redactó sus `Philosophische Bemerkungen´. Para los filósofos pitagóricos, de los cuales podemos aprender el arte de la música, del silencio y de las matemáticas, escribir era puntear, trazar figuras a través de puntos, de números. Para ellos el 1 equivalía al punto, el 2 a la línea, el 3 a la superficie y el 4 a la profundidad. Hablar de ideas o de geometría, como quería Euclides o quería Spinoza, es hablar usando únicamente el 1, el 2 y el 3, siendo lo otro colegido por el lector, a saber: hablar de realidades es hablar usando el 4. `Quod erat demonstrandum´. Hay un poema de Pedro Calderón de la Barca que dice: «Tales los hombres sus fortunas vieron:/ en un día nacieron y expiraron/, que, pasados los siglos, horas fueron». ¿Por qué tales versos no suenan melosos ni demasiado fríos? Hay frialdad en la idea de que los siglos horas son, y hay calor humano en la idea de que los hombres son títeres o piezas de guiñol ante la Fortuna. ¿Qué es la Fortuna? Es una imagen, una superficial imagen, una tríada hecha de Destino, de Suerte y de lágrimas. ¿Qué son los hombres? Son cosas de carne y de hueso, esto es, objetos con profundidad física y a veces hasta filosófica. Si vamos a hablar de profundidades, entonces nuestro texto tendrá que mantener la tensión durante todo el trayecto. Un texto o es un llano o es un abismo, pero no ambas cosas. ¿Qué pasa cuando corremos sobre un campo lleno de hoyos? Nos lastimamos las rodillas, los tobillos, o caemos en las fantasías de Lewis Carroll o en el «dark-backward and Abysm of time», de W. Shakespeare. ¿Qué pasa cuando un texto realista está lleno de poesías y de citas profundas? Nos lastimamos los ojos, el entendimiento, la imaginación. José Ortega y Gasset ha escrito en `El Imparcial´ la anexa señalización: «En la hora de ahora mueven las plumas gentes mejor dotadas de fuerza física que de inspiración. Todo se dice a garrotazos y se corta de los fresnos de la literatura». Nada podemos decir con soltura y gracejo si carecemos de un estilo, es decir, de una postura, y menos si no escribimos para solucionar problemas, o al menos para plantearlos. El estilo, hemos dicho, es `Urstoff´, es `estofa´ o postura. ¿Por qué ahora escriben Hércules y no Apolos? ¿Por qué ahora todo tiene que ser un `tour de force´? Shakespeare no escribió jamás por mero gusto: lo hizo porque se veía exigido por los actores, por las tablas y por su teatro… por el arte. El arte moderno, hoy, está perjudicialmente influido por el afán de originalidad, y nadie quiere pulir lo que otros dejaron en bruto. El arte no nace y expira en un día, o en una época o escuela: el gran arte se hace de continuidad. Yo busco redactores que quieran ser los continuadores de los ancianos, busco redactores inteligentes que quieran hacer de lo romántico algo fino, de lo inteligente algo popular, de lo clásico algo comprensible.
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