Apuntes para la clase de semiótica- El francés Guilles Deleuze, en su bello libro llamado `Lógica del sentido´ (yo entiendo el título a mi manera, y leyendo el libro pensé que cada sentido tiene su lógica, que el ojo o que el oído son instrumentos con su propia lógica), ha columbrado los avatares que la lógica produce sobre la razón, ha meditado los efectos que la cultura ejerce sobre nuestra forma de pensar. Platón, en sus `Diálogos´, ha dicho que sólo podemos ver sombras cuando vivimos en la ignota caverna de la ignorancia, que sólo podemos ver fantasmas cuando estamos atestados de creencias. Goethe, en sus tratados sobre los colores, nos informa que el ojo tiene que traspasar tres dimensiones antes de llegar hasta los objetos, ha vislumbrado que el aire, que la química y que la física se anteponen a toda objetividad visual. La relación que hay entre un hombre y una cosa o entre un sujeto y un objeto se ha roto, y ahora resulta que las cosas y los hombres son similares, algo así como mónadas soñadas por Leibniz. Según éste pensador todas las cosas son puntos de vista, es decir, todo es relativo. Según Spinoza no existe el Mal total o el Bien absoluto, pero sí lo malo y lo bueno para cada persona o punto de vista. Platón creía que lo único relativo en el mundo de la ciencia es la percepción, que es provocadora de opiniones. Ejercer el oficio del sociólogo nos obliga a meditar sobre el tópico que venimos tratando: la vigilancia epistemológica. Alfonso Reyes ha hablado, al discurrir sobre el lenguaje, de un paranoico instinto «policíaco». Parece que buscamos antes el error que el acierto, la duda que la certeza. Bajtín, lingüista, ha sostenido que el lenguaje configura al hombre y al revés, y Reyes que el cincel, hecho por un escultor primigenio, produce escultores. No tenemos oídos limpios, ni ojos limpios, ni piel libre de prejuicios (Valéry, citado por Deleuze, escribió que lo más profundo es la epidermis). David Hume ha demostrado que no existe una forma de ser puramente humana (`ecce homo´), ha asegurado que todo lo humano está influenciado por algo, así como todo sustantivo está o debe estar casado con un verbo para forjar una proposición. Sartre lo ha dicho con mejor elocuencia: somos lo que hacemos, y no inversamente. Al oír el testimonio de una persona, ¿qué operaciones intelectuales hay en nuestra mente? ¿Sabemos escuchar o sólo filtramos lo que nuestro rígido sistema de ideas o lenguaje nos permite filtrar, retomando las ideas de Saussure? ¿Sabemos mirar u observar sin crear imágenes sobre lo observado? ¿Sabemos, como quería Karl Kraus, magno periodista, sacar lo mejor de lo peor? ¿Sabemos cribar con nuestra práctica teórica lo esencial de nuestro objeto de estudio? Nos gusta vigilar nuestras investigaciones, pero, ¿quién nos vigila a nosotros? El instinto guía al hombre, dijo por ahí Saramago, pero no sabemos quién o qué guía al instinto. Tratemos de educarnos sociológicamente, cosa ésta harto compleja, pues mientras el químico pasa del mundo social al mundo atómico, pues mientras el físico pasa de lo social a las fuerzas gravitatorias, pues mientras el matemático, digo, sólo tiene que abstraerse un poco para poder bifurcar geometrías y algoritmos, el sociólogo no puede pasar de una vida social a una vida sociológica fácilmente o sin tener que enrarecer lo circundante. ¿Por qué acontece lo antelado? Porque justamente el objeto de estudio del sociólogo está ahí en la sociedad, ahí en su vida diaria, justo ahí en donde ya no puede haber inocencia, justo ahí en donde todo nos parece normal, mecánico (Lacan instauró una paradoja que afirma que siempre buscamos en donde no debemos buscar o podemos buscar). Como siempre, sí, tendremos que apelar a la Literatura para comprender mejor qué pasa en nuestra vida interior. Benito Pérez Galdós, nuestro novelista moderno, escribió un cuento que se llama `Una industria que vive de la muerte´, en donde podemos leer esto: «Un hombre célebre dijo en cierta ocasión que la música era el ruido que menos le molestaba. Aunque nos tache de profanos algún melómano, no nos atrevemos a condenar esta aserción como un desatino, porque no creemos que se perjudique a la música uniéndola al ruido, ni que sea señal de poca cultura el confundir el arte divino con su salvaje compañero; mejor dicho, con su engendrador». Vigilemos la ejecución de las leyes, pero antes instaurémoslas. ¿Cuántos tipos de vigilancia existen en el mundo de la sociología? Según un manual sociológico de P. Bourdieu, quien cita a Gastón Bachelard, hay tres, y son: vigilancia del fenómeno, del método y de los prejuicios. Todos los hombres son una combinación de creencias, de ciencia y de cultura (Bacon distinguía cuatro ingredientes humanos: lenguaje, instinto, cultura y psicología). Tal hace que todo sea relativo. ¿Qué fenómeno vigila Galdós con su prosa? La música. ¿Qué clase de método usa Galdós para afirmar que la música es ruido también? Un método lineal, casuístico, pues dice que el ruido engendra, antela, preludia a la música. ¿Qué prejuicio rompe Galdós? El de la cultura, sí, y lo hace afirmando que tan soez aseveración fue proferida por un «hombre célebre» que no denota poca cultura desdeñando pianistas, violinistas, sonetos y demás («catorce versos, dicen que es soneto», dice Lope burla burlando). Si oímos un testimonio, hagámonos las yuxtapuestas preguntas: ¿qué quiero oír y qué puedo oír?, ¿qué método de escucha usaré?, ¿qué prejuicios o ruidos impedirán que mi oído esté atento? Tales preguntas generan estas otras: ¿quién soy o de qué maderas léxicas estoy hecho?, ¿qué puedo conocer?, ¿qué puedo esperar?, ¿qué debo hacer para interpretar lo esperado y lo conocido? Kant, estamos oyendo a Kant, crítico empedernido que sigue imperándonos con su idealismo. Bachelard, francés, esto es, más práctico que Kant, siempre creyó en la imaginación primitiva, poética, mitológica. ¿Cómo percibir lo que hace nuestra poética imaginación? Sin educación, sostengo, pensamos como primitivos. Luego, para determinar qué rudimentos mentales hay en nosotros, es menester acudir a los clásicos. Decía Platón que el hombre pasa de las opiniones (`doxa´) o imágenes al conocimiento de los Arquetipos, y de aquí a los saberes infalibles y perdurables. ¿Cómo pasa? Así: un hombre ve un caballo y se queda con su imagen, con el ejemplo. Luego, cuando alguien le pregunta algo sobre los caballos, el hombre habla del caballo visto, sólo del visto. Después, viviendo, conoce más caballos y comprende que su primer concepto de «caballidad» es insuficiente, e imagina, sombríamente, un caballo ideal. De la sombra imaginativa pasa al arte, pasa al escrutinio de los caballos pintados o esculpidos por los frecuentadores de los Arquetipos, llamados artistas. Y por último crea su propio concepto universal sobre los equinos. Nuestro oído, así, registrará primero puros ejemplos, imágenes ubicadas en un tiempo y en un espacio. Referirá lo desconocido a lo conocido, lo ruidoso a lo nítido, lo léxico a lo semántico. ¿Qué método usaremos para que el oído no se ensucie de creencias? Podemos ser metafísicos, empiristas, estructuralistas, fenomenológicos, lingüistas o lo que sea, pero jamás dejemos de vigilarnos y de repetirnos los siguientes versos de Girondo: «Todavía me intrigan el absurdo, la gracia./ No estoy para lo inmóvil,/ para lo inhabitado». Foto cortesía de Fotolia.
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