El vocalista de la banda grita la palabra «rock» y la letra «o» de la susodicha palabra se nos figura una boca abierta, y una boca abierta puede ser el sinónimo visual de la palabra «grito», palabra que nos hace pensar en el sonido, que es más lento que la luz. La luz, cuando posa sobre partículas atómicas, modifica el comportamiento de dichas partículas, así como un público ingente modifica el comportamiento del tímido. El tímido, pensamos, es lacónico, tanto como los textos publicitarios que hacemos. Por cierto, tenemos que redactar un eslogan para una nueva taquería, que de chica nada tiene, pues iniciará operaciones inaugurando cinco lustrosas sucursales, sucursales equipadas con meseros más educados que los de `Port Royal´, con mesas brillantes que soportarán codos sucios, con cubiertos cromados que se herrumbrarán al tocar grasientas manos, con servilletas de tela fina y absorbente de salivas plurales, con aire acondicionado canadiense, con todo lo necesario para recibir multitudes. Pero las ideas no vienen, no llegan, no se mueven, pues están dormidas en eso a lo que llamamos «inconsciente», zona cerebral o mental o espiritual desconocida pero mentada, oscura pero comentada, hermética pero pensada. Pedimos otra cerveza, y limones, y sal para los limones, y servilletas para limpiarnos el jugo de limón que nos escurre por la barba, y palillos para vernos audaces, y una hamburguesa para evitar la borrachera, y así, viendo al hombre de la barra trabajar nos acordamos de la palabra «servicio», tan malo en México, tan mentado en las aulas de las universidades que imparten maestrías, maestrías que nos enseñan a hablar bonito pero no a comportarnos como debemos al atender al cliente, tan tolerante, tan sonriente, tan capaz de soportar maltratos, jetas, descortesías, precios injustos, puntos de venta incómodos, procesos más lentos que la economía mexicana. Y las ideas siguen sin llegar, y el tipo de junto nos hace plática, nos «saca cotorreo», como decimos en Monterrey, y nos presenta a su novia, que es muy linda, ciertamente, que puede mover montañas de hombres y mares de elogios, que mira al vocalista con ganas, con pasión femenina, con deseo, y todo mientras su pendejo novio nos explica avatares de la ingeniería, cosa que nos hace razonar la importancia de un publicista. El ingeniero pronuncia la palabra «cálculo», y nosotros pensamos en las matemáticas de Leibniz, en que no sabemos nada de matemáticas, en que estudiamos publicidad, muchas veces, para soslayar algoritmos, cálculos, ecuaciones y pesadas mochilas atestadas de libros de cálculo. Sigue la historia, lector… Foto cortesía de Fotolia.
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