1- Inventarle problemas que no existen para venderle algo, ora creatividad, ora `expertise´. ¿Qué pasa? El cliente, aunque no es avezado en publicidad, conoce su problemática y deja de creer, poco a poco, en magos y charlatanes que aseguran que juegan con la percepción y con el mundo. 2- Posponer soluciones concretas diciendo que el branding es un objetivo que se logra a largo plazo. A largo plazo, dijo Keynes, economista y `planner´ de Inglaterra, todos estaremos muertos. ¿Qué pasa? El cliente empieza a buscar talento operativo y estratégico que haga las cosas hoy, hoy, hoy, hoy, hoy, pues sabe que la gente de publicidad diseña el Paraíso, el Futuro, que nadie sabe cuándo llegará. 3- Tapar una necesidad real de la marca con pasiones coloridas, tapar el hueco con un póster. ¿Qué pasa? El cliente, poco a poco, entiende que a los diseñadores les gusta diseñar, que a los redactores les gusta redactar, pero que a nadie le gusta el giro de su marca. 4- Explicarle al cliente las cosas como si éste fuera retardado mental. ¿Qué pasa? El cliente, doctor, empresario o campesino, es capaz de aprender publicidad en seis meses, y pasados los seis meses ya no quiere explicaciones manzaneras o dignas de guardería. 5- Afirmar que lo emocional es más poderoso que lo racional. ¿Qué pasa? El cliente sabe que el consumidor no es tonto, que razona, que hace listas, cálculos y demás y que no se deja llevar por las emociones todo el día, aunque así lo crean los publicistas, únicos entes del mundo que suspiran ocho horas diarias. Puntos inspirados en las `10 Estrategias de Manipulación Mediática´, de Noam Chomsky. Foto portada cortesía de Fotolia.
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