Clase de Sociología para planeadores- Jorge Luis Borges, el místico argentino Borges, lector de Berkeley, de Hume, de Swedenborg y de Spinoza, que panteístas, iluminados o visionarios eran, sostenía que pensar en la existencia de textos absolutos, finales, pétreos, era rasgo de los haraganes o de los teólogos. Los sociólogos, a su vez, distinguen los documentos oficiales, confiables, de los documentos banales, secundarios, ambiguos. Obsesionados estamos, creo, con eso de la autenticidad, con eso de la verificación. Queremos comprobar la veracidad y la credibilidad de lo que vemos, de lo que decimos, de la gramática que esgrimimos para hablar, de la embaulada comida, de nuestras proposiciones y de nuestras poesías, pero poco pensamos en la substancia de nuestros métodos. Es más fácil comprobar la realidad del fuego que la del oro, siempre sometido al fuego para probar su valía. ¿Por qué sufrimos ingentes confusiones al arrostrar documentos, sean libros o actas, sean pergaminos o pinturas? Porque estamos encantados por culturas añejas, por sabrosos mitos perdurables, por aceradas historias polivalentes, por jergas usadas y sazonadas con oficialidad y prestigio. Freud ha dicho que sabemos sustituir, mas no suprimir, y ejemplo donoso dello lo hay en el Renacimiento, tiempo en donde la Virgen, que no quería irse del planeta, luchaba contra Venus, tiempo en donde Jesús, humilde y áureo, luchaba contra el altivo Apolo, tiempo en donde querubines escupían contra cupidos, en donde la Teología y sus cosmogonías batallaban contra la ciencia y el concepto, sustituto de la oración. Leemos un libro, un tomo moderno, pero en la cabeza seguimos cargando génesis históricas. Contemplamos `El origen de la Vía Láctea´ de Tintoretto, pero el paganismo de la pintura no borra las historias de Adán y de Eva. Gerchunoff, ejemplar, leía al revolucionario `Quijote´, pero también la Biblia. Lenin, para sacar toda religión de Rusia, tildó a Dostoievski, que mucha fe tenía, de «archimalo» escritor. Toda visión produce sólo un perfil, sólo una aguzada imagen. Es casi imposible observar algo sin apoyarnos en creencia alguna, así como es imposible o casi imposible disparar o fotografiar sin apoyarnos en trípodes, en alguna Trinidad. ¿Qué requisitorias exigidas son al presentar conclusiones y respuestas? Son tres: fundamento teórico (histórico), sorpresa u originalidad (revelación) y aplicación (ritual). Aparente o en paréntesis aparece la influencia de la religión en nuestra ciencia. Las cátedras de Schopenhauer vacías estaban de optimistas, las de Hegel llenas eran de idealistas, y las de Ortega y Gasset atestadas estaban de perdido, de perdidos. La ciencia que no atrae, la que trabaja con fuerzas repulsivas, no cohesivas, incoherente para el público es, fracasa, y tal lo han probado los historiadores de las ideas, desde franceses hasta británicos. Max Weber, en sus `Essais sur la théorie de la science´, redactó: «Todo maestro comprobará que la cara de los estudiantes se ilumina y sus rasgos se hacen serios apenas éste comienza a `alardear´ su doctrina personal, e incluso que la cantidad de público en su curso crece de una manera extremadamente ventajosa cuando los estudiantes tienen la expectativa de que hable de tal modo». ¡Profetas buscamos todavía! No hemos suprimido, sólo hemos sustituido al Profeta con el Intelectual, la Biblia con el Manual, la Súplica con la Concentración. ¿Quién escribió este documento y quién tal otro? ¿Apóstol de la Química o de la Historia o de la Bagatela era el redactor de lo que leo? ¿Que no hay misterios en el texto? ¡Pues no me interesa lo diáfano! ¿Soy yo Profeta de la Exégesis? ¿No? ¿Por qué, entonces, habrían de creerme? El estudiante, o el mecenas de la ciencia, o el rector de universidad o el público en general busca sobresaltos, pretextos, e irá ahí adonde le digan que es mediocre su vida por culpa de fuerzas invisibles que se han vislumbrado, irá allá adonde su impuntualidad sea justificada con embotellamientos parisinos, neoyorquinos. Acta erudita puede ser sólo leída por erudito, letras del siglo X pueden ser sólo leídas por Menéndez y Pelayo, energía nuclear puede ser entendida sólo por Witten, pero, ¿a qué tanta investigación inútil para la sociedad? ¿Cómo verter lo conseguido y sabido al idioma vulgar sin que tal saber se impregne de ideologías, de sonido político y de resabio histórico? ¿Es bueno publicar descubrimientos cuando el público no está listo para entender que el jazz no era música y que la negra vida ha sido un error? Los sociólogos tendríamos que citar menos arte y usar más la sensibilidad artística al sacar a la luz nuestras publicaciones. Antonio, cantor del `Quijote´, al amar a su amada esquiva no vituperó ni imprecó, no pidió cosas ignoraras o imposibles y comprendió la naturaleza femenina, que es como la científica, tañendo versos de la prosapia juntada: «Más allá entre tus reproches/ y honestísimos desvíos/ tal vez la esperanza muestra/ la orilla de su vestido». Deleitable epistemología de caballero. Entre los reproches contra el documento, entre los errores del redactor del documento escrutado hay expectativas, señales, huellas, orillas, tientos, atisbos, datos que estorban la visión, el diálogo entre lo visto y el entrevistador, que debe estar, como dice la palabra, «entre-lo-visto», entre el público y el documento, y no sobre ellos. Son las humanidades las que casi siempre impiden la relación directa entre el objeto y el sujeto. Pero entendámonos: no es el verso de Cervantes, la pintura de Tintoretto o la música de la palabra bien usada lo que estorba, sino la cosmovisión que tal pintura, palabra o copla lleva en sí misma. Antes de salir a la aventura hagamos lo del Quijote, limpiemos nuestras armas, llenémonos las alforjas de dinero para no depender de instituciones, lavémonos camisas propias para que no nos uniformen y consigámonos un colaborador sincero, un escudero que nos escude de la mentira. Foto cortesía de Fotolia.
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