La prensa ágora pública es, y lo que en ella se dice tiene repercusiones políticas, esto es, ideológicas, o por mejor decir, antropológicas. Qué sea el hombre, qué fue y será, lo dictaminan y examinan los periodistas. La ardua labor del rapsoda griego consistía en cantar las hazañas de los héroes, y para hacerlo invocaban a la Musa, pues sólo la Musa es capaz de darle a las palabras un sentido, de soplarlas, de insuflarlas. Los amanuenses hebreos, por su lado, creían que de la Palabra provenía la carne, la substancia, creían que el conocimiento yacía `en´ la Palabra, que experiencia mística es.
Filón de Alejandría, según Copleston, admiraba a los griegos y su filosofía, pensando que tanto en los libros paganos como en las Escrituras era posible adquirir la sabiduría. Los griegos, que fervorosamente se abandonaban a Hermes Trismegisto, sostenían que éste era de la simiente de Toth, egipcio, culterana deidad. Jamás la humanidad había desconfiado tanto del lenguaje, y jamás había luchado tanto contra él (¿cuándo cesó el poder de la admiración?, ¿cuándo empezó el imperio de la interrogación?). Son los filósofos de la raigambre analítica los que han hecho del lenguaje un problema insoluble, y tal insolubilidad se ha instalado en la prensa, que se mueve entre la teología y la filosofía.
¿Cómo sabemos que nuestros relatos periodísticos no están saturados de magia? Expuesta la introducción, paso a discutir un texto de Jules Gritti que se titula `Un relato de prensa: los últimos días de un gran hombre´. Un papa muere, Juan XXIII, y sendos periódicos franceses suministran informes para que la sociedad esté enterada de los duros acaecimientos que la salud del pontífice padece. Instituciones como `France-Soir´, `Le Parisien Libéré´, `Le Figaro´ o `Le Monde´ usan técnicas similares. Alejo Carpentier, hablando del `métier´ o del oficio escribano, deprecaba a los escritores latinoamericanos para que aprendieran técnicas literarias probadas y probatorias, técnicas autorizadas para relatar sucesos.
Francia se distingue en el mundo porque produce libros hechos con pulcritud. ¿Por qué? Porque sus escritores, tengan o no talento, dominan la técnica, la tradición. Un periodista, un sujeto, pone su atención o su deseo sobre un objeto, y luego plantea un problema, lee los signos, los interpreta, y nota disyuntivas, comenta la necesidad y critica al accidente. Toda la mencionada labor obedece a un esquema clásico, o como dice Gritti, cuasi judeocristiano. Escribir notas o críticas con clásicas técnicas es como escribir siempre las mismas cosas. Cambiará el léxico, pero no cambia la gramática: cambia la suerte de los dados, pero siempre la de los mismos dados.
¿Cómo narrar o relatar la precariedad de alguien? Dos traducciones de la `Odisea´ servirán para sumergirnos en el tópico. Leamos un fragmento de la `Odisea´ traducida por Lawrence: «No hay ser humano que haya alcanzado el Hades en uno de nuestros barcos negros». Ahora, uno de Lang, erudito de Oxford: «Ningún hombre, hasta ahora, ha navegado hasta el infierno en un barco negro». El primero niega, casi para siempre, que el humano sea capaz de la hazaña, mientras que el segundo todavía tiene fe en el hombre. Uno habla del «Hades», palabra con antiguos dejos trágicos, mientras que el otro usa el término «infierno», más cercano a nuestra sensibilidad moderna.
Los desprevenidos aseguran que un léxico moderno es propicio para hablarle a oficinistas, pero ignoran que toda cercanía produce emociones, confusiones o cegueras. No vemos, ni leemos, lo que está en nosotros («la gloria y el Averno en tu alma están», dice Borges). La estructura clásica del relato no sirve, pienso, para describir los sucesos modernos. Cuando la pintura se hizo de jaez cubista, recuérdese, la crítica oval (Picasso decía que lo humano, reducido al máximo, era algo ovalado) dejó de servir. El crítico, hoy, debe ser poeta, hombre capaz de asimilar las disimilitudes o de juntar lo que jamás había estado junto.
Las algebraicas y viejas maneras con las que se explayaba Quevedo resultan rígidas e inútiles, por ejemplo, para hablar de la pintura de Chirico, pintor que yuxtaponía figuras sin relación semántica o epistemológica alguna. Los modos de Cervantes, más flexibles, suaves, se adaptan mejor a la realidad. Leamos cómo contó la muerte del Quijote: «el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió». Cervantes, que no creía en palabras rígidas, con suave lenguaje deshace la tristeza connotada en toda lágrima asegurándonos que ahí, en un lecho, tiene lugar un proceso natural («dio su espíritu»). Eliot, adobado en guisantes cosmopolitas, hace que la química y la ciencia se amalgamen con la naturaleza, transmitiéndole al lector, así, el dolor que todos sentimos en la ciudad. Dice (`The Love Song of J. Alfred Prufrock´): «Let us go then, you and I,/ when the evening is spread out against the sky/ like a patient etherized upon a table».
El lector moderno abomina de la retórica y busca lo pletórico, que no equivale al desorden, pero sí a la abundancia, enemiga ésta de la nota periodística. Sherlock Holmes nos explica cómo lee un moderno la prensa: «Seguramente usted sabrá que durante mi estancia en Francia, leía con gran atención los periódicos, pues esperaba que apareciera una oportunidad para atraparlo. Mi vida carecía de finalidad mientras él se encontraba suelto en Londres. Su sombra se cernía sobre mi persona de día y de noche». La prensa, que aspiraba a ser lengua viva, es lengua muerta. El redactor típico y fatigado que cree que existen textos finales, maestros, echa mano de falaces categorías sociológicas para contar historias. ¿Resultado? Textos facsímiles por doquier.
Gritti explica los motivos de tan funesta aberración: «A primera vista, la diégesis de un cuento, de una obra dramática, de un film… parece diferir de la de un relato periodístico: la primera emana de una creación de la imaginación, la segunda es exigida día a día por los acontecimientos». Fruslerías, pataleos de gentes que no tienen imaginación pero sí mucho diente para masticar infinitas veces las materias que otros han masticado. Fue Nietzsche quien dijo que hacían falta ojos y oídos nuevos para la música nueva, para el nuevo acontecer, atardecer. ¿Podemos trasladar la novedad a las páginas de la prensa con las categorías kantianas, siempre presentes en la cabeza de los redactores? En un cuento de Borges, llamado `Examen de la obra de Herbert Quain´, leemos: «De esta estructura cabe repetir lo que declaró Schopenhauer de las doce categorías kantianas: todo lo sacrifica a un furor simétrico».
E. Z. P.
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