Siempre creí en la responsabilidad tan grande que implica emitir un mensaje bajo el nombre de alguna empresa, persona o institución. Y me temo que eso de la ética profesional lo aprendí cuando tome mi primer trabajo en una agencia de medios. Sabía que todo lo que decía y hablaba de «mi empresa» sería mi presentación ante mis jefes y mi carta de entrada al mundo de la publicidad. Hace unas semanas atrás leí una nota de un community manager que al parecer aprovechó hechos tristes de nuestro México para colorear de sarcasmo un mensaje en Twitter. Es muy probable que se le haya hecho fácil, que algún hacker haya irrumpido la cuenta, que nadie haya supervisado o que haya sido un simple error humano. El punto es que como mercadólogos, publicistas, periodistas, conductores, políticos, maestros o cual fuere nuestra profesión tenemos que pensar siempre en los mensajes que emitimos antes de escribirlos o hablarlos. La RAE define ética profesional como el conjunto de normas morales que rigen la conducta humana. No puedo hablar de términos morales, pero si del hecho de que a veces deseamos externar nuestros pensamientos pero que no siempre es bueno que todos pasen por nuestros labios. (Créanme, me ha pasado millones de veces) La ética profesional no se aprende leyendo un libro de Deontología, se trata de un compromiso como un ser humano, se da por corazonadas y pasión a tu profesión, sin duda no vive alejado de la creatividad y originalidad para una campaña publicitaria. Desafortunadamente el caso no es el primero ni el último, es de lo más común caer en lo sencillo aunque no siempre sea un mensaje positivo. Lo que sí puedo asegurar es que en las redes sociales las palabras no se las lleva el viento.
Comentarios