En mis años de preparatoria, es decir, antes de que internet te ofreciera todo tipo de información, yo agarraba de pretexto, cualquier tarea de la escuela para ir a la biblioteca de México, esa que está en la ciudadela y que ahora se llama José Vasconcelos.
Comúnmente mis visitas mantenían siempre el mismo itinerario, llegaba al recinto en donde pasaba un par de horas hurgando libros, leyéndolos y sacando fotocopias. Cuando después de un par de horas me sentía satisfecho, salía de la Biblioteca para hacer una parada obligada en el centro de la imagen que está a lado y que casi siempre exhibía cosas interesantes, digo casi por que no faltaba una que otra muestra de esas pretenciosas y que terminaban por ser sólo fotos fuera de foco o con alguna técnica marciana de revelado.
Después de esa dosis de cultura nunca caía mal uno de esos Hot cakes de puesto callejero, de esos que uno duda que estén hechos con leche pero que con tanta cajeta resulta lo de menos. Mi dulce bocadillo me acompañaba deliciosamente por la revisión minuciosa que hacia de los libros usados que vendían en los varios puestos que se situaban en mi camino hacia el metro.
En realidad siempre preguntaba precios de varios libros y nunca compraba nada, pero me hacia la promesa que la siguiente vez me llevaría uno que otro libro de García Márquez o Sabines que por aquel entonces se me antojaban mucho.
Yo tenía la firme convicción de estudiar comunicación y si bien no tenía claro en que rama de la comunicación me quería desempeñar, sentía que me venía bien leer libros de cualquier cosa y fue así que hurgando entre esos libros usados, saltó un libro de pasta dura con letras doradas y páginas avejentadas. Nunca había escuchado hablar del autor, un tal David Ogilvy quien había titulado a su obra “Confesiones de un Publicitario”.
Tal vez fue por lo raro que para mi sonaba la palabra”publicitario”, o tal vez por el morbo que representaba leer unas confesiones, el hecho es que sin pensarlo mucho, lo compré a sabiendas que estaba desacompletando el dinero del pasaje de regreso.
Del metro Balderas al Rosario había leído los dos primeros capítulos y había quedado encantado de las historias de Ogilvy como cocinero y de como esa experiencia en un restaurante la aplicaba para dirigir una agencia de publicidad.
Cuando llegué al metro Rosario sabía que tendría que caminar a casa pues había gastado el dinero del pesero en un libro de 1965.
En menos de una hora caminé los 5 kms que me separaban de casa, me urgía llegar a descubrir los principales secretos para generar campañas de publicidad exitosas.
Al llegar a casa continúe mi frenética lectura. Estaba como poseído y fue entonces que me enamoré al leer la perspectiva de Ogilvy respecto su visión del potencial de la publicidad:
«La publicidad nutre la capacidad de consumo de los hombres. Presenta ante ellos la meta de un hogar mejor y una mejor alimentacio?n y vestido para ellos y sus familias. Espolea el esfuerzo individual y la mayor produccio?n.»
Esa simple frase me había volado la cabeza, por un instante me convertí en el adolescente más feliz del planeta: no sólo porque David Ogilvy era en ese momento mi mejor amigo, sino que yo había descubierto el oficio que me haría feliz el resto de mi vida.
AUTOR Mateo Montes de Oca Creo que generar conexiones poderosas entre la gente y las marcas es el mejor trabajo del mundo, por ello he vivido un divertido y enriquecedor viaje de 15 años a bordo de las agencias más creativas del país. El viaje hoy me ha llevado a JWT México, con el fascinante reto de construir las marcas más sexys del mercado. Imagen cortesía de Istock
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